Ubicación. La Guajolota está a unos mil 900 metros sobre el nivel del mar, en la comunidad indígena de Santa María de Ocotán y Xoconostle.
Llegó el día en que los indígenas fueron a los manantiales y ya no encontraron agua. Sólo había tierra y lodo. La ruta que los ancestros tepehuanos siguieron durante siglos hasta donde brotaba el vital líquido, cambió por caminatas de hasta cuatro horas para llegar a los ríos, convertidos en charcos de agua maligna.
Con la sequía de casi 20 meses no sólo cientos de familias indígenas sufrieron sed, sino que germinaron problemas como epidemias, desnutrición y se acentuó aún más la pobreza.
En esta zona donde existen disputas entre habitantes de los diferentes poblados por los manantiales, el agua se convirtió en el elemento más escaso a pesar de ser considerada históricamente como la región más rica en cuanto a captación de lluvias en Durango.
el artesano
El piloto pregunta molesto por qué no nos están esperando. El viaje se planeó hace días pero el destino se eligió casi por subir a la avioneta, por eso nadie nos espera. No puede aterrizar. Vacas y burros no dejan de tomar agua de los charcos que quedaron en la pista de La Guajolota, por el aguacero de anoche. "Dijeron que los iban a estar esperando; no hay nadie esperándolos", dice el piloto mientras vira la avioneta sin avisar.
Tres, cuatro, cinco vueltas y el ganado por fin se va. Aterrizaje brusco y sin novedad.
Santos Morales parece esperar a que termine de amanecer. No es que esté descansando, la media hora de caminata en medio de la Sierra desde Las Aguilillas son poco para esta raza acostumbrada a andar largas jornadas. En realidad espera que abran la tienda de Diconsa para comprar algo de despensa.
Las Aguilillas es uno de los poblados que conforman la comunidad tepehuana del municipio de Mezquital, pero sólo hay casas; por eso las casi 40 familias que viven ahí tienen que ir hasta La Guajolota a comprar comida o a la escuela. Para estas fechas del año pasado, Don Santos sembró maíz, frijol y calabazas en las tres hectáreas donde vive. Pasaron las semanas y el granizo, la sequía y las plagas acabaron con la cosecha.
"No hay qué tomar, no hay qué comer porque no llovió". Don Santos cruza la pierna. Los huaraches de cuero se ven igual de macizos que sus pies; en general, transmite una serenidad que contrasta con su fortaleza. Es de las personas de mayor edad y es el único hombre de los anexos de La Guajolota que todavía viste pantalón y camisa de manta, pañuelo al cuello, sombrero de soyate y morral: indumentaria típica de los tepehuanos.
Mantener las tradiciones salvó a Santos Morales de la pobreza extrema. En los meses en que la sequía lo dejó sin cosechas y secó los manantiales, se dedicó hacer artesanías de madera, como le enseñaron sus antepasados. Hizo bancos, vasijas, cucharones, vasos. Las vendió en la cabecera municipal y en la capital de Durango, para alimentar a cinco hijos, su esposa y él.
Don Santos es de las personas que van al arroyo a buscar agua para tomar, bañarse y hacer de comer. Dice que hubo un momento en que ya no corría el agua, había partes secas y algunos charcos. Pero como este año empezó a llover desde finales de mayo, ahorita el agua ya corre por el arroyo. Espera, ahora sí, poder cosechar. Abren la tienda y Don Santos se va.
los padres compran basura
La lluvia de anoche refresca la mañana. Aún hay nubes por las montañas cercanas. El aroma a pino y a tierra mojada se mezcla con el olor a humo de los fogones, que para esta hora ya calientan las tortillas y los frijoles. No hay para más. Por eso los indígenas tepehuanos tuvieron que recurrir a una ayuda casi celestial.
