La restauración 'La virgen y el niño con Santa Ana' duró 18 meses; Leonardo trabajó durante 20 años hasta su muerte, en 1519.
El público descubrirá mañana por primera vez en el Museo del Louvre "La última obra maestra de Leonardo da Vinci. Santa Ana", que presenta recién restaurado este cuadro en el que trabajó el maestro hasta su muerte, en 1519.
La obra se expone junto a un impresionante conjunto de alrededor 130 obras, documentos y piezas del taller de Leonardo.
Entre ellas la réplica de la "Gioconda" conservada en el Museo del Prado desde 1666, cuya calidad excepcional fue revelada al mundo el pasado febrero al término de su estudio técnico y restauración, realizados precisamente con ocasión de esta exhibición en París.
Un proceso similar de estudio y limpieza de fondo -en el Louvre acompañado de polémica sobre la pertinencia y los resultados obtenidos- permite ahora redescubrir una también nueva, luminosa e insospechada "Santa Ana", parcialmente oculta durante siglos tras capas de barniz oscurecidas.
Pese a que su título hace referencia a un único cuadro, la exposición es sumamente ambiciosa, pues además de tratarse de la Santa Ana recién restaurada de Da Vinci (1452-1519), le acompañan una importante cantidad de obras suyas y de sus alumnos, reunidas por primera vez en siglos, así como valiosos documentos, algunos recientemente descubiertos, y creaciones de otros artistas inspiradas en él.
Entre ellas de Rafael, Miguel Ángel, Degas, Delacroix, Odilon Redon o Max Ernst, pero también de intelectuales como Freud, que inspiraron algunas de sus trabajos y reflexiones en la revolución artística que supuso ese paisaje, sus personajes y su simbología o la audaz diagonal que permite el movimiento de las figuras representadas y enlaza sus expresiones cargadas de vida.
Procedentes de numerosos préstamos de grandes museos y colecciones privadas, entre ellas la de la reina Isabel de Inglaterra, la muestra incluye bocetos, copias, versiones de taller, dibujos preparatorios y el único cartón preparatorio conservado de los tres que se cree dibujó Da Vinci, procedente de la National Gallery de Londres.
El valioso conjunto permite explorar a placer, descubrir y fechar con mayor precisión la evolución de ese cuadro de extrema complejidad, que el maestro dejó voluntariamente "non finito" y que para el comisario de la exhibición, Vincent Delieuvin, es su "testamento artístico".
Un cuadro que no cesó de perfeccionar a lo largo de casi veinte años, célebre desde sus primeras versiones y que "transformó el curso de la historia del arte", explicó.
Esta "Virgen, el niño Jesús y Santa Ana", que hasta el próximo 25 de junio estará rodeada de inmejorable compañía en el Louvre es, aseguró, "la verdadera culminación" de las múltiples y diversas investigaciones pictóricas, científicas y artísticas de Da Vinci.
Su composición es "mucho más compleja y ambiciosa" que la de la hierática y solitaria "Gioconda", además de tener una enorme carga simbólica y ser "una recreación del mundo en su conjunto", no solo por las montañas del fondo, sino también por las rocas que sustentan la escena sobre "un paisaje de agua", que no se veía antes de la restauración, indicó.
En su presentación a la prensa, el comisario recalcó que ésta es la "más bella y más perfecta" creación de Da Vinci y una de las tres grandes obras maestras que pintó en su período de madurez, el de su mayor libertad intelectual y artística, junto con "La Gioconda" y "San Juan Bautista".
Todas ellas visibles en el Louvre, ahora por primera vez desde el siglo XVI reunidas en un mismo espacio, como lo estuvieron en el taller del pintor.
Aunque "La Gioconda" sólo representada por la luminosa versión de Madrid, pintada por uno de sus dos discípulos favoritos, Salai o Melzi, por supuesto con la intervención del maestro.
Contrariamente a lo esperado, la Mona Lisa original no se reunirá con su gemela del Prado, por razones de seguridad y prácticas también, dijo el comisario.
Mientras los expertos siguen evaluando el riesgo de que una eventual restauración pueda hacerle perder su legendario "sfumato", la principal atracción turística del Louvre vive impasible en la primera planta del museo, al ritmo de 20.000 visitantes diarios, tras sus vidrios protectores y sus antiguas capas de barniz.