Entender nuestro momento es el inicio para resolver los acuciantes problemas que enfrentamos en este año electoral. De nuestra información y actitud que adoptemos depende la rapidez con que logremos nuestro desarrollo integral.
Los que aprovecharon esta Semana Santa para reflexionar y no sólo a críticar y lamentarse sobre la situación nacional, quizá tomaron en cuenta las crisis que agobian a muchos países europeos como Grecia, Irlanda, España e incluso Francia y el Reino Unido, cuya situación es mucho más grave que la nuestra. El desastre financiero y económico y la pérdida de empleos socava los niveles de vida de millones de personas que se habían acostumbrado a privilegiados hábitos de consumo. Los draconianos remedios son tan insoportables que las violentas protestas callejeras sólo se acallan con acción policial y arrestos. No son protestas de ciertos grupos, sino enérgicos rechazos de sociedades enteras contra sus gobernantes. El escenario también se da en Estados Unidos.
Esos pueblos habían vivido la vía fácil de dadivosas políticas soslayando el problema básico de improductividad nacional respecto a las crecientes demandas consumistas. Se le ocultaba a los electores y éstos, siempre exigentes, en su engañosa sensación de seguridad económica personal y nacional, perdieron la cuenta de la brecha que se abría entre el endeudamiento colectivo y la capacidad de pago. Confiados en la comodidad de sus avances económicos y culturales, producto de largos años de sacrificios para reconstruir los estragos de guerras devastadoras, ahora sufren crisis que tardarán décadas para recobrar calidades de vida.
Costará trabajo romper moldes y emprender la ruta propia de desarrollo. Significa desengancharnos de los paradigmas consumistas que hemos adoptado de nuestro poderoso vecino al norte. La dependencia mental se manifiesta en casi todas las expresiones de nuestra vida personal y social. Ahora nuestras decisiones personales y colectivas dependen de oportunidades de empleo en los Estados Unidos; nuestras decisiones educativas se expresan en los títulos obtenidos en universidades y centros de capacitación europea y norteamericana; las decisiones sobre el trato a la industria y agricultura y desde luego al comercio exterior han de coincidir con la OMC; decisiones en materia de marcas, estilos y hábitos de consumo en ropa, comida y pasatiempos. La influencia norteamericana es diaria y corresponde precisamente al tipo de desarrollo que escogimos hace veinticinco años y confirmamos en 1994.
El camino de México no tiene que ser el de Estados Unidos o de Europa ni tiene que esperarnos su misma suerte. Nos corresponde una ruta distinta hacia el desarrollo y el bienestar. La receta que ha aplicado un número creciente de países "emergentes" exitosos que partieron de un desesperado subdesarrollo para arribar a altos ingresos per cápita, niveles educativos y vigorosas clases medias es simple: fijar metas posibles y cumplirlas con concertada tenacidad nacional.
En lugar de seguir el comportamiento de países aquejados de lastres que los debilitan, tenemos que emparejarnos, con estrategias para un desarrollo propio, a los países emergentes que nos están ganando en la carrera como India, Rusia, Brasil, China, Sudáfrica que están compartiendo estrategias y dentro de pocos años superarán a los que hasta ahora han dominado los escenarios.
La coyuntura internacional es semejante a la de UNCTAD de 1964. El tercer mundo tomó decisiones propias y emprendió su propia ruta. Hoy, parecería que la globalización sólo favorece a los países hegemónicos. Pero no es así. Hay que reconocer el signo de los tiempos y aprovecharlos. Reflexionemos en todo esto, pero no demasiado...
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