Extraño a nivel mundial, y en la misma historia del futbol, que un equipo termine abucheado por su propio público después de ganar un partido. Para mi, este fenómeno que vivimos el sábado anterior en el TSM, tiene dos lecturas: si pienso bien (a pesar de que cuando se piensa mal, se acierta) puedo asumir que Benjamín Galindo sabía que el partido ante Querétaro ya estaba ganado; que era momento oportuno para cuidar al plantel, evitar el desgaste a sabiendas que Santos tenía un compromiso ayer miércoles ante Toronto y que el viaje se realizaría desde el lunes a las gélidas tierras canadienses. Que los Gallos Blancos comenzaron a pegar fuerte, a patear y que era innecesario arriesgar a los jugadores de más. Que con el 1-0 te basta para conseguir los tres puntos, y que se consiguen las mismas unidades ganando por la mínima diferencia que goleando 8-0.
Afortunadamente durante el segundo tiempo cae el segundo tanto santista (un auténtico golazo de Hérculez) pero aún así la afición sintió que el rival estaba a modo para destrozar al rival. Que si Querétaro se había quedado con nueve hombres, que era el último equipo en la tabla de calificación; que el visitante jugaba con portero suplente, entonces había que golear, proponer, atacar, aumentar el goleo, asegurar el primer lugar general, había que aprovechar las circunstancias del partido…
Ante estas dos posturas ¿quién tiene razón? Lo de Benjamín Galindo, expuesto así, parece hasta lógico, pero… Cambiemos la misma situación a una obra de Teatro en Broadway en la que uno como espectador batalla un poco para conseguir las entradas, paga por ellas, se traslada, lleva a la familia o a la novia y comienza la función. En la obra actúa el legendario Al Pacino, que garantiza un gran espectáculo y que históricamente ha deleitado a su público. Sin embargo, el primer actor sabe que dentro de tres días tiene que viajar a Los Ángeles para iniciar las grabaciones de su nueva película, y como esta noche el teatro ya está lleno, el buen Al Pacino decide no entregarse al cien a su papel, decide suprimir ciertos diálogos y en un momento de lucidez, prefiere guardarse y administrarse en su labor como actor, porque la semana que viene la carga de trabajo será muy pesada y ni para qué moverle. ¿el púbico que asistió esa noche al teatro/estadio, merece ese pobre espectáculo?
Lamentablemente se aplaudió mucho la declaración de Ricardo Ferreti cuando dijo que el futbol no es un espectáculo, sino una competencia. Si se cobra como espectáculo, espectáculo es lo que se debe ofrecer. Santos tiene todos los argumentos para evitar a toda costa caer en la mediocridad de ser un equipo resultadista.
Twitter: @AlexRodriguezSa