La otra reina, 2008.
Desde la máquina del espectáculo que es Hollywood hasta el capricho de realizadores independientes, pasando por la motivación propagandística o revisionista, son numerosos los ejemplos de obras fílmicas que tienen a los monarcas como protagonistas.
“Sin conflicto no hay trama”, reza un dicho clásico del arte dramático. Y qué mayor conflicto que el del poder y la responsabilidad de todo un país concentrado en la figura de una sola persona. Por eso para el cine, al igual que para su ancestro el teatro, siempre ha resultado atractivo adentrarse en las entrañas de la monarquía, el sistema de gobierno que deja en manos de un hombre o una mujer el destino de miles de individuos.
HABÍA UNA VEZ UN REY...
Con todos sus vicios y virtudes, la antigüedad clásica continúa fascinando a la humanidad. En ninguna otra época pueden encontrarse tantos y tan ricos ejemplos de prácticamente todos los ámbitos de la vida y la cultura. Y el séptimo arte ha sido seducido por este mundo, sobre todo en lo que a gobernantes se refiere.
La superproducción Troya (Troy, 2004) trata las hazañas de los monarcas legendarios de la Edad de Bronce, quienes desataron la guerra más famosa de la Historia y la literatura. Concebida para satisfacer al gran público y con un elenco internacional de estrellas como Brad Pitt, Eric Bana, Orlando Bloom, Peter O’Toole y Diane Kruger, la película recrea y comprime los acontecimientos bélicos entre aqueos y troyanos motivados por la huida de la hermosa reina de Esparta, Helena (Kruger), con el príncipe Paris (Bloom). Una sola escena vale el boleto: la súplica del rey Príamo (O’Toole) al guerrero Aquiles (Pitt) para que le devuelva el cuerpo de su hijo Héctor (Bana). Lo demás es puro espectáculo, eso sí, bien montado por el director alemán Wolfgang Petersen.
Con una sorprendente propuesta visual y una sobredosis de violencia, Zack Snyder adaptó la novela gráfica de culto de Frank Miller para rodar 300 (2006), que narra la épica defensa del paso de las Termópilas por parte de Leónidas (Gerard Butler) y su guardia personal frente al inmenso ejército persa durante las guerras médicas. La cinta eleva a alturas mitológicas la heroicidad del rey espartano y sus soldados dispuestos a morir para retrasar la invasión del temible rey Xerxes.
Polémica es la versión de Oliver Stone de la vida del monarca más célebre de la antigüedad, Alejandro Magno, en Alexander (2004). Protagonizada por el expresivo Colin Farrell y con un atractivo cartel que incluye a Anthony Hopkins, Val Kilmer, Jared Leto y Angelina Jolie, la cinta trata de construir un perfil psicológico del rey grecomacedonio, pero se queda a medio camino entre el panegírico y la revisión crítica del personaje. No obstante, el filme cuenta con aspectos rescatables como la increíble batalla contra el ejército de Poros, elefantes incluidos, y su desenfado al abordar la ambivalencia sexual de Alejandro.
El prolífico guionista y director norteamericano Joseph L. Mankiewicz, nos legó dos verdaderas epopeyas fílmicas con personajes clásicos. Una de ellas, Julio César (Julius Caesar, 1953), aborda desde la perspectiva shakesperiana la historia del más grande general de Roma que quiso gobernar solo y terminó por ser asesinado en el Senado. Pero la figura central de la trama no es el dictador (Louis Calhern), sino uno de sus asesinos, Bruto (James Mason), y su más cercano colaborador, Marco Antonio (Marlon Brando), quienes establecen una lucha de poder luego del regicidio.
La otra obra de Mankiewicz es Cleopatra (1963), en la cual despliega una ingente cantidad de recursos que por poco y deja en la quiebra a la Twentieth Century Fox. La película, que narra el ascenso y caída de la reina más seductora del mundo antiguo, interpretada por la hermosa Elizabeth Taylor, se divide en dos partes: la primera aborda la relación de la última integrante de la dinastía ptolemáica con Julio César (Rex Harrison) y la segunda el apasionado romance que sostiene con el general Marco Antonio (Richard Burton). Las actuaciones, pero sobre todo la producción y la dirección, son dignas de todos los créditos en una obra que deleita por su espectacularidad.
CORONAS BRITÁNICAS
Pocos pueblos hay tan orgullosos de su monarquía como el de la Gran Bretaña. Por su antigüedad, poderío y también por las intrigas que la han rodeado, la corona británica se ha convertido en fuente de inspiración fílmica.
La difícil relación de Enrique VIII con las hermanas Bolena es mostrada en La otra reina (The Other Boleyn Girl, 2008), de Justin Chadwick, una cinta que pese a contar con un cartel taquillero que incluye a Eric Bana, Natalie Portman, Scarlett Johansson y Kristin Scott-Thomas, no consigue cuajar por la poca profundidad en el perfil de los personajes. La ambientación y el argumento quizá sean lo más rescatable.
