Por: Coty Guerra
MI PEQUEÑO AMIGUITO
Es increíble cómo algunos hechos se quedan grabados en nuestra memoria de manera indeleble. Mi madre era originaria de Parral, Chih., y mi padre de Guadalajara, Jal.; ambos se conocieron en Parral y allí se casaron para posteriormente venirse a radicar en Torreón, donde nací; soy lagunera (y le voy al Santos), pero la familia materna continuó viviendo en Parral. Durante toda mi niñez y adultez visitaba con frecuencia a mis tías maternas, quienes permanecieron solteras, y entonces, para mí era una delicia irme allá y ser rodeada de atenciones y cariño. Una de mis tías tenía una amiga entrañable, quien a su vez era mamá de un niño de mi edad aproximadamente, y cuando yo tenía 4 ó 5 años mi tía me llevó con ella a visitar a su amiga para que jugara con su hijo. Llegamos, y Luisito, así se llamaba, no salió de su recámara porque estaba enfermo de bronquitis, y me quedé en la sala acompañando a mi tía que platicaba con su amiga. Se aproximaba el Día del Maestro y a mi amiguito lo escuchábamos a lo lejos cantar un pasodoble, creo que era "Novillero" de Agustín Lara, pero con una letra especial que habían compuesto en el colegio para los maestros. Recuerdo que yo pensaba que cómo estaba cantando si estaba enfermito, pero él ensayaba para cuando fuera el día señalado y lo hacía con muchos bríos, según comentó su mamá, porque pertenecía al coro.
Imagínense mi sorpresa de niña cuando al día siguiente le llamaron a mi tía para participarle que Luisito había fallecido; y naturalmente que fuimos a su sepelio, el cual, a mi corta edad, me pareció muy triste y recuerdo que lloré muchísimo.
Han pasado muchas décadas y, aunque no tengo muy clara la carita de Luisito, yo recuerdo ese hecho como si hubiera sucedido ayer, y cada vez que escucho ese pasodoble se me viene a la memoria su entusiasmo para cantarle a su maestro y la tragedia de su fallecimiento.