HERMANDAD SOCIAL
Desde pequeñas, las mujeres nos hemos sentido hermanadas con las amigas; de pequeñas con los juegos infantiles: las muñecas, la comidita, la cuerda, las bicis;... posteriormente, en la escuela: las clases, los libros, las maestras, los exámenes, las graduaciones, los compañeros;... en la adolescencia compartir las emociones de los noviazgos, los bailes, los paseos, los viajes turísticos;... cuando te casas, intercambiar recetas de cocina y después opiniones médicas y experiencias para atender a los niños, qué escuelas son buenas para los hijos, viajes compartidos para llevar y recogerlos diariamente, indagar de las tareas;... al llegar el tiempo que los hijos se casan, compartir despedidas de soltera, iglesias, lugares para fiestas;... los hijos parten y se comparte la sensación del nido vacío. O sea, que en todos los momentos de nuestra vida utilizamos a las amigas para un sostén físico, emocional y, en ocasiones, hasta económico.
Pues bien, cuando eres adulto mayor, es impresionante la cuota que te cobra la vida por estar en este mundo. Cuando no te duele esto, te duele lo otro; los achaques son intermitentes, pero siempre están presentes, y entonces, empiezas a intercambiar con tus amigas los padecimientos, medicamentos, tips sobre los médicos, hospitales, las atenciones que te prodigan, etc. y las conversaciones siempre giran en este tenor; y, naturalmente que te sientes hermanada con tus queridas amigas. Yo tengo una en particular que se llama Linda y yo le digo "Angelinda" porque en una ocasión me libró de un inminente peligro.
Mi amiga Angelinda está hospitalizada y desde aquí pido a D.N.S. que la cuide y le deseo un pronto restablecimiento. Te necesitamos, amiga, ¡Recupérate!