Mucho más lograda en todos los sentidos es Elizabeth: la reina virgen (Elizabeth, 1998), del cineasta hindú Shekhar Kapur, quien con una virtuosa dirección y excelentes actuaciones de Cate Blanchett en el papel estelar, Geoffrey Rush, Richard Attenborough y Joseph Finnes, puso en el mismo bolsillo al público y la crítica con la historia de la primera mujer que decidió gobernar sola en Inglaterra, sin casarse. La secuela, Elizabeth: la edad de oro (Elizabeth: The Golden Age), rodada nueve años después y con un guión más que deficiente, da validez al adagio cervantino de que nunca segundas partes fueron buenas.
En la lista de los monarcas más poderosos figura una mujer: Victoria, quien fue la cabeza del imperio más grande de la Historia por más de seis décadas. Las complicaciones que debió superar para acceder al trono británico y contraer matrimonio con el príncipe Alberto son narradas en La reina joven (The Young Victoria, 2009), un filme bien dirigido por Jean-Marc Vallée y con interpretaciones sobresalientes como las de los protagonistas Emily Blunt y Rupert Friend, así como de los secundarios Paul Bettany, Mark Strong y Jim Broadbent.
Una Victoria ya entrada en años y hundida en la depresión por la muerte de su esposo es la que retrata John Madden en Su majestad, la señora Brown (Mrs. Brown, 1997), película inteligente y desprejuiciada sobre la inusual relación entre la reina de Inglaterra, encarnada por la siempre magnífica Judi Dench, y su sirviente escocés John Brown, caracterizado por el comediante Billy Connolly. Una cinta de escasas pretensiones y con un éxito inusitado por su frescura y desenfado.
Por el mismo camino de reflejar la vulnerabilidad emocional y psicológica de los soberanos transita El discurso del rey (The King’s Speech, 2010), de Tom Hooper, la cual cuenta de forma por demás convincente la lucha de Jorge VI por superar su tartamudez durante una época que le exigía determinación y fortaleza: una nueva guerra está por poner a Europa y al mundo de cabeza. El duelo actoral entre Colin Firth, quien representa al monarca tartamudo, y Geoffrey Rush en el rol del terapeuta Lionel Logue, coloca al largometraje en la categoría de los imprescindibles.
De la mano de Stephen Frears, la extraordinaria Helen Mirren da vida a Isabel II en La reina (The Queen, 2006), narración del conflicto que causa a la corona británica la repentina muerte de la princesa Diana, a quien la dueña de la corona se niega a ofrecer los funerales reales. La excelente dirección y las solventes actuaciones le valieron varios premios y nominaciones.
Pero no sólo Inglaterra ha dado reyes para la pantalla grande. La apoteosis del absolutismo de la Francia de Luis XIV es plasmada en Luis XIV el rey Sol (Le roi danse, 2000), de Gérard Corbiau, en donde el extraordinario Benoît Magimel interpreta a un gobernante obsesionado con el poder y las artes, sobre todo la danza, la cual practicaba. Un filme referencial del subgénero de reyes.
GOBERNAR LAS ESTEPAS ORIENTALES
De tierras más lejanas también nos han llegado notables ejemplos de cine de autócratas. Iván el Terrible (Ivan Groznyy, 1944), del genio Eisenstein, retrata el ascenso y decadencia del poderoso zar de Rusia, primero como héroe nacional dotando de instituciones y nuevas tierras a su joven país, luego como un paranoico y solitario monarca sospechando de una conspiración en su propia sombra. La analogía con la figura de Stalin motivó que la segunda parte se estrenará años después de la muerte del dictador soviético.
Con gran maestría e intuición Bernardo Bertolucci llevó al celuloide El último emperador (The Last Emperor, 1987), la historia de Pu Yi, un hombre que nació y vivió casi como dios en la Ciudad Prohibida y terminó sus días trabajando como jardinero bajo el régimen de la China comunista. La inmejorable puesta en escena y la soberbia dirección le valieron múltiples galardones y la convirtieron en un clásico dentro de una industria que sigue encontrando en el conflicto de los hombres y mujeres poderosos una de sus vetas más ricas.
Ya sea sólo para entretener o para adentrarse en los rincones de la naturaleza humana, el conflicto de quienes gobiernan solos una nación siempre dará buenos argumentos para el séptimo arte.
Correo-e: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx
PELÍCULAS PARA SENTIRSE REY O REINA
Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963)
El último emperador (The Last Emperor, Bernardo Bertolucci, 1987)
Su majestad, la señora Brown (Mrs. Brown, John Madden, 1997)
Elizabeth: la reina virgen (Elizabeth, Shekhar Kapur, 1998)
Luis XIV, el rey Sol (Le roi danse, Gérard Corbiau, 2000)
Alexander (Oliver Stone, 2004)
La reina (The Queen, Stephen Frears, 2006)
El discurso del rey (The King’s Speech, Tom Hooper, 2010)