Patricia Valles fue abanderada por el presidente de la república. Esta atleta es un ejemplo de que las cosas se pueden hacer. (Jam Media)
Una lección de vida, de las que marcan para siempre. Ese es el legado que quiere dejarle a sus hijas la multimedallista paralímpica Patricia Valle, quien planea poner fin a dos décadas de trayectoria en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012 para dedicarse a sus pequeñas.
Valeria y Fernanda, de 10 y cinco años, respectivamente, lloraron al ver salir de casa a su mamá cuando se iba a entrenar, la extrañaron en las fiestas familiares y gozaron todas sus preseas. Pero sobre todo aprendieron que no hay límites cuando se lucha por alcanzar un sueño.
"Para mí fue un sacrificio dejar a mis hijas, a veces me gustaría estar en las fiestas, comer de todo y no se puede", comparte la nadadora morelense de 43 años.
"Todo vale la pena, porque ese esfuerzo es la mejor herencia que se les deja. Ahora, quizá por ser pequeñas no lo perciben tan claro, sólo saben que su mamá se les va y no saben si es a trabajar o a hacer deporte, pero cuando lo tomen como ejemplo será una bendición".
Patricia es un modelo de superación. Sufrió poliomielitis desde niña, pero luchó por rehabilitarse y conseguir sus anhelos. Así se convirtió no sólo en medallista parapanamericana, paralímpica y mundial, sino en madre y profesionista, pues además es licenciada en Informática y cursa una maestría en Ciencias de la Familia en la Universidad Anáhuac de Querétaro.
"Trabajo por sueños. El camino no ha sido nada fácil, 20 años de carrera me han costado llanto, porque no sabes cómo comencé, cómo nos teníamos que cooperar para llegar al Centro Paralímpico. Me ha costado tener unos hombros adoloridos, con el deseo de decir 'ya no puedo más', pero demostré que todo se puede conseguir", dice Valle, quien vivirá sus quintos Juegos Olímpicos.
Presumiendo a mamá
Valeria, la hija mayor de Patricia Valle, es la que mejor se da cuenta de lo difícil que ha sido para su madre salir adelante y triunfar, por lo que la presume en su escuela y todos lados, aunque no siempre fue así. "A Valeria la molestaban mucho sus compañeritos en la escuela porque yo era discapacitada. Mi hija, al no poder con eso, me decía que la ofendían", recuerda con nostalgia.
"¿Y cuál es el problema?, le decía yo. ¿Cuál es la diferencia con una mamá que no es discapacitada? ¿Juego contigo? ¿Estoy contigo en la escuela? Así le caía el veinte, pero tuve que ir a su salón a dar pláticas y los niños ya tomaron las cosas de manera distinta".
Esa es una de las lecciones de vida que la pequeña Valeria jamás olvidará.
"Se les tiene que sembrar desde chiquitos que somos personas igual que los demás y esto ayudó mucho a mi hija para ser más fuerte. Esto le va para toda su vida, porque ya vio que si una mamá con discapacidad sacó adelante a su familia, pues una persona convencional con más razón".
En este sentido, la sirena morelense opina que aún falta mucha cultura de respeto hacia las personas con capacidades diferentes en México.
"Vamos avanzando, pero nos falta mucho. Se tiene que sembrar esa cultura desde los pequeñitos, porque ellos les enseñan con su ejemplo más rápido a los grandes. Decirles que cuando vean un lugar de estacionamiento para discapacitados lo respeten. Yo a veces a los carros que se estacionan en esos lugares sí les pongo un letrero: '¿De verdad quieres estar en mi lugar?' Nos falta mucho respeto aún en la sociedad".