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Relaciones tóxicas

OPINIÓN

Relaciones tóxicas

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Adela Celorio

Se necesitan dos para bailar el tango.

Se casaron y fueron muy felices. Una semana, un mes, una año, ¿toda la vida? Pues sí, si se tiene la suerte de encontrar alguien dispuesto a trabajar en esa obra de arte (la más difícil de crear) que es la relación de pareja. Si usted ya encontró a la persona ideal y ambos son capaces de abonar con amor y respeto la vida y la autoestima del otro, tenga la seguridad de que pasados los años, transformado el fuego de la pasión en un tibio y apacible rescoldo, ambos bostezarán juntitos en un verde y mullido prado.

Hasta aquí el cuento de hadas. Sólo los amores imposibles, aquellos que nunca enfrentan la prueba de una larga y desgastante convivencia, mantienen la pasión inextinguible... en nuestra memoria. No es secreto para nadie que compartir con alguien la cama, la mesa, el baño, la tele y todo lo que implica nuestra preciada intimidad, puede llegar a convertirse en una pesadilla. Y sin embargo casi nadie está dispuesto a perderse la dicha de vivir en pareja por el posible sufrimiento que pueda implicar.

Con más frecuencia de la que imaginamos, en esa necesidad profundamente humana de sentirnos queridos y acompañados, bloqueamos la intuición, el sexto sentido que es la capacidad de percibir las señales (en ocasiones muy evidentes) de que la persona con la que nos proponemos compartir la vida puede llegar a ser terriblemente tóxica (entendiendo por tóxico todo aquello capaz de provocarnos emociones negativas).

Para nuestras madres era más sencillo, una especie de cara o cruz. Como los mameyes, los maridos les salían buenos o malos, en cuyo caso sólo quedaba la conocidísima dieta de ajo y agua: ajoderse y aguantarse, infidelidades, malos tratos, humillaciones y hasta golpes que recibían resignadas y calladitas, llegando incluso a desarrollar una gran creatividad para exculpar al maltratador. “Me caí”, “me golpee con la puerta”... decían para justificar un ojo morado o un brazo roto.

Se podría pensar que esas mujeres aguantadoras son especie en extinción, pero las estadísticas demuestran lo contrario. Si bien es cierto que todos queremos ser tratados con amor y respeto por aquellos que amamos, con frecuencia acabamos relacionándonos con personas capaces de amargarnos la vida. Mujeres y hombres competitivos y celosos, arrogantes, presuntuosos, mentirosos, seductores, manipuladores e infieles. Déspotas, controladores o débiles y sin iniciativa; o como yo, con una pequeña dosis de todo lo anterior. En este muestrario también se encuentran por supuesto los narcisistas o aquellos de tipo ‘congelador emocional’. Forman legión los seres perjudiciales y sin embargo ya emparejados con ellos o ellas, siempre encontramos muchas razones para mantener la relación: por los hijos, por el dinero, por miedo: “Es que si lo dejo es capaz de matarme”, dicen algunas tercas. Quien mira desde fuera no entiende por qué las víctimas son incapaces de romper el círculo vicioso y siguen dando vueltas a la noria de una relación destructiva y amarga.

Nada tan complejo como el alma humana, pero es un hecho que algunas personas encajan bien en las relaciones destructivas en las que el uno al otro se administran su diaria dosis de venero porque lo necesitan para cumplir con el papel de mártir o verdugo que inconscientemente se han asignado. Según los estudiosos del tema, las personas más proclives a las relaciones tóxicas son aquellas con personalidad protectora y profesiones de ayuda a los otros como enfermeras, maestras, médicos o asistentes sociales. Usted, paciente lector, lectora, ¿se ha preguntado si encaja en alguno de estos patrones? Y de ser así ¿es usted víctima o verdugo?

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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