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Tiempos de morir

GILBERTO SERNA RAMÍREZ

Leía en pasados días sobre la muerte de personas que, sin quererla ni buscarla. se han visto rodeadas de extrema violencia, a la que estamos expuestos todos los laguneros por el solo hecho de estar vivos y caminar por estas calles citadinas. Las recomendaciones sobran. Por lo común es un sujeto con toda la pinta de facineroso dispuesto a jugarse la vida si no le cedemos de inmediato, o antes si es posible, el volante del vehículo. Ceda usted. Si sucede que quien pretende llevar su coche trae consigo una pavorosa arma no te opongas a sus designios, entrega la unidad y corre a hacer los trámites para cobrar el seguro.

Las cosas así están ¿qué se le va a hacer? Es posible que en tal caso tu autoestima se vea abollada, al percatarte de que no hiciste nada por evitar el atraco. Ya se te pasará. No reniegues. Tu salud está por encima de todo. El dinero va y viene. Lee a continuación un relato de la experiencia que vivió quien puede contarlo. La persona a la que le sucedió el episodio que estoy a punto de narrar es un conocido al que le dimos nuestra palabra de que no lo mencionaríamos por su nombre.

Este hombre de Dios me dijo estar mortificado por los problemas, cada vez mayores, por los que atraviesa la sociedad y obviamente él mismo. Qué habrá en verdad detrás de una vida en que la despersonalización es una respuesta adaptativa a un trauma físico o emocional intolerable, que es la capacidad de abstraerse de la realidad, por ejemplo, ante una amenaza de muerte.

Esto a propósito de cuántos laguneros que son víctimas de un trauma al verse amenazados en su integridad física. Qué hacer si la mente queda en blanco, no siendo capaz de reaccionar frente a una peligrosa situación que se sale fuera de nuestro ámbito de percepción. Qué creería usted si le dijéramos que ante la amenaza de una contingencia ajena, hasta entonces, a su entorno, contestara diciéndose que es a otro al que le está pasando y no a usted: seguramente que ha enloquecido, vuelto completamente loco. Y no andará tan errado, recordemos que el cuerpo sabe defenderse de sí mismo, provocando una amnesia total, o un cambio de personalidad.

Así andamos en este páramo, cuando somos detenidos en nuestra locomoción natural por quienes nos agreden sin que esperemos una experiencia cercana a la muerte. La asociación de la identidad propia con las sensaciones corporales. Estamos expuestos diariamente al sobrecogimiento en que la psique, alma o espíritu como entidad inmaterial se separa del cuerpo físico que actúa como soporte material, para dirigirse a otra dimensión. Incluso personas invidentes que han vivido una experiencia extracorpórea son capaces de describir este fenómeno.

El científico Carl Sagan señala la hipótesis, contra quienes sustentan la teoría de la separación de una parte intangible del cuerpo y su receptáculo, de que es una salida inventada por el ser humano para suavizar su salida de este mundo, ejemplo de lo cual es el incrédulo que se atiene únicamente a lo que logran captar sus cinco sentidos.

En Tiempos de Morir todos estamos atemorizados con lo que pueda pasar a nuestras familias o a nosotros mismos. Por lo que desde el principio de la vida nos decimos que algún día hemos de fenecer. Tal es el drama de la vida, dice el hombre que conocimos en un templo cristiano a donde acude con más frecuencia que lo ordinario.

Estuve a un paso de morir, me dice, sentí flotar sobre mi cuerpo. Estaba en la plancha de un quirófano, tuve una experiencia extracorporal, sentí después de escuchar la declaración de alguien que dijo "ya falleció", que me elevaba atravesando por un túnel flotando, en el vacío, no sintiendo dolor, ni molestias de ninguna especie, percibiendo tan sólo una paz y tranquilidad indescriptibles y acogedoras, apenas llegué al final, familiares parecían estarme esperando, antes hubo un diálogo sin palabras con un Ser que parecía conocer todo sobre lo que yo había vivido, presentándose frente a mí como un cine al aire libre, una sucesión de hechos sobre lo que viví, no necesariamente los más importantes, como recuerdos malos, buenos y sin pena ni gloria. Fue en ese instante en que se me ordenó regresar, debiendo volver.

De esa manera acabó su relato mi compañero de banca. Santiguándose con la señal de la Cruz, se despidió alejándose. Antes de irse me confesó que desde ese entonces le perdió el miedo a la muerte. Que no deseaba morir, pero que veía las cosas con más calma, serenidad y filosofía y, en cierta medida, se considera ahora una mejor persona, preocupándose por que los demás sean tan o más felices de lo que son.

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