Me lo recomendaron varios amigos, pero me desilusionó el montaje de 'Tis a Pitty She→ s a Whore', de John Ford, que acaba de representarse en Brooklyn (en el Harvey Theater de BAM) y que está por abrir en El Matadero del Teatro Español de Madrid. El texto original pasó por una cirugía reductiva donde le extirparon todas las "desviaciones" de la historia principal. En lugar de darle vida sobre el escenario a lo que restó de la obra, nada más la usaron como pretexto. No para que se observe a sí mismo, ni para explorar los temas de que va, o acercarnos a sus personajes. La cirugía queda escondida tras una máscara. Maquillada, vestida de coreografías que no tienen nada qué ver con el texto para infundirle movimiento y atraer la atención del espectador -lo han conseguido, ha tenido exitosa recepción-, el montaje es un sinsentido.
La idea preliminar del montaje no es mala, usar como centro y eje de la escena una cama, pero se olvida demasiado pronto, los actores se ponen a bailar sin ton ni son y se pitorrean sin que venga a cuento del catolicismo, como si esto les trajera bonos. Ni se piensa de verdad, ni se siente en realidad: es puro espectáculo.
Hay momentos muy buenos, como las escenas que ignoran por completo a la cama central y transcurren al fondo, en el baño o en otro salón al que no somos invitados los espectadores.
Respaldan al montaje sus coproductores, el Barbican de Londres, Les Gémeaux/Sceaux/Scène Nationale, el Festival de Sydney y Cheek By Jowl -que son el director, Declan Donnelan, y el escenógrafo, Nick Ormerod-. Los actores son también de primera, pero las actuaciones lánguidas -el motivo para esto es transparente: el texto está en un lugar muy distinto al de la acción-.
Recuerdo aquel montaje memorable en México, Lástima que sea puta, dirigido por Juan José Gurrola, con la hermosa Mara Larrosa (que eternizaría Bolaño en Los detectives salvajes). A Gurrola sí le importaba el texto de John Ford, como a los escritores de su generación, le interesaba el tema central -el incesto-, quería infundir al escenario del erotismo de especial naturaleza que también los obsesionaba. Mara Larrosa, casi virginal, divina, parecía imantar la acción de todos los otros actores con su frágil palidez, convenciéndonos de que era dueña de una fuerza peculiar, que de ahí venía su radiancia.
Fue, a mis ojos, la obra donde ella brilló más.
Me intriga entender por qué el montaje reciente (que presume de ser el primero en siglos) ha tenido tan buena recepción. Dudo que en parte por la austeridad insensual de la actriz Lydia Wilson de Annabella, en cambio tan querible en Mara Larrosa.
Para mí que termina por ser mucho ruido y pocas nueces, aunque algunas sí tenga.
Un par de días antes, vi Los juegos del hambre por seguirle el rastro al termómetro ambiente, sin ninguna expectativa, más por saber del ruido y sin esperanza alguna de encontrar nueces.
Pero al salir pensé en las nueces de la película. La escenificación del futuro se coloca en el pasado, se acerca a la estética sesentera de Viaje a las estrellas. Lo que viene es algo que ya fue. El futuro se acabó. Nos espera un callejón sin salida, infernal para las mayorías, la disparidad de ingresos entre naciones, abismal y reprobable condena a "los distritos" al hambre.
En Juegos del hambre, toda esperanza posible parece descansar en el deseo de proteger al infante y al débil, y anteponer el provecho de éste al propio. La esperanza descansa en la mujer. Su atractivo no está en el "mágico" poder de seducción ni en los "instintos" maternos ni en la fragilidad, sino en la tenacidad, la capacidad de entrega a una causa no doméstica, la astucia, la fuerza física, su pericia.
La heroína se enamora de dos. Uno es su compañero, su afecto añejo y sincero, su par. El otro se la gana con el infortunio, por compasión. Se forma la pareja de tres a que canta Jaime López. Lo malo es que en lugar de ser reflexión seria sobre las posibilidades del amor, termina por ser gancho para la secuela: ese final es puro ruido y pocas nueces.