Los políticos sirven a la rex pública. Son un instrumento de una comunidad nacional. Por encima de ellos está ese necesario punto de encuentro ciudadano a partir de un pasado, de un presente y sobre todo, de un futuro compartidos. A eso se llama nación. Del encuentro surge su fortaleza. Las naciones no son monolíticas, es imposible y no es deseable. La democracia -con todas sus imperfecciones- es el mejor mecanismo que el ser humano ha encontrado para construir encuentros, para construir naciones. La secrecía, la soledad en la urna frente a la boleta, es uno de los grandes inventos del ser humano. Quitemos los nombres de 2012 del camino. Ellos entran y se van. Pero los ciudadanos nos quedamos a vivir en un país, en medio de una nación.
Los mexicanos -esa abstracción que se logra a través de la estadística- somos muy orgullosos de nuestro pasado (lo que nos une y lo que nos divide; Banamex-Fundación/Este País) pero muy rencorosos con el presente que entre todos hemos edificado. Poco decimos de ser uno de los países más extensos del orbe. Olvidamos que en un siglo la población pasó de 10 millones de habitantes a 115 o que en 1930 la esperanza de vida era menor a los 40 años y hoy se aproxima a los 80. El país de analfabetas lentamente ha sido enterrado.
En las descripciones censales ya no se usa el tipo de calzado (descalzo, huarache o zapato) como una tipología para leer al país. Volar de Tijuana a Mérida hoy es un mero trámite. Que el 98% de los hogares tenga energía eléctrica ya no es noticia. Que seamos un país con la mayoría de su población laboral en la industria y los servicios sólo se logró después de un largo camino hacia el desarrollo. Que la red carretera abrace a todo México es algo que damos por hecho. Que la construcción de escuelas primarias ya no sea un reto nacional -como lo fue por décadas- es algo que no pasa por la cabeza de las nuevas generaciones. ¿Quién construyó este país si no los mexicanos?
Nos cuesta mucho trabajo aceptar que no lo hemos hecho tan mal y que si hacemos las cosas bien el país puede estar en el umbral de una etapa de crecimiento y fuerte disminución de la pobreza. Todo indica que México podría ser una de las primeras quince potencias económicas del mundo con una gran capacidad exportadora. Pero no sólo los logros materiales deberían enorgullecernos. También están ahí lo que algunos autores llaman los intangibles, las instituciones. Los sistemas de seguridad social -que ya le quedan chicos al país- o las instituciones financieras que nos permiten hoy sortear dignamente los vendavales internacionales, son sólo dos ejemplos.
Y, por supuesto, allí está esa democracia cada vez más consolidada que se pavoneó el domingo ante los ojos expectantes del mundo. Nunca tantos mexicanos fueron a las urnas, nunca antes la proporción de mujeres candidatas había sido tan alta, nunca tantos jóvenes votaron por primera vez, nunca antes habíamos tenido una vigilancia cruzada entre partidos tan extensa, casi el 100%. Nunca antes la reglamentación y vigilancia de los medios (excesiva en varios sentidos) había sido tan severa, nunca antes visitaron a México tantos observadores internacionales. Pero en 2012 muchos nos visitan para aprender y no para sugerir. El riesgo mayor, que la violencia impidiera la jornada electoral, por fortuna no hizo su aparición. El IFE demostró que es una gran institución, consejeros incluidos.
Regresemos al inicio. La democracia sirve para construir y fortalecer a esa nación que demanda una visión compartida del futuro. Allí es donde surgen las mezquindades con nosotros mismos. Los que se imaginaron que la democracia mexicana pasaba por la desaparición del PRI se equivocaron. Cómo interpretar las decenas de millones de votos a favor de ese partido, qué decir de la reiterada recuperación de plazas. La transición mexicana es inexplicable sin el PRI. O acaso ahora resulta que todos esos millones están equivocados. El razonamiento es ofensivo. Esos opositores, y en ocasiones fanáticos antipriistas, deben de releer con cuidado su interpretación de nuestra historia reciente. También la izquierda debe hacer un análisis crítico de sus resultados. Cinco contiendas presidenciales perdidas no es un buen record. Bien por el D.F., mejor por Tabasco y Morelos, abren esperanzas.
La pluralidad y el carácter incluyente de toda democracia, obliga a contener fobias. Lo más importante es la nación, las metas compartidas. Disminuir la pobreza extrema. El obligado sistema universal de salud. Financiar las pensiones, la educación de calidad, la reforma hacendaria, la modernización del sector energético y de la legislación laboral. La lista de marras. La colaboración de las tres fuerzas políticas nacionales es obligada. Sólo así obtendremos el México más justo y próspero que nos merecemos. No perdamos más tiempo. Hoy tenemos una democracia fuerte y una nación débil. Que los políticos hagan su trabajo y sirvan a la nación.