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Resistencia a reciclar

De la ignorancia a la indiferencia

Resistencia a reciclar

Resistencia a reciclar

María Elena Holguín

Por indiferencia o ignorancia, los mexicanos no hemos desarrollado una cultura de reciclaje que contribuya a reducir la acumulación de desechos y por ende la contaminación al medio ambiente. Es urgente trabajar por una educación que además de enseñarnos a reciclar genere cambios radicales en nuestros hábitos de consumo.

Hasta hace algunas décadas, la presencia de grandes industrias y sus chimeneas humeantes se asociaba de inmediato a la idea del desarrollo; nadie se detenía a pensar en lo que esas columnas de humo dañarían el entorno. Tal criterio prevalece en cuestión de lo que desechamos: la creencia popular indica que si las canastillas y los contenedores de basura lucen llenos, desbordantes, es sinónimo de que como sociedad tenemos abundancia y recursos suficientes para comprar... incluso para desperdiciar. Tener todo a nuestro alcance ha contribuido a que la generación de basura supere nuestra propia capacidad de reciclar, agregando cada vez mayores componentes a la enorme diversidad de desechos.

Cada vez que tenemos sed nos detenemos a comprar una botella de agua sin acordarnos de que ayer hicimos lo mismo y el día anterior también, arrojando el envase vacío a cualquier basurero. La comodidad nos dificulta reconocer que una misma botella nos podría servir por semanas, incluso meses, y además de ahorrar contribuiríamos a producir menos de esa basura.

Quizá en ocasiones hemos pensado acumular los recipientes de plástico vacíos pero de inmediato nos excusamos diciendo que no sabemos a dónde llevarlos. También hay quienes optan por reunirlos y venderlos a centros de acopio, pero lo usual es que no vaya de por medio un interés ecológico sino la sola intención de ganar unos cuantos pesos.

En el mismo contexto, el promedio de los usuarios de teléfonos celulares cambiamos de aparato cada dos años porque el ‘viejito’ ya no nos gusta ni satisface; igualmente, por lo menos dos veces cada 10 años aprovechamos las promociones y reemplazamos nuestros televisores aún funcionales por otros más grandes o sofisticados. Sin embargo no sabemos qué hacer con todo lo que ya no vamos a utilizar. En las condiciones menos desfavorables, toda esa clase de artículos termina llenando cajones o cuartos de cachivaches. En los peores casos -más frecuentes-, acaba por desbaratarse en lotes baldíos o tiraderos clandestinos.

Compramos comida que no nos comeremos, desperdiciamos agua que podríamos reutilizar, hacemos regalos que nadie utilizará... el etcétera en este patrón de acciones es infinito. Y todas esas pequeñas acciones repercuten en la creación de desechos que en suma forman un mundo de basura, evidenciando nuestra falta de criterio en lo referente al consumo y al aprovechamiento de los residuos. En otras palabras, como país carecemos de una auténtica cultura de reciclaje y la raíz de ese problema se encuentra, para variar, en la falta de educación.

LOS GRANDES PRODUCTORES DE BASURA

Apenas consumimos o producimos algo, e influidos por el sentido despectivo que le damos al concepto de basura, nos deshacemos de envolturas, productos o ingredientes sobrantes de la manera más simple: depositando esos residuos en el bote o la bolsa para que se lo lleve el camión recolector.

El ámbito doméstico es el principal productor de deshechos. Hasta hace 40 años el promedio de generación de basura por cada mexicano era de 300 gramos; actualmente es de un kilogramo al día o poco más en las grandes ciudades. Aunque todavía no alcanzamos el nivel de naciones con mayor desarrollo económico -alrededor de dos kilogramos por persona-, el incremento en la cantidad de desperdicios es vertiginoso.

Se considera que mensualmente una familia de nuestro país ‘fabrica’ un metro cúbico de desechos; si estos fueran separados antes de convertirse en basura, el espacio que ocupan se vería reducido hasta en un 80 por ciento.

De acuerdo con la Ley de Residuos Sólidos del Distrito Federal, dicha zona concentra la octava parte de los desechos que se producen en todo el país: 12 mil toneladas diarias, que en tan sólo tres meses llenarían el Estadio Azteca. La Ciudad de México genera entonces mucho más basura que ciudades como Madrid, donde al año se origina un millón 460 mil toneladas contra los cuatro millones 320 mil toneladas que surgen tan sólo de la capital mexicana.

La basura doméstica representa casi la mitad de toda la que se produce en las urbes; el resto la conforman los desechos de comercios, servicios y otras actividades. De lo que se origina en las casas, el 56 por ciento está conformado por despojos orgánicos -lo que surge de la preparación de alimentos y la comida sobrante-, mientras que el resto se refiere a: textiles en un 16 por ciento, plásticos ocho por ciento, metales siete por ciento, papel cinco por ciento, vidrio en un cuatro por ciento y otros un cuatro por ciento. Lo impactante es que si bien todo ello acaba en los vertederos, la mitad de esa composición es reciclable, un 30 por ciento reutilizable y sólo el 20 por ciento reúne características de desechable.

En México se tiran alrededor de 22 millones de toneladas de papel cada año; se estima que si se reciclaran, significarían un ahorro del 33 por ciento de energía y cerca de 28 mil millones de litros de agua. Cada tonelada de papel reciclado representa salvar alrededor de 17 árboles.

Otros de los elementos abundantes en la basura mexicana son el vidrio y las latas de aluminio. El primero es algo 100 por ciento reciclable y su antigüedad es de más de tres mil años. Al reciclar una lata se ahorra la suficiente energía como para hacer funcionar un televisor por más de cinco horas, pues para producir nuevo aluminio se necesitan grandes cantidades de una materia prima (bauxita) que no abunda en la Naturaleza; además procesar este metal es muy contaminante.

Todos estos números nos dejan claro que no basta con ser ‘civilizados’ y depositar la basura en ‘su lugar’.

Enemigo plástico

México es el décimo país generador de basura sólida en todo el mundo, lo cual no debe sorprendernos si tomamos en cuenta que ocupa el primer lugar en consumo per cápita de refrescos y aguas embotelladas.

Según la última encuesta de la Beverage Marketing Corporation en 2010, un mexicano consume un promedio de 234 litros de agua embotellada al año. Es decir, en el país de beben más de 21.3 millones de botellas de un litro de agua cada día, muy por encima de la demanda en Estados Unidos y España.

Entre las dificultades por acceder al líquido vital en condiciones aptas para el uso humano mediante los sistemas de abastecimiento, y el bombardeo publicitario de las empresas que la comercializan envasada, ni siquiera reparamos en que cada botella está hecha de PET (polietileno tereftalato), un tipo de plástico que tarda hasta 1,000 años en degradarse.

México es la primera población consumidora de refresco del orbe (seguida por Estados Unidos), con un promedio mayor a los 160 litros por persona al año: 18 mil millones de litros anuales, que significan algo así como 50 millones de envases al día.

Así, entre refrescos y agua embotellada, descartamos 71.3 millones de envases diarios de los cuales sólo se recicla un 20 por ciento...

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