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Ponerle nombre al niño

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Uno de los daños colaterales de la mal llamada guerra al narco ha sido el ejercicio del periodismo libre. Los que vivimos en ciudades donde esto no sucede no nos damos cuenta de lo difícil que se ha vuelto ejercer la profesión en algunos lugares de la república, en ciertos puntos desde hace varios años, sin que hay existido una respuesta franca y directa del Estado, y peor aún, de los mismo colegas y medios de comunicación.

Primero fue la frontera norte la que comenzó a acusar problemas. Después la zona de Tamaulipas, Coahuila y Michoacán donde los grupos delictivos con lógica territorial, los Zetas y la Familia Michoacana, ejercieron el terror. En Torreón llegaron al extremo de dictar cómo querían la cobertura de los temas del narco y para dejar claro asesinaron a un reportero de grupo Milenio. En Veracruz han asesinado a nueve periodistas en los últimos dos años, cuatro en mes y medio y ayer mismo el más reciente, Víctor Manuel Báez Chino. De 2000 a la fecha han sido asesinados 73 periodistas en todo el país.

No está claro que todos los periodistas hayan sido asesinados por causas relacionadas con el ejercicio de su profesión, pero tampoco está descartado que así sea. Los crímenes en este país no se investigan. Ni los de los narcos, ni de los supuestos narcos, ni de los periodistas ni los de los inocentes. La creación de una fiscalía especial para casos que atentan contra la libertad de expresión no ha dado ningún resultado; no se ha esclarecido ninguno de los asesinatos más allá de decir de quién se sospecha y a veces ni eso.

Pero tan grave como la falta de una respuesta eficaz de la autoridad como la tibia respuesta de los propios medios. Salvo el show montado con la Iniciativa México, en el que se firmó un protocolo que pronto los medios olvidaron, en el gremio periodístico hemos sido absolutamente pasivos ante los problemas de los colegas en otros medios y en otros estados. Tenemos que discutir la forma en que cubrimos los asuntos de crimen organizado. Cada medio tiene su forma muy particular de hacerlo y podemos tener desacuerdos fundamentales en la forma en que se deben presentar los asuntos de violencia, pero lo que no podemos es dejar que sea el miedo quien dicte la política editorial.

De acuerdo al informe de Amnistía Internacional hay zonas del país donde la información sobre la violencia desplegada por estos grupos es escasa o francamente inexistente. Hay que evitar la lógica del martirologio, de convertir a los medios y a los periodistas en víctimas diferentes, pero es una tema que no podemos seguir obviando, como si no existiera. El primer paso para resolver un problema es nombrarlo, ponerle nombre al niño.

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