Fray Fernando nos recibe con una sonrisa de quien rara vez ve caras distintas. Hace más de un año que empezó un plan para ayudar a los indígenas que se quedaron sin comer por la sequía: trueque de un costal con envases de PET a cambio de un artículo de la canasta básica. Una cruzada que el franciscano bautizó como Planeta Tierra, Trueque por un Mundo Verde; pero los tepehuanos les llaman simplemente "oiñngan".
Fue así como habitantes de poblados cercanos comenzaron a llegar a La Guajolota cargando costales con envases de refresco, agua, leche, jugo y té. De pasada, limpiaron caminos, arroyos y ríos, de un material que los indígenas ignoran que se llama Polietileno Tereftalato, sólo les interesa que reciben a cambio un paquete de harina, sopa de pasta, aceite o azúcar por cada costal.
Por toda la región indígena de Santa María de Ocotán, a donde pertenece La Guajolota, comenzó a correrse la voz de que "los padres compraban basura"; entonces los indígenas llegaban de poblados o comunidades ubicadas a 10 o 15 horas de camino a pie.
Calzando sus huaraches de cuero y ataviado con el hábito franciscano, Fray Francisco nos guía hasta la parte posterior de la Parroquia Tepehuana de Nuestra Señora de Guadalupe, al pie de una colina. Ahí yacen miles y miles de envases de PET en espera de ser cargados a un tráiler y luego transportarlos a la ciudad de Durango, para ser reciclados. Son montones de envases y eso que ya han despachado cuatro tráilers repletos, cargados con seis toneladas en cada uno.
Fue tal la respuesta del trueque de Fray Francisco, que pronto la Parroquia se quedó sin productos para intercambiar. Tuvo que viajar a la capital duranguense para pedir apoyo al DIF Estatal y obtener los artículos de la canasta básica, para intercambiarlos a los indígenas a quienes incluso ya hasta les adeudaba.
A pesar de que las lluvias se normalizaron desde finales de mayo en La Guajolota, hay comunidades que aún padecen la sed y la falta de alimentos; por eso Fray Fernando sostiene que el oiñngan seguirá hasta que ya no haya más hambre ni más basura.
En 2011, según comenta el fraile, un costal de maíz podía costar entre 600 y 800 pesos en los poblados más recónditos de la región tepehuana; por eso los indígenas no podían comprarlo. Esto, aunado a que los "ojos de agua" ya no la dieron, llevó a los indígenas a una situación crítica en cuanto a desnutrición y deshidratación. Pero eso lo explicarán los médicos más adelante.
Una cruz de madera con polígonos y colores indígenas se yergue en la puerta de la Parroquia; la gente se asoma por la puerta para ver a los mestizos que recorren La Guajolota con cámaras y libreta en mano.
Las mujeres mayores son las únicas que portan sus vestidos multicolores, de olanes y manga larga. La mayoría de las niñas menores de 12 años ya se olvidaron de la tradición y visten pants o pantalón y playera. Algunas más usan tenis deportivos mientras juegan basquetbol con los niños.
"agua cruda"
En el primer trimestre del año pasado fue tal la rudeza de la sequía, que la gente bebió de los charcos que quedaron cuando el agua escaseó en las montañas. Esto desató una epidemia de gastroenteritis que afectó, principalmente, a los niños.
Hace 13 años que Isidra Loya llegó a trabajar al Hospital Integral La Guajolota. Desde entonces, no le había tocado vivir una epidemia de esta magnitud en la región indígena. Sus ojos cafés muestran sorpresa mientras su boca gruesa platica que el hecho de tomar "agua cruda", directo del contacto con la tierra, ocasionó cuadros graves de deshidratación y desnutrición al grado de que llegaban en shock.
José Antonio Martínez agrega que la gravedad de esos pacientes obligó a trasladarlos inmediatamente al Hospital General de la ciudad de Durango, para su atención médica. Como enfermero del nosocomio, refiere que ocurrían entre seis y ocho casos de este tipo al mes.
