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Telúrico y trepidatorio

PATRICIO DE LA FUENTE

"¿Dónde te agarró el temblor? En medio de la cocina.

¿Dónde te agarró el temblor? Bailando con Catalina.

¿Dónde te agarró el temblor? En casa de la vecina.

¿Dónde te agarró el temblor? Muy cerquita del portón.

Chico Ché

"Es en este momento cuando tomo conciencia de que el edificio de al lado ya no golpea tras de mí, también me doy cuenta de que la cabecera de mi cama se mece. De pronto se me ocurre que debería yo de estar desenrollando la película de mi vida, pensando en las personas que quiero. Nada de eso. Una profunda ansiedad, egoísta. Como anestesiada por la intensidad del cataclismo".

Elena Poniatowska, Nada, Nadie:

Las voces del temblor.

El pasado martes, los ciudadanos vivieron un verdadero cisma, con la salvedad de que en esta ocasión poco tuvo que ver con el mundo político. Al filo de las doce horas, un movimiento telúrico de 7.8 grados en la escala de Richter cuyo epicentro fue ubicado a casi treinta kilómetros de Ometepec, Guerrero; sacudió a la Ciudad de México y al menos a trece estados de la República, según informó el Servicio Sismológico Nacional. En tanto, se registró un segundo sismo de 4.8 grados, con epicentro en Tlaxiaco, Oaxaca, seguido de 19 réplicas de entre 3.9 y 5.3 grados a lo largo del día. Cabe recordar que el temblor es el segundo más fuerte desde el de aquel fatídico 1985, fecha cuando los sismógrafos registraron una intensidad de 8.1 grados en la antes mencionada escala. Al día de hoy se contabilizan varios inmuebles dañados y un coste de reconstrucción que se estima cercano a los 45 millones de pesos, según indicaron las autoridades capitalinas. Si bien el saldo arroja algunos heridos y múltiples brotes de psicosis y angustia entre la población, por fortuna no hubo pérdida de vidas humanas ni mayores daños que lamentar.

Un evento como el del martes no es asunto menor, y mucho menos para los capitalinos, quienes conservan fuertemente arraigadas en el inconsciente las dantescas imágenes de una ciudad en escombros y la desolación y dolor que supuso una tragedia que cambió por siempre a la faz de la metrópoli y el rumbo de los acontecimientos del México moderno. Hay un antes y después: en la mañana del jueves 19 de septiembre de 1985, miles de personas perdieron la vida -la cifra exacta se desconoce dada la censura gubernamental- a causa del terremoto y a la par el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado, perdió la confianza de sus ciudadanos. Mientras un orgulloso y tibio presidente llegaba al extremo de negar cualquier clase de ayuda u asistencia por parte de la comunidad internacional, el temple de una nación desesperada por la estupidez, incompetencia y la soberbia que en aquellos días caracterizó a sus instituciones, se aprestó a las calles y formó brigadas para ayudar en la recolección de víveres y artículos de primera necesidad, movidos bajo el ánimo de rescatar de entre los escombros lo que fuese: animales, posesiones materiales, personas luchando por su vida, cadáveres. En 1985, el otrora poderoso sistema presidencialista comienza a resquebrajarse para así dar paso al nacimiento de una sociedad civil que al ver a su gobierno rebasado, actuaría en consecuencia. El sismo de 1985 queda como ejemplo de los alcances y la sinergia que una ciudadanía bien organizada puede lograr. Ante las turbulencias que en los anales del tercer milenio experimenta el país, es menester nunca olvidar lo anterior. De aquella sacudida aprenderíamos valiosas lecciones.

Han pasado casi treinta años y sobra decir que hoy las cosas son muy distintas. En cuanto a la cultura de prevención de desastres naturales se refiere, se han logrado importantes avances en la materia. Aunque hace dos días constatamos que frente a los embates de la naturaleza estaremos siempre expuestos y mayormente indefensos, la utilización e implementación de tecnología de punta -inexistente hace tres décadas- la coordinación entre los tres niveles de gobierno, el buen juicio de los ciudadanos y su capacidad de maniobra y reacción durante y después de un evento así; todo ello en sintonía jugará un rol fundamental si nuestra intención es evitar catástrofes mayores. Cabe aquí una felicitación por la civilidad y decisión con el que actuó el país en su conjunto. También mencionar a diversos medios de comunicación que cumplieron con la tarea de informar a la población lo que estaba pasando y así evitaron las lógicas confusiones e histeria colectiva que suelen ocurrir tras un acontecimiento inesperado. Así mismo, el manejo de crisis del gobierno de la ciudad a través de las redes sociales fue sencillamente impecable. También gracias a ellas y dado que las comunicaciones telefónicas se vieron saturadas, los ciudadanos se dieron a la tarea de informar y orientar, poniendo en evidencia que los modelos de comunicación de antaño se encuentran rebasados por las telecomunicaciones de hoy, por Internet y el impacto de redes como Facebook -y sobre todo, Twitter- y la telefonía celular inteligente.

Pasado el martes, la calma vuelve a la nación, de nueva cuenta la rutina se apodera de nuestras vidas y en lo personal rememoro lo que de viva voz de muchos testigos y sobrevivientes del sismo de 1985 escuché. También recuerdo cierto letrero visto hasta el cansancio a lo largo de mis tiempos como estudiante. Dice: "No corro, no grito, no empujo", y la neta, es una de las cosas más sabias que he leído en treinta y tantos años.

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