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Sacudir a los candidatos

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

En una primera impresión se trata de una más de tantas, pero no es así. Después de los años perdidos, las oportunidades desaprovechadas y la frustración acumulada es obligado conducir de un modo distinto la elección 2012. Se requieren definiciones para tomar la decisión de remontar el desánimo nacional y darle perspectiva al país.

Qué bueno que, ahora, pueda elegirse entre varios candidatos pero, está visto, el destino nacional no puede ni debe depender de un solo hombre: el jefe del Ejecutivo. Puede ser el mexicano o la mexicana más valiosa, pero la obra nacional exige mucho más que la voluntad de una persona, requiere de un consenso mínimo para poner el esfuerzo y la energía en la dirección correcta.

De ahí la urgencia de darle un mayor contenido al concurso electoral, de desnudar no sólo a los candidatos presidenciales sino también a sus respectivos equipos y a las bancadas parlamentarias que proponen, así como ahondar en su estilo de hacer política para tener una definición clara de lo que son y ofrecen y, entonces, tomar la decisión.

Esta vez no se trata sólo de renovar el poder, sino de reformularlo. No se trata de ponerle un nuevo rostro al mismo cuerpo, se trata de renovar el cuerpo sin darle tanta importancia al rostro.

Es hora de decirle adiós a los mitos, las mentiras disfrazadas de leyenda.

A Felipe Calderón le está resultando fácil escudar el fracaso de su administración en la mala suerte. A la recesión proveniente del norte, a la epidemia del virus A H1N1, a las inundaciones, a la sequía y, ahora, al Popocatépetl quiere cargarle la factura del desastre social y político de su legado.

En la lógica del mandatario, ningún otro gobierno había tenido que encarar crisis foráneas, virus o desastres naturales como los ha encarado su administración. ¡Por favor! Cuestión de recordar las circunstancias del delamadridismo. Recibió el gobierno sin un centavo en la caja y con el precio del petróleo por los suelos, luego los temblores del 85 sacudieron los cimientos de su administración y, finalmente, el fraude electoral del 88. No, no es cosa de suerte.

Felipe Calderón nada dice, por ejemplo, de los precios extraordinarios del petróleo disfrutados tanto por su administración como por la de Vicente Fox. Ambas gestiones hicieron sendos milagros, hay que reconocerlo: confeti del bono democrático y gasto corriente del petróleo. Puede el panismo tirarse de los cabellos ante la posibilidad del retorno del tricolor a Los Pinos diciendo que regresan 70 años de corrupción, pero la estancia albiazul en esa residencia no se distingue por 12 años de honestidad y muchísimo menos por haber emprendido la reforma del poder.

En el fondo, la estancia del albiazul en la residencia presidencial tuvo por base los cimientos puestos por el tricolor. En sentido real y figurado, Fox y Calderón sólo redecoraron la residencia a partir de la estructura que encontraron y dejaron. Ambos personajes encarnan la alternancia sin alternativa y, por ello, no es esta la hora de venir con el cuento de que no se pudo lo que se quería por la mala suerte.

Por eso, porque el país no puede pensar en esta elección como una más, ni ir a las urnas para después ver cómo nos va, es preciso presionar definiciones y participar para no esperar a ver qué se les ocurre. De ocurrencia en ocurrencia, el país ha olvidado las ideas.

A la campaña le restan tan sólo 68 días, no más. En los 22 días transcurridos, bien o mal, los candidatos han hecho lo que quieren. Enrique Peña mantenerse donde se encuentra, rogando que la campana de cristal resista y lo conserve en esa atmósfera controlada, sin exponerlo a la intemperie. Josefina Vázquez Mota, después del supuesto golpe de timón, reza por encontrar el rumbo antes de encallar, sin darse cuenta de que su barco -el partido y el gobierno- hace agua por todos lados y aunque intenta decir que peor está el transatlántico de Enrique Peña hasta la estela de éste la bambolea. Andrés Manuel López Obrador rema y rema en su cayuco perdonando a todos los que tiempo atrás no le ayudaron; ahí va, avanzando poco a poquito, pero sin mirar la hora y está por ver si su estrategia le da para competir con el puntero.

Lógicamente, cada uno pretende desarrollar la estrategia diseñada por sus equipos y, en esa medida, quiere que se oiga lo que dice y se vea lo que escenifica, sin escuchar lo que el país reclama y sin comprometerse a hacer lo que el electorado diga. Se empeñan en actuar frente auditorios seguros y afines y mirar al futuro como la gran meta, sin que lo imprevisto o el presente les metan ruido.

Se ven a sí mismos como grandes estadistas que no han tenido la oportunidad y que, con el voto y nada más, demostrarán cuán dotados y talentosos son.

De ahí, la urgencia de sacudir a los candidatos presidenciales para verlos de cuerpo entero, tanto a ellos como a sus equipos y a las bancadas parlamentarias que proponen. Y, en esto, increíblemente, la autoridad electoral poco ayuda. El IFE y el tribunal han caído en un garlito: fincan su interlocución con los candidatos y los partidos y no con el electorado al que supuestamente sirven.

Curiosamente, la anteprecampaña, la precampaña y la pausa electoral resultaron más significativas que la campaña. Ahí, se vio a los candidatos y a los partidos con muchísimo mayor nitidez. Como todavía no tenían pleno control de las variables, fueron mucho más claros sus aciertos y sus errores, sus virtudes y sus vicios, su mezquindad y generosidad. Sin querer, dejaron al electorado verlos mucho mejor.

Ahora están en la etapa de la propaganda mediática avasalladora y la presencia pública, pero con auditorios seguros y afines o, bien, como el PAN, ensayando la propaganda negra fincada en mostrar el error ajeno y no el acierto propio. Por eso, es menester sacudirlos y ponerlos contra la pared.

Lo imprevisto o las variables fuera control son lo que está provocando las definiciones -verbigracia: la expropiación de Repsol en Argentina, la visita papal o la del vicepresidente estadounidense, el encaramiento por parte de electores solitarios-, es menester entonces traerlos al terreno del electorado, no dejarlos en la cancha diseñada por sus estrategas.

Preguntarles y preguntarles, llevarlos a más debates, encararlos, desbalancearlos para verlos reaccionar al natural, sin guión ni escenografía. No puede ser ésta una elección más, tiene que ser distinta.

No se trata de votar y, después, ver cómo nos va.

Sobreaviso@latinmail.com

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