Para entrar a territorio palestino de Gaza, Israel tiene que abrir la puerta. Es literal: primero, porque debe conceder un permiso especial para librar el Paso de Erez rumbo al territorio de su enemigo; y segundo, porque hay que salvar un retén, dos exclusas, las preguntas de una funcionaria migratoria, un laberinto de paredes, tres barrotes giratorios de piso a techo entre rejas alambradas y… una puerta, del tamaño de la de cualquier departamento familiar, con la diferencia de que se abre automáticamente desde quién sabe dónde. "A las tres de la tarde cerramos el cruce. Llega antes si quieres ingresar a Israel".
Sigue una caminata de un kilómetro en un pasillo de piso rojo de cuatro metros de ancho, flanqueado por malla metálica de tres metros de altura y un techo ondulado. Una especie de jaula larga.
Ya en suelo palestino, es paso franco el primer retén de Hamas, el grupo catalogado como terrorista por Occidente y que a pesar de tener mayoría popular gobierna de facto la franja de Gaza, el territorio palestino más violento (el otro, el más grande, Cisjordania, al oriente de Israel, lo domina Al-Fatah, que ya es sólo un partido político).
Superado ése primer checkpoint, hay que abordar un taxi -dólar por persona- para llegar a un segundo retén, sin más medidas de seguridad que la mirada de tres exmilicianos -ahora policías con uniforme y armas largas-. Se exhiben el pasaporte y el permiso de prensa -una hoja sellada que emite Hamas y cuesta diez dólares por reportero-. "Welcome to Palestine", concluye el trámite.
Todo está diseñado para que nadie pase de Gaza a Israel sin permiso israelí: la frontera completa está sellada entre un muro de concreto y una doble malla de alambre de púas, con videocámaras en torretas de vigilancia, más cámaras que observan desde unos dirigibles permanentemente en vuelo, sensores, radares y el constante patrullaje en la costa del Mediterráneo para que ninguna embarcación salga a más de tres millas náuticas de la playa.
Tales condiciones han causado todas las condenas internacionales: a Gaza le dicen "la cárcel más grande del mundo", con su millón y medio de habitantes adentro. Israel defiende que desde que cercó los territorios palestinos redujo a casi cero los atentados terroristas suicidas y eso le permitió recuperar la gobernabilidad y la economía.
En los dos lados, la gente está harta del conflicto, cansada de vivir acostumbrada a la violencia.
Una maestra judía de Eshkelon, Israel, al lado de cuyo salón de clases estallaron dos morteros palestinos rociando de esquirlas el aula de sus niños que se salvaron porque la pared -como casi todas las de esa población- ha sido blindada por el gobierno, dice que "ya no importa quién empezó el conflicto, a todos nos está costando muy caro que no termine".
Sin conocerse, a unos kilómetros de ella, en ciudad de Gaza, Territorio Ocupado Palestino, la madre de uno de los niños musulmanes que falleció por los ataques de Israel llora en el velorio. Más que venganza, quiere romper el encierro y pide paz.
(Continúa mañana…)