¿Suertudo o inteligente?
Vivir con calidad es una aspiración significativa para la inmensa mayoría de las personas. La identificación del camino que conduce hacia ella es un paso fundamental para hacer realidad tal anhelo. De ahí que resulte esencial distinguir si es la suerte o la inteligencia la que nos conducirá a la meta.
Todos conocemos historias de éxito en gente con quien convivimos, ya sea de vidas marcadas por la buena fortuna o por los logros que coronan el esfuerzo, la perseverancia y el entusiasmo individuales. Ambos factores, la suerte y la inteligencia, uno externo y otro externo, juegan un papel en nuestra existencia ¿Cuál es la combinación ideal?
¡LOTERÍA!
El azar, entendido como “casualidad, caso fortuito”, es el suceso que se presenta sin la clara y explícita intervención de su protagonista, quien simplemente está en el momento y bajo las circunstancias propicias. Así se produjo la fecundación de todos los seres humanos, que en su forma natural implica la muerte de millones de espermatozoides y el ingreso al óvulo de uno en solitario. También se presenta en los sorteos, pues la adquisición de un boleto de rifa o de un cachito de lotería, incorpora al comprador al conjunto de los posibles ganadores, con una probabilidad pequeñísima de “pegarle al gordo”, aunque siempre suficiente para activar la esperanza de ser bendecido por la Diosa Fortuna. Con un sabor amargo, encontramos un dramático incremento de “sacarse el tigre” (como una enfermedad venérea) en quien tiene parejas sexuales múltiples.
Para vivir la alegría (buena suerte) o la tristeza (mala suerte) del evento fortuito no se necesita hacer algo, nada en especial, ni común ni extraordinario, el requisito único e indispensable es estar ahí. Dicha presencia puede elevar las probabilidades del suceso, aunque normalmente se quedan muy lejos de garantizar la ocurrencia (por ejemplo, la compra de dos billetes, aumenta levísimamente la probabilidad de ganar el premio mayor).
Gramaticalmente, el azar y la suerte son sustantivos y no tienen un verbo directamente asociado.
¡FELICIDADES!
Lograr es “conseguir o alcanzar lo que se intenta o desea”, es un verbo y está asociado al sustantivo ‘logro’. Anuncia el fruto del trabajo intencionado, de la acción intelectual, de la promesa hecha vida. Es el suceso que se presenta con la clara y explícita intervención de su protagonista, quien se entrega en la búsqueda del objetivo. Así se consigue un título universitario, una carrera técnica o se pasa de aprendiz a ‘maistro’, se abre un negocio o se presta un servicio. Es recomendable ofrecer lo mejor de sí, “todo el amor y todo el dinero”, y disfrutar al máximo el camino, manteniendo la dirección y alimentando un sentido para lo que hace.
El logro suele iniciar su camino a través del sueño, la ilusión o el propósito de la persona interesada. Desde ese momento, empieza la producción de recursos psicológicos positivos a través de las sensaciones (como la frescura, la vitalidad y la disposición física), de las percepciones (como la ampliación del horizonte de posibilidades y la connotación optimista), de los sentimientos (expresados a través del buen ánimo) y de las conductas (como el trabajo bien hecho).
El momento crucial se encuentra en la decisión, pues de ella depende la secuencia de sucesos y el incremento de la calidad de la existencia. El proceso racional para la toma de decisiones es una habilidad que todo individuo necesita desarrollar por sí mismo, pues ningún sorteo la ofrece como premio, es la habilidad que ha llevado a nuestra especie a sobrevivir, a expandirse por el mundo y a ‘dominarlo’, también a desarrollar armas y tecnologías que hoy ponen en riesgo la vida en el planeta.
Elegir con inteligencia es una habilidad aprendida que puede mejorar con la práctica y, sobre todo, con la experiencia ganada. Requiere que la persona utilice su pensamiento automático (como en el conductor que ya guía un vehículo sin pensar explícitamente en ello) y avance más allá, para ejercitar su pensamiento manual (como en el consumidor crítico que revisa presupuestos, características, garantías, plazos y tasas de interés antes de elegir un producto).
UNA COMBINACIÓN
El azar y la inteligencia son ámbitos distintos en la vida de los animales, y llegan a intersectarse en diferentes momentos. Dicho espacio de contacto incluye muchos escenarios y conductas diversas. Un ejemplo se encuentra en los juegos de mesa, como el dominó, donde la suerte del reparto se complementa con la habilidad intelectual de los jugadores para tomar decisiones, basadas tanto en las propias piezas como en aquellas que ya están a la vista de todos. Otro, en la experiencia de manejo como conducta de alto riesgo, bajo los influjos de una droga o utilizando el teléfono celular, donde la azarosa posibilidad de un accidente sufre un dramático aumento, derivado de una decisión muy poco inteligente.
Todas las situaciones de la existencia, hasta las más desafortunadas, pueden transformar su acento mediante el ejercicio de una decisión racional. Un defecto congénito puede causar menos daño sobre el bebé y su familia cuando su detección es temprana; las intervenciones médica y psicológica incrementan la probabilidad de una buena adaptación a la realidad y de acrecentar la calidad de vida para toda persona involucrada.
A fin de lograr lo mejor en la existencia, es recomendable el ejercicio intelectual que lleve a tomar decisiones racionales y conduzca al aprovechamiento del azar como ‘sazón’ de una vida bien vivida.
Correo-e: juanmanuel.torres@iberotorreon.edu.mx
“Un anciano labrador tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos se acercaban para condolerse con él y lamentar su desgracia, el anciano les replicó: ‘¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?’. Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al anciano por su buena suerte y él respondió con la misma expresión. Cuando el hijo del labrador intentó domar a uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todos consideraron eso como una desgracia. No así el labrador, quien replicó de la misma manera. Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del anciano con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”.
Anthony de Mello, psicólogo y jesuita indio (1931-1987)