Muchos esperarán a que Los Reyes Magos cumplan sus deseos.
Como cada año, Santa Claus hizo su mejor esfuerzo por cumplir uno a uno los anhelos de diversión expresados en juguetes que le comunicaron los niños en cartas y globos, o a través de sus papás, los mensajeros celestiales por excelencia de tantos menores.
Por esa Luna que anoche sacó su vestido reluciente se vio pasar a Papa Noel con su traje nuevo, hecho a mano por la señora Claus, y a su trineo jalado por Rodolfo el reno, el de la nariz roja que alumbra el camino de tan conocido personaje.
Fueron muchos pequeños quienes al despertar miraron junto al árbol de Navidad el obsequio solicitado, o parte de la interminable lista plasmada en la carta que suelen hacer, porque un niño que entra a una juguetería a escoger un obsequio, quiere arrasar con todo.
Otros no recibieron los regalos. Muchos porque no suelen pedirle nada a este personaje bonachón y simpático que deja a su paso el sonido del paso de su trineo o uno que otro “jo-jo-jo”, pero es más conocido en el país del norte, y esperarán a que Los Reyes Magos cumplan sus deseos.
Las razones son diferentes, como es el caso de Lucía, de 13 años, entrevistada en el Parque de los Venados, al sur de la ciudad, quien a pesar de no haber recibido ningún obsequio no parece triste “Seguro a mi edad, tiene que pensar en los más chicos”, explica con una pícara sonrisa que lo dice todo.
Aún es pequeña, pero pronto será adolescente y entonces, quizá, hasta sueñe con un novio y difícilmente se conformará con Kent, el compañero de Barbie.
Santa Claus tiene razones diferentes. No busca, por supuesto, lastimar a nadie. Pero son tantos...Ya pasaron la edad, se cambiaron de casa, los duendes no terminaron los regalos, se les acabó el dinero para comprar los que faltaban, qué se yo.
En la Alameda del Sur juega Mariana con sus hijos. Son cuatro. “Apenas unas pelotas y unas cuerdas parar saltar en Reyes”, se le comunicó desde el cielo, dice mientras se muerde el labio inferior en señal de impotencia. “Qué quisiera yo, no nos alcanza a veces ni para comer bien”.
Los niños, si lo resienten, no lo demuestran. Están trepados en los juegos de plástico y madera del lugar.
Una pijama, cuatro muñecos de thundercats, unas estampas de Star Wars, dos legos de playmobil, y todavía faltan los Reyes, explica Arturo Pérez al preguntarle sobre los obsequios que Santa le trajo, luego de bajar de un carrito de corriente en el mismo parque.
La vida parece injusta. Quizá para muchos lo es, pero haya llegado Santa Claus o no a las casas, si es que hay casas o árboles de Navidad en ellas, nadie le quita a los niños su derecho de soñar, de sonreír, de gozar, aunque sea en una banqueta.
En los alrededores del lugar, donde dos indígenas otomíes preparan a sus hijos tacos con sal y refresco de cola para almorzar. Ellos se avientan tierra. Están jugando a la guerra. Quizá hayan logrado ya conquistar el Universo...