Pero la gravedad de los pacientes también obedecía a las creencias de los indígenas, quienes primero preferían ir a consulta con los curanderos y perdían tiempo valioso en probar su medicina "tradicional", mientras la enfermedad avanzaba; al ver que los pacientes empeoraban, los mismos curanderos sugerían, entonces sí, llevarlos al Hospital. Ninguno murió.
Mientras termina de tomar su café en el tarro más grande del Hospital, José Antonio asegura que desde que empezó a llover, los casos de gastroenteritis disminuyeron de manera considerable.
el corazón
Una camioneta casi sin gasolina y con el parabrisas quebrado por una pedrada, nos espera para ir a Santa María de Ocotán, a unos ocho kilómetros de La Guajolota por una terracería que más bien es el camino de un cerro desbaratado. El joven que conduce la camioneta recuerda que hace ya varios meses la gente del pueblo se acabó las truchas del lago, porque no había de otra para conseguir comida. Es el único momento en que su sonrisa natural se desvanece.
El bamboleo hace pensar que la troca se va a partir en dos a mitad del camino, mientras los arroyuelos que pasan al lado vuelven a llevar agua después de meses que sólo acumularon basura. Al bajar por una pendiente tomamos la calle principal de Santa María de Ocotán.
Este es el corazón religioso y espiritual de la comunidad indígena tepehuana de Durango. Ese misticismo puede palparse en el silencio que recorre las chozas ceremoniales del pueblo, se pasea por las cruces de madera que nadie sabe por qué están en cada esquina, se cuela entre las puertas de madera de las casi 100 casas del pueblo, e inunda el bosque que es intocable para los taladores desde hace más de una década.
Eliodoro Ramírez vive enfrente de la iglesia donde veneran a la Virgen de Guadalupe y a los santos Juan, Santiago y Antonio, a la que no pueden entrar los que no estén "purificados". Hace años que puso una carpintería en su casa y por eso cuando platica de la sequía casi no nos voltea a ver, pues está reparando una sierra eléctrica que necesita para trabajar. Pero dice que se murieron muchas vacas y otras mejor las vendieron.
Para los que tienen camionetas fue más fácil acarrear agua de los arroyos, porque también los manantiales de Santa María de Ocotán se secaron. Otros tenían que caminar arriando un burro en el que cargaban las cubetas llenas de agua.
Hace apenas unos días que Carmelo Mendoza regresó de Nayarit de piscar tomate y chile. Dice que con los 150 pesos al día que le pagaron en tres meses, le alcanza para mantener a sus cinco hijos y su esposa en lo que resta del año, hasta la próxima cosecha. Así logro sortear la crisis por la sequía del año pasado, porque en Santa María de Ocotán no hay más trabajo.
Se nota despreocupado. Lo encontramos sentado en el marco de la puerta de su casa de madera, vistiendo pantalón y camisa de manta, huaraches de cuero y sombrero ranchero, con una mano en el mentón como pensando. Así mismo lo dejamos.
Esta es la tierra también de Eulogio Ciriano Flores, padre del líder indígena Perfecto Ciriano; tierra donde hay tendido eléctrico pero falla la luz un día sí y otro también. Un pueblo donde pusieron las planchas para instalar tinacos gigantes para suministrarles agua potable a los indígenas, pero hasta mediados de junio no había ni tinacos ni agua. Donde hay tierras para sembrar pero falta dinero para barbecho, porque los tractores les cobran 600 pesos por hectárea; donde pusieron mangueras para "jalar" agua desde los manantiales, pero en unos días se las robaron.
Cuando la avioneta despega ya no hay animales atravesados en la pista. El sol de la tarde empieza a calar y a evaporar los charcos de la noche anterior. Conforme tomamos altura se ven delgadas venas de agua café turbulenta, que significa que las lluvias ya escurren por los arroyos y ríos. Esto podría significar el fin de la sequía en esta parte de Durango, donde a pesar de que las nubes conviven a diario con las montañas, un día el agua dejó de correr.