Se perdió el control
Basta un segundo para modificar el momento, el día o la vida entera. Una falla en el autocontrol puede arrojar a la persona a una experiencia desagradable y a consecuencias inesperadas. Afortunadamente, la prevención de ese instante está a la mano y su costo es mínimo.
Uno de los recursos conductuales más importantes para la supervivencia de un animal es la agresión, a manera de ataque y defensa ante todo lo que amenace la propia vida o la de sus críos, sea como búsqueda del alimento o respuesta por la presencia del depredador. El animal humano va más allá, al ejercer la conducta violenta como alternativa de reacción cuando la situación lo ‘amerita’.
Es muy amplio el abanico de escenarios ‘propicios’ para que la violencia se desencadene, y en el que casi cualquier cosa es una ‘razón perfecta’ para ello, pues depende de la percepción del individuo o de su grupo social. Entre muchas otras excusas se encuentran: un insulto, una mirada, un gesto, un movimiento brusco, un contacto accidental. También, súbitamente pueden volverse un pretexto ciertas características de los demás: el género, el color de la piel, la orientación sexual, la preferencia política y la edad. La agresión suele tener un límite natural cuando se suspende el estímulo que la origina. La violencia se sigue de frente como medio para la conquista del poder en cualquiera de sus sentidos y concreciones (económico, político, familiar). En la frontera entre agresión y violencia se ubica el riesgo personal de perder el control sobre las propias decisiones y provocar las conductas consecuentes.
TRAS EL DESCONTROL
Cinco autores nos acercan a las características psicológicas de la pérdida del control, la cual puede llegar a presentarse incluso en quienes usualmente son conocidos por mostrar un carácter de lo más tranquilo, sorprendiendo a aquellos que les rodean por el repentino estallido.
Solomon Asch identifica la presión social como un factor significativo en la toma de decisiones extremas, aun en contra de la convicción individual y de la evidencia actual. El ambiente donde se desenvuelve un sujeto o población es importante: un entorno amenazante y violento mantiene alerta a la persona, bien dispuesta para el ‘contagio’ de la pérdida del control y del ejercicio de la violencia. Mientras que Stanley Milgram profundiza en la obediencia a la autoridad, que en condiciones extremas manifiesta la pérdida del control a través de la obediencia destructiva o desafiante, en donde se inflige dolor o se causa daño al otro sólo porque la figura de autoridad así lo ordena. Dicha figura puede ser interna (el propio individuo) o externa: los padres, los jefes, las leyes, e incluso la divinidad.
Hannah Arendt advierte sobre “la banalidad del mal”, entendida como el riesgo presente en cualquiera de perder el control sobre sus decisiones y conductas, en especial cuando se focaliza en la acción actual más que en las consecuencias del hecho. Por su parte, Philip Zimbardo identifica el “efecto Lucifer” en un sistema social que promueve la competencia extrema, la injusticia y la corrupción, como caldo de cultivo para transformar a un ‘ángel’ en un ‘demonio’ mediante la conformidad, la obediencia y la disolución o merma de la identidad individual.
Finalmente, Daniel Kahneman señala al pensamiento intuitivo como protagonista de la vida humana ordinaria y precursor de una toma de decisiones basada en los sentimientos y recuerdos asociados al momento que se vive, sin activar el pensamiento racional que es el adecuado en un ambiente de incertidumbre. La pérdida de control está vinculada a la reacción intuitiva, rápida y automática.
LAS SUSTANCIAS EN CONTRA
No sólo lo psicológico está detrás del control que se escapa de las manos. Hoy se explica la agresividad desde la complejidad de una neuromodulación múltiple, es decir, la conjunción de diferentes sustancias cerebrales en la generación de ciertas conductas humanas. Entre los factores físicos de la pérdida de control se encuentran las hormonas sexuales como los andrógenos y en específico la testosterona; las suprarrenales, como la corticosterona; y los neurotransmisores, como la noradrenalina y la dopamina. Entre estos últimos, interviene también la serotonina, cuya disminución se asocia con un menor dominio de la impulsividad.
Afortunadamente hay un gran avance en la comprensión neuroquímica de la conducta, mismo que ha impactado en la psicofarmacología y que permite disponer en nuestros días de los mejores medicamentos psiquiátricos de la Historia.
MUNDO QUEBRANTADO
Una primera forma de prevenir la pérdida de control es la visualización de sus consecuencias. El escenario al que ingresa la persona está marcado por la incertidumbre, lo cual activa los factores psicológicos y físicos mencionados: presión social, obediencia destructiva, focalización en el hecho, conformidad y disolución de la identidad individual, protagonismo del pensamiento intuitivo; aumento de testosterona, corticosterona, noradrenalina y dopamina, y disminución de serotonina. Esta simple descripción del lugar advierte sobre la inminente y probablemente catastrófica desaparición del “mango de la sartén”.
A partir de este momento todo ser humano juega como visitante, ya que ingresa a un estadio ajeno, con un clima amenazante en el que no se puede “dar brinco sin huarache” y en donde lo inimaginable puede suceder. Esa línea se cruza en un segundo y en muchas ocasiones no hay retorno: al matar “sin querer” a alguien, ser querido o desconocido; al violentar al otro, física o psicológicamente; al traicionar la confianza laboral, conyugal o financiera; en general, al incursionar en el ámbito del delito con la vivencia de los procesos judiciales, y de lo no saludable con la experiencia de la atención psicoterapéutica y psiquiátrica.
Perder el control incrementa las probabilidades de perder la vida tanto en sentido estricto como amplio, al fracturar la imagen, las relaciones con los demás, la continuidad del empleo, la buena fama, los niveles de satisfacción y la autorrealización, además de poner en riesgo la salud física y mental, así como la propia vida y la de los demás. Con la claridad de estas cuentas, perder el control es un pésimo negocio.
RECUPERE LAS RIENDAS
¿Se imagina como protagonista de semejante ‘película’ dramática y de terror? ¿Ya se han dado las primeras incursiones? ¿Ha sentido cómo sus reacciones quedan en manos del enojo? Una respuesta afirmativa incrementa la necesidad de buscar el acompañamiento desde la Psicología y la Psiquiatría.
El profesional aporta la perspectiva del pensamiento racional sobre la problemática vivida, permite reconocer y ampliar el horizonte de alternativas de solución, acompaña la toma de decisiones en momentos de incertidumbre e incrementa las probabilidades de mejorar la calidad de vida.
Un cerebro descompuesto y un pensamiento intuitivo son las peores herramientas para atender una urgencia significativa y los mejores catalizadores para perder el control.
Correo-e: JuanManuel.Torres@iberotorreon.edu.mx
Fuentes: Eichmann in Jerusalem: a report on the banality of evil, Arendt, Hannah (1963); Effects of group pressure upon modification and distortion of judgements, Asch, Solomon (1958); Pensar rápido, pensar despacio, Kahneman, Daniel (2012); Behavioral study of obedience. Journal of Abnormal and Social Psychology, Milgram, Stanley (1963); Bioquímica de la agresión. Psicopatología clínica, legal y forense, Ramírez, J. M. (2006); El efecto Lucifer, Zimbardo, Philip (2008).