Todos recuerdan Amélie
Una historia cautivante y conmovedora, provista de un apartado visual fascinante bajo la peculiar impronta de su realizador, hace de Amélie uno de esos garbanzos de a libra que de cuando en cuando aparecen con el aparente propósito de alimentar el alma y ejercitar la capacidad de asombro.
Son tiempos difíciles para los soñadores.
Quien la vio, la recuerda; más aún: la compra, la vuelve a ver, la recomienda. ¿En dónde radica el encanto de esta cinta que sorprendió tan gratamente al mundo entero?
Amélie es una niña solitaria, retraída y a la que le falta afecto de parte de sus padres. Esta situación la estimula a refugiarse en un peculiar mundo de imaginación y color. A la edad de 22 años se va de casa y consigue un empleo como camarera. Parece encontrar el sentido de su existencia la misma fecha en que lady Di fallece en un accidente de tránsito: ese día encuentra en su baño una pequeña caja que contiene pertenencias escondidas por un niño hace décadas, por lo cual hace un pacto consigo misma: se dará a la tarea de encontrarlo y devolverle su caja. Si él se alegra, dedicará su vida a convertirse en una especie de hada buena para resolver la vida a los demás, cosa que eventualmente ocurrirá.
MAR DE HISTORIAS
Luego de un más que promisorio debut en la industria cinematográfica de la mano de su amigo Marc Caro, con quien realizó de manera conjunta la ecléctica comedia Delicatessen (1991) y la fábula enmarcada en el género de la distopía llevada al paroxismo, La ciudad de los niños perdidos (La Cité des enfants perdus, 1995), Jean-Pierre Jeunet, director francés de formación autodidacta, incursionó en el cine estadounidense toda vez que se dejó convencer por la 20th Century Fox que le encomendó la cuarta entrega de la franquicia de Alien: Alien. La resurrección (Alien. Resurrection, 1997).
Tras de su experiencia norteamericana con todo y el cambio de registro implícito, Jeunet regresó al viejo continente caminando sobre sus mismas huellas para volcar un cúmulo de memorias y anécdotas que fue coleccionando con el paso del tiempo y que ordenó y dio forma bajo una premisa muy elemental: una mujer que ayuda a otras personas a ser felices. Con el apoyo de su guionista de cabecera, Guillaume Laurant, Jeunet tardó un año en dar forma al script. El tratamiento final del mismo (pensado para que el papel principal fuera interpretado por la actriz inglesa Emily Watson) fue bautizado como Le fabuleux destin d’Amélie Poulain (literalmente: el fabuloso destino de Amélie Poulain).
El resultado llegó a la pantalla en 2001, inundándola de situaciones fantásticas y personajes extravagantes que por su mirada nostálgica y romántica al tema de la infancia, en algo recuerdan a El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Amélie se destaca por una narración trepidante, surrealista por momentos, en la que confluyen varias historias; aunque su estructura es clásica (exposición, desarrollo y desenlace) su desenvolvimiento desenfadado y el trazo de sus personajes la convierten en algo más que un simple alegato positivo sobre la ponderación del optimismo de las relaciones interpersonales. Un cuento de hadas en torno a la bondad y el amor.
La banda sonora corrió a cargo del talentoso Yann Tiersen, quien creó una atmósfera única, perfectamente empatada con las escenas y sin duda inolvidable. Pero en definitiva la mayor conquista del filme reside en su apartado visual. Su manufactura incluye composiciones fotográficas inquietantes y con un notable sentido estético. El lenguaje cinematográfico empleado es prolijo en movimientos de cámara. El empleo constante de travellings y planos grúa, da sensación de dinámica y altera el ritmo de narración de manera óptima. Además Jeunet presenta las imágenes montadas en una llamativa aunque limitada paleta de colores, en donde el verde sobresale con especial énfasis, quizás por el significado que se le da como el color de la vida, de la reflexión, de la imaginación.
La edición es discontinua y contribuye al tono ágil de un relato de estructura lineal, sin saltos temporales salvo algún flashback que nos ilustra sobre el pasado de alguno de los personajes y en el que se entreveran de manera natural historias paralelas de manera armónica.
Además la interpretación de la protagonista, Audrey Tautou, es sobresaliente. Su manera de sentir y dar vida al personaje principal es notable y gracias a este papel se consolidó como una de las histrionas francófonas más cotizadas y admiradas de la actualidad. Sobre su elección, Jeunet compartió en una entrevista: “Empecé a buscar una actriz francesa y un día, cuando pasaba por delante de un cartel, me impactaron unos ojos oscuros, un toque de inocencia y un porte fuera de lo común: era Audrey Tautou en el póster de Venus, salón de belleza. Concerté una reunión con ella, hizo una prueba y en 10 segundos supe que era perfecta”.
Un arrollador éxito en taquilla en todo el mundo avaló el prestigio de la película gala más popular y aclamada de años recientes. A pesar de ser rechazada por el Festival de Cannes, la crítica a la cinta fue abrumadoramente favorable.
REIVINDICANDO SUEÑOS
Surrealista, romántica, idealista, propositiva, hilarante, barroca, la historia de Amélie condensa los elementos de un cuento de hadas enriquecido con una gran variedad de recursos estéticos, algunos provenientes del mundo del videoclip, que le confieren un acabado posmoderno sugerente. El empleo de un apoyo elemental como la narración a través de una voz fuera de cuadro (prestada por André Dussollier), le confiere otra dimensión y mayores posibilidades para enganchar al espectador a una trama que es de suyo interesante.
Alegato reconfortante sobre la idealización del amor y en el que se nos recuerda que el destino es una interminable cadena de causas y efectos, Amélie coloca a la bondad, la nostalgia, el sexo, el optimismo y la inocencia en un primer plano como los principales ingredientes para poder alcanzar la felicidad. Todo esto mezclado con grandes dosis de humor, de diálogos ingeniosos, de un trazado de personajes que aunque extravagantes resultan entrañables y de un depurado manejo de un lenguaje cinematográfico que desborda belleza en sus planos y en sus composiciones escénicas.
Con Ameliè, Jean-Pierre Jeunet logra conciliar el cine de autor con aquél que tiene un mayor alcance popular y de más amplio registro en taquilla. Alejada de pretensiones, la base del argumento es muy elemental pero con su realización cuidada consigue elevarse por encima de una historia promedio y logra la trascendencia.
Convertida en un clásico instantáneo, Amélie es sin lugar a dudas una de las mejores películas de la primera década del siglo XXI. A pesar de su aparente frivolidad y ligereza, gracias a su calidad artística y técnica tiene el mérito de situarse en un lugar importante, en todo un referente para el género de la comedia romántica de actualidad. Jeunet lo resume bien al clasificarla como “un filme concebido para dar felicidad a la gente”.
Correo-e: ladoscuro73@yahoo.com.mx