Q Uinientos son demasiados, pero rapaces e insaciables como son nuestros diputados, pesan el doble. Sí, son muchos, pero nosotros, la gente; somos muchos más. Somos millones los ciudadanos con el poder -todavía no ejercido- de ponerles límites y echar a los parásitos fuera de nuestras Cámaras. Somos muchos los que estamos hartos de tanto ignorante faltista y vividor; desgraciadamente destilamos nuestra amargura siempre en voz baja, siempre en nuestro pequeño ámbito sin que la indignación trascienda, porque apáticos, hemos aceptado vivir en la cleptocracia como si se tratara de un destino manifiesto.
Amodorrados, idiotizados por un sistema que escamoteó la educación y la democracia por décadas; empezamos apenas a reaccionar y hoy somos ya muchos los que estamos dispuestos a convertir nuestra indignación en acción. A imponer el poder ciudadano que en toda democracia bien consolidada (como puede ser la nuestra si nos lo proponemos) debe estar por encima de todos los poderes. Cierto que todavía no sabemos bien a bien por dónde empezar; pero después de todo, los ciudadanos responsables y comprometidos no nacen, se hacen. ¿Pero cómo? Pues así como nosotros, aguantando resignados hasta que un buen día nos levantamos con espíritu libertario y decidimos que ya basta, que ya tuvimos suficiente; y ese día empezamos a exigir a nuestros políticos el respeto y las cuentas que obligatoriamente nos deben entregar.
Ese día nos ponemos las pilas ¿y qué mejor que este año de elecciones en que volvemos a constatar la avidez con que tantos hombres y mujeres pelean como perros hambrientos una curul? Está bien, pensamos; ya me levanté indignado y dispuesto a cambiar las cosas ¿ahora por dónde empiezo? La verdad es que yo ando a tientas recordando aquello de "Caminante no hay camino, se hace camino al andar", "Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos puede cambiar al mundo. Es la única cosa que lo ha hecho", advirtió hace ya mucho tiempo Margaret Mead; y como no tengo duda de que sumamos millones los ciudadanos interesados en remediar tanta descomposición, empiezo por lo primero que se me ocurre que es transcribir para usted que está leyendo esta nota la reciente propuesta de enmienda a la Constitución Española porque creo que puede servirnos de inspiración:
"1)Cada diputado se considerará asalariado solamente durante su mandato y no tendrá jubilación proveniente de dicho mandato. 2)Cada diputado pagará su cuota al Seguro Social, participará de los beneficios dentro de ese régimen en las mismas condiciones que cualquier ciudadano y no tendrá derecho a contratar seguros privados pagados por el contribuyente. 3)Los diputados no tendrán derecho a votar sus salarios. Sus aumentos y prestaciones especiales deberán preverse en función de una serie de tablas como las que rigen para la ciudadanía. 4)Todo diputado deberá cumplir las mismas leyes que el resto de los ciudadanos. Su inmunidad cesará con el cese del mandato, y los hechos delictivos que haya podido cometer habrán de ser juzgados una vez que cese su inmunidad parlamentaria; sin que a efectos de prescripción, cuente el tiempo que haya ejercido como diputado. 5)Después de cumplir sus mandatos deberán irse a su casa y buscar empleo como lo hace cualquier ciudadano; porque servir en el Congreso es un honor, no una carrera".
La buena noticia es que muy pronto usted lector, recibirá la invitación a sumarse al pequeño grupo de ciudadanos comprometidos y afanados en la tarea de reducir sensiblemente el número de diputados mexicanos. Ojalá no dude en apoyarlos si es que usted se cuenta entre quienes nos sentimos agraviados por tanto cinismo y abuso. No es gran cosa, pero por algo tenemos que empezar.
Terminando esta nota estaba yo cuando interrumpí mi trabajo para ver en la tele el debate de los tres aspirantes panistas a la presidencia de la república. Los tres muy peinaditos y con la tarea bien hecha, acartonados y sin ninguna espontaneidad respondieron de memoria las preguntas. Los tres aseguran tener la solución para abatir la pobreza, elevar el nivel de educación y garantizar la seguridad. Los tres aseguran tener la fórmula económica que requiere el país y los tres insistieron en promover el voto para ellos y su partido. Total, más de lo mismo. Escuchándolos tan preocupados por decir su lección de corridito, se me vino a la memoria el debate en que Diego Fernández prácticamente desmechó a Ernesto Zedillo y a Cuauhtémoc Cárdenas, y años después, en el que Labastida se quejó porque Fox le dijo "la-vestida". Aquellos eran debates, lo que acabo de ver fue más parecido a los spots de campaña con que nos agobian a todas horas los partidos políticos.
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