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Resultados y actitudes

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

Los resultados de la elección federal del domingo pasado no trajeron nada inesperado: Confirman que las empresas encuestadoras son un fraude; los poderes fácticos (oligarquía televisiva, sindicatos burocráticos, etcétera) llevaron al triunfo a su candidato; el panismo hecho gobierno es mandado a la banca y López Obrador impugna la elección y amenaza con recurrir a la resistencia civil.

La confirmación más importante apunta a que el país está dividido en tres partes y que el virtual presidente no contará con mayoría absoluta en el Congreso. Como consecuencia, la exigencia para las fuerzas políticas del país y para los mexicanos en general, sigue siendo la misma: Lograr acuerdos como condición para avanzar.

Tiene razón Peña Nieto en ser cauteloso y evitar un triunfalismo que en el caso resultaría cínico y ofensivo, para un sesenta y dos por ciento de los electores que no sólo no votaron por él, sino que en muchos casos votaron en su contra y en contra del proyecto que representa de restauración del viejo régimen de partido de Estado y de la presidencia imperial.

Por lo que toca a Josefina, hizo bien en anticiparse a los hechos y reconocer que los resultados aritméticos no le darían el triunfo electoral, no con el objeto de celebrar la pulcritud que no tuvo el proceso, ni de claudicar de la lucha cívica que representa y enarbola, sino en aras de aceptar la iniquidad como un mal menor frente al bien superior que implica la estabilidad que ofrece el camino institucional, e insistir en el mejoramiento gradual de nuestra vida pública en resumen, de mantener un compromiso y un esfuerzo de largo plazo, en esa lucha que el partido de Vázquez Mota, visualiza como proyecto y brega de eternidad.

Por eso la aceptación de Josefina frente a la derrota, no reconoce al vencedor de modo incondicional. Va inmerso en un doloroso realismo y acompañado de un compromiso por mantener la bandera en alto y por enfrentar el reto que plantea el regreso al pasado priista, con todo lo que de amenaza entraña para nuestras libertades cívicas y para el sistema democrático cuyo desarrollo tanto ha costado.

Por lo que toca a López Obrador, pasa a capricho del carril de la institucionalidad al de la conspiración y la violencia y viceversa. Resulta incongruente que entre y permanezca en el proceso electoral hasta su culminación en las urnas e impugne el desenlace alegando vicios que por su naturaleza, resultan previsibles desde el inicio.

Son ciertas muchas de las irregularidades que señala el Peje en orden a la falsedad de las encuestas, la inequidad en los medios de comunicación, la utilización de recursos de procedencia ilícita por parte de la renovada maquinaria priista, la manipulación del voto corporativo, etcétera, pero no le asiste la razón a López Obrador cuando señala presuntos malos manejos en las casillas, porque el ultraje no se comete en ese ámbito.

Sin embargo, ante la adversidad de los resultados, el Peje vuelve a convocar a la discordia y se apresta a la resistencia civil, seguro de que la experiencia de hace seis años no le hizo mella y por el contrario, reforzó su proyecto radical que se nutre de engaño, odio y frustración.

En consideración a los vicios de nuestro desempeño electoral que son ciertos y verdaderos, la responsabilidad que derive de una conflagración social a la que empuje la llamada izquierda, será tanto responsabilidad de Andrés Manuel como de los secuaces de los poderes fácticos empeñados en maniobrar al margen de la legalidad. Es verdad que el Peje es un incendiario, pero también es cierto que los consorcios televisivos, los sindicatos burocráticos, en suma la maquinaria priista, pone los cerillos y la estopa.

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