Mitt Romney, el exgobernador de Massachusetts y candidato presidencial por el partido Republicano, está acorralado.
Ha corrido con poca suerte y son tanta las pifias cometidas en su campaña que difícilmente podrá ganar la presidencia de los Estados Unidos.
Es probable que después del 6 de noviembre los titulares de la prensa digan que Romney perdió la elección en vez de aludir a una victoria de Barack Obama.
Con un desempleo superior al 8 por ciento, una economía estancada y varios conflictos bélicos sin resolver, la reelección de Obama se veía como una misión imposible al iniciar el año.
Pero Romney no aprovechó el momento, por el contrario parecería que el script de su campaña fue diseñado para no llegar a la Casa Blanca.
En su gira por Europa metió la pata en varias ocasiones. En Londres sostuvo que los ingleses no estaban organizados para los Juegos Olímpicos, cuando ocurrió todo lo contrario.
El arranque de la convención republicana deslució por el huracán "Isaac". Las sesiones se normalizaron después, pero nunca se logró el clímax deseado por los seguidores de Romney.
En cambio la convención demócrata registró un éxito pocas veces visto gracias a los emotivos discursos de Michelle Obama, Bill Clinton y el propio candidato Obama.
Para colmo la campaña de Romney atraviesa desde hace días por un profundo bache. Sus declaraciones en contra del 47 por ciento de los electores que respaldan a los demócratas, además de sus traspiés en relación al voto hispano, lo pusieron contra las cuerdas.
Si pregunta nuestro pronóstico le diríamos que Romney perderá la elección presidencial por un margen sustancial. Pero será por su culpa y la de sus asesores.
Romney no ha acercado sus posiciones a la de millones de norteamericanos que sufren por la falta de un plan de seguridad social, tampoco se ha solidarizado con la pobreza que creció dramáticamente a raíz del tronido financiero de 2008.
Además ha desairado a los votantes hispanos con posturas extremas y no propias de un político que busca llegar a la Casa Blanca. Está a favor de la ley SB 1070 de Arizona, en contra del Dream Act y también del programa DACA para regularizar a los jóvenes inmigrantes.
Hace unas semanas preguntaba en este espacio qué sería mejor para México, si la reelección de Obama o la victoria de Mitt Romney.
La segunda posibilidad vale más descartarla desde ahora a pesar que a los mexicanos nos ha ido mejor con los gobiernos republicanos.
Con Ronald Reagan tuvimos una luna de miel y la legalización de tres millones de indocumentados a través de la ley Simpson-Rodino. Hubo encontronazos como el crimen del agente de la DEA, Enrique Camarena, pero el saldo final fue positivo.
Años después en los gobiernos de George Bush padre e hijo se vivieron altibajos pero en un clima de entendimiento. De no atravesarse el fatídico 9/11 muy probablemente la reforma migratoria habría sido realidad en 2002 o 2003.
Con el demócrata Bill Clinton fueron tiempos duros en materia migratoria, su gobierno inició la Operación Guardián en California que dio pie a la construcción de una barda triple y la instalación de equipos sofisticados para sellar la frontera con México.
No obstante el gobierno de Clinton aprobó el Tratado de Libre Comercio y en 1995 autorizó un paquete económico para México que lo sacó de la quiebra.
Barack Obama llegó hace cuatro años al poder sin haber pisado jamás suelo mexicano. Como quien dice llegó en blanco y prácticamente así ha transcurrido su gobierno en relación con México y los inmigrantes hispanos.
Prometió muchas cosas que nunca cumplió en materia migratoria con excepción del plan de deportaciones. De última hora lanzó el plan DACA para ayudar a los "dreamers", evidentemente con propósitos meramente electorales.
No creemos que cambiará mucho la relación entre Obama y México, salvo que el equipo de Enrique Peña Nieto haga muy bien su tarea de "lobby". Algo parecido a lo que hizo en su momento el gobierno de Carlos Salinas.
De que pasaría con Mitt Romney no tiene caso hablar, su posibilidad de llegar a la Casa Blanca es cada vez más reducida. El republicano está acorralado por sus errores, sólo un viraje drástico en su estrategia de campaña podría regresarlo a la pelea, pero el tiempo corre en su contra.
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