Conociendo mi afición por Carlos Fuentes, Chacha, mi hermana, me habló a media mañana sólo para decirme: "Acaba de morir Carlos Fuentes". Me quedé mudo, ignoraba que estuviera enfermo y lo ignoraba porque no lo estaba. Me invadió una gran tristeza.
Como iba camino a Saltillo, me comuniqué con mi amigo y hermano Jesús Cedillo, para decirle que "con más ganas teníamos que juntarnos a comer, como lo habíamos planeado, porque la vida se va muy pronto y había que brindar por la fructífera vida de Fuentes".
Así lo hicimos. Mi hermano llegó con un libro de Fuentes que contenía una bonita dedicación, pero confesó que no obstante haber estado platicando con el maestro en la Feria del Libro de Guadalajara, no tenía una foto con él.
Le presumí que yo tenía dos con él, cuando presentó en Saltillo: "La región más transparente", precisamente al cumplir cuarenta años de haber sido publicada. Y esa presentación la hizo con mi libro, pues se lo facilité gustoso para tal efecto a condición de que me lo devolviera dedicado.
Fructífera vida la de Fuentes, pues nunca dejó de producir. Precisamente decía que su secreto para una buena vida era ése: "Cuando llega uno a cierta edad o se es joven o se lo lleva a uno la chingada". "Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente". Y así lo hizo. En la imprenta está: "Federico en su balcón", e iba a comenzar a escribir: "El baile de centenario".
Sesenta libros escritos que iban desde narrativa y novelas, hasta ensayos políticos. Nunca dejó de colaborar para periódicos ni de impulsar a los nuevos creadores. Leía todo lo que le hacían llegar los nuevos escritores y los ayudaba a publicar cuando, si era el caso, necesitaban una recomendación de calidad.
Fuentes fue un hombre universal que desde muy temprana edad empezó a vagar por el mundo, a conocer otras culturas y a dominar otros idiomas.
Fue un hombre galante, siempre bien vestido con sacos de lino y oliendo a lavanda. Piel bronceada y conversación subyugante. Amante del box y un "Enfant Terrible" con las mujeres, que con sus conocimientos, su poder de seducción y hablándoles en francés, se derretían sin remedio.
La región más transparente; Aura; La muerte de Artemio Cruz; y El espejo enterrado; son sólo algunos de sus libros más conocidos, pero tiene muchos más cuyo hilo conductor es su amor a México y a su historia.
Desde muy joven convivió con escritores de la talla de Alfonso Reyes y aprendió de ellos lo que sería el oficio de su vida.
Habrá quién pueda decir que, por mucho que se le reconozca a Fuentes, nunca ganó el Nobel de Literatura, pero la respuesta la daba él mimo: "Para qué lo quiero ganar si ya lo gané, mi generación ya lo ganó con García Márquez".
Y en efecto, porque la Academia del Nobel, veleidosa e interesada como es, se lo ha negado a otros grandes escritores, como Borge y no por ello, pierden su categoría de grandes.
Seguramente al mismo tiempo que Jesús y yo brindábamos en Saltillo por la vida de Fuentes, en algún lugar del mundo su amigo, el Gabo, hacía lo propio, pues esa es la forma en que se despide uno de los grandes afectos.
Y hasta el último momento Fuentes mantuvo su elegancia y categoría. Sus cenizas van a ser depositadas, no en cualquier lugar, ni en cualquier panteón, sino en Montparnasse, en el corazón de París, en medio de ese pueblo francés al que tanto amó.
Por lo demás, digo por él y por todos los que se han adelantado: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".