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Sida: tres décadas

ARNOLDO KRAUS

Han transcurrido tres décadas desde la descripción del primer caso del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida).

Con el sida suceden dos fenómenos. La primera lectura es halagüeña: Gracias a que el Sida ha concitado esfuerzos humanos, económicos y políticos, mucho se ha logrado. La segunda expone realidades crudas: en algunos países de África subsahariana la expectativa de vida continúa reduciéndose, la enfermedad se ha feminizado y los menores de edad siguen infectándose. Las enfermedades, y sobre todo las epidemias, retratan, sin retoques, algunos acontecimientos societarios y mundiales. Los números retratan con exactitud.

Cifras crudas. A partir del primer caso de Sida, Onusida calcula que han muerto 30 millones de personas. En 2011, 35 millones de personas padecen la enfermedad o son portadoras del Virus de la Inmunodeficiencia Humana, VIH. Si se comparan los datos con las cifras de 2001, hoy hay 18% más enfermos. El número ha aumentado porque en muchas personas la enfermedad se ha controlado gracias al uso de los medicamentos retrovirales (éxito), y porque el número de nuevos casos siguen aumentando (fracaso). Cada día 7 mil personas contraen la enfermedad (más de 300 por hora). Comparar no siempre es odioso, a veces es necesario: en la Segunda Guerra Mundial fallecieron entre 55 y 60 millones de personas, cifra menor a la suma de los muertos e infectados que viven con sida.

Cifras esperanzadoras. En 2005 y 2006 fallecieron, cada año, 2.3 millones de personas. A partir de 2007, y hasta el año pasado, la mortalidad disminuyó: en 2011 murieron 1.7 millones. La terapia retroviral, cuando se usan genéricos, es más económica: en 2000 costaba 10 mil dólares por año, por persona; en 2011 cuesta entre 100 y 200 dólares anuales.

Cifras desconsoladoras. Aunque la atención ha mejorado deben aumentarse esfuerzos. En 2011 Onusida atendió 8 millones de personas, 54% de la población enferma. La población no tratada, casi la mitad, seguirá uno de los siguientes caminos: fallecerá por el VIH, por sus complicaciones, o por infecciones asociadas, como paludismo y tuberculosis, las personas que son portadoras del virus y no lo saben contagiarán a otras personas. De los 35 millones de portadores del VIH hay, 69% reside en África subsahariana. Insisto: comparar es obligatorio. En Occidente, la expectativa de vida rebasa los 80 años; en algunos países de África, como Zimbabwe, la esperanza de vida varía entre 40 y 45 años.

Cifras devastadoras. En 2011, del total de las nuevas infecciones, 40% correspondía a jóvenes entre 15 y 24 años, mientras que el número de mujeres duplicaba al de hombres. De los 35 millones de casos que viven en la actualidad, 3.4 millones son menores de 15 años. No huelga decir que muchos de los menores enfermos han perdido a sus padres, por la misma enfermedad, o por otras razones: ¿quién, cómo, con qué y por cuánto tiempo se ocupará de ellos?

Realidades crudas, desconsoladoras y devastadoras. Aunque existen datos prometedores -cifras esperanzadoras, vide supra-, a los que agrego la labor de Onusida y la sapiencia de los investigadores, cuyo esfuerzo ha devenido medicamentos eficaces, y con suerte, en el futuro, la vacuna contra el Sida, la enfermedad continúa exponiendo incontables estigmas y entuertos. La feminización de la enfermedad, producto del machismo, del difícil acceso de las mujeres, en algunas regiones del mundo a la medicina moderna, del abuso sexual, de la bisexualidad masculina y del uso de drogas en el hombre, ensombrece el panorama. Si a esa realidad se agrega la muerte temprana de algunas mujeres y la transmisión in útero o por lactancia, de la enfermedad a sus vástagos, el panorama se complica más. La feminización va más allá: en 2011, el número de nuevos casos fue el doble en mujeres mientras que 60% del total de enfermos son mujeres y niñas. Y agrego: la crisis no cede por el hecho que desde 2008, debido a los robos financieros globales, los donativos para la lucha contra la enfermedad no aumentaron.

Los organizadores de la XIX Conferencia Internacional sobre Sida (julio 2012, Washington) tienen esperanza. Dicen que si se suman esfuerzos políticos, financieros y científicos se logrará el fin de la epidemia. Lamento no compartir esa esperanza. Los esfuerzos financieros y políticos se dedican a salvar a banqueros y políticos, no a ciudadanos y no a científicos que deben buscar sustento y apoyo cada día para continuar sus investigaciones, sin olvidar la opinión de la Iglesia contraria al uso del preservativo.

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