En diversas ocasiones he señalado que la gran enfermedad mental del ser humano en el tercer milenio no es la esquizofrenia, sino el fanatismo. De cara a los comicios del primero de julio, observo con preocupación a un México polarizado, víctima de una democracia inmadura y en pañales donde parte de quienes la conforman creen que la vía correcta para dejar en claro sus posturas e ideología política es a través del insulto o la denostación hacia quien opina distinto. Dicha circunstancia se manifiesta cada seis años, sin embargo es quizá en las redes sociales y a partir del anonimato que supone Internet, -y que no pocos cobardes aprovechan- donde toma un cariz más evidente. Y es que en aras de defender a un candidato o partido en específico, los internautas llegan a extremos insospechados, tantas veces hasta chuscos.
Soy un entusiasta de las redes, en especial de Twitter. A los medios digitales les adivino un futuro promisorio pues a pesar de su juventud, el impacto que han tenido en cuanto a creación de nuevos modelos de comunicación se refiere resulta un hecho innegable. Tuiteo, utilizo Facebook, publico una columna, entrevisto y opino de política y otros temas un tanto espinosos dentro de un espacio televisivo de cobertura nacional. Participo activamente en los medios de comunicación y hace muchos años asumí los costos que ello implica: buenos y malos. A unos les gustarán tus opiniones, a otros no tanto. Pretender quedar bien con todo el mundo es un absurdo y es, sin duda, la forma más rápida de fracasar.
El jueves pasado publiqué un editorial ciertamente crítico sobre Andrés Manuel López Obrador en este espacio. Del mismo modo, a menudo señalo y soy lacónico en mis juicios acerca de los otros tres candidatos a la Presidencia de la República: Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto y Gabriel Quadri, al saber que ninguno de ellos me entusiasma en demasía y que por desgracia no les veo tintes de estadista ni los tamaños que se requieren para resolver los enormes problemas del país. Ojalá me equivoque. También reitero que no importando quién resulte ganador, nuestra responsabilidad suprema como ciudadanos es apostarle al éxito del próximo Gobierno y coadyuvar a ello desde cualquier trinchera. Ya estuvo suave de tanta división, de frenar al contrario, de buscar que fracase. Te pregunto, lector querido: ¿ha servido de algo?
Expreso mis opiniones sin tapujos; lo seguiré haciendo con la entera libertad que supone no tener compromisos ni intereses que cuidar. Además, hasta donde me quedé, vivimos en un país libre. En tanto, no soy el primer ni el último periodista a quien se tunden, es parte del juego. Otros mucho más experimentados, visibles y famosos son víctimas de ataques. El chiste estriba en tomar las cosas con humor, de quien vienen. Digo, nomás te pido que juzgues una breve recopilación de calificativos generados tras el editorial de la semana anterior que te comparto, y ya me dirás si los ánimos del país no están caldeados hasta el absurdo:
"Después de leer esto, en lo único que pienso es en tu mamá. Pobre; ella no tiene la culpa de tener a una víbora por hijo". "Ya sabemos que este señor es PRIANISTA al igual que El Siglo". "Claramente se observa que estás en la nómina del PRI". "Esta columna y el columnista dan risa". "Eres un lamec... al servicio de la oligarquía y de las mafias". "Obedeces a los intereses de las televisoras". "Vendido". "Con AMLO hasta la victoria siempre, pendejete" y así…
Tristemente, lo anterior no es un fenómeno exclusivo de los medios de comunicación ni de quienes opinamos en un espacio público. ¿Cuántas amistades en apariencia sólidas se han roto cuando se habla de elecciones? ¿Has estado en una reunión y sido testigo de cómo se eleva la temperatura al referirse al primero de julio? ¿Observas que hoy en todos aflora el politólogo, el experto que dice tener información privilegiada en sus manos y desestima a quien lo contradiga? ¿Recibes decenas de correos electrónicos donde las más absurdas teorías del complot toman forma? ¿Asistido a mítines donde se llega a la agresión física? ¿Temes expresarte en uno u otro sentido dado el riesgo de provocar en encono de tus interlocutores? Si contestaste afirmativamente a una de las preguntas, entonces estamos metidos en el mismo embrollo; somos tripulantes del mismo barco. En nuestras manos radica la responsabilidad de que esta embarcación llamada México llegue a puerto seguro bien pasadas las elecciones.
Nada más conveniente para los políticos como un país fragmentado y dividido en distintos bandos. Nada tan redituable en una campaña como la asignación de culpas, la construcción de enemigos inexistentes y la magnificación del complot. Jugar así es normal para algunos, sin embargo hay llamaradas que luego es muy difícil extinguir, que terminan saliéndose de control. No caigamos en conductas violentas. Las agresiones físicas o verbales hacia quienes opinan distinto son inaceptables; son el arma que utiliza el cobarde, el fusil del incompetente, el recurso del mediocre y no le hacen un favor a nuestras aspiraciones democráticas.
Hace cuarenta años, Cat Stevens compuso una rola refiriéndose a la intolerancia y el fanatismo como los grandes males del siglo veinte. Se llama "Where Do The Children Play?" y hoy quiero invitarte a que la escuches. A cuatro décadas de distancia, continúa vigente. Es atemporal…
Twitter: @patoloquasto
Nos vemos los lunes, miércoles y viernes a las 2:30pm en EfektoTV
También me puedes leer en http://elcuakdelcanard.com