Calcinados. El linchamiento se dio el pasado sábado en el Estado de México.
Aún huele a carne quemada. Pasaron más de 40 horas de que a tres presuntos delincuentes les prendieron fuego centenares de iracundos pobladores hasta hacerlos morir y el aire en el centro de la comunidad de San Mateo Huitzilzingo está viciado, está raro.
Frente a la delegación de este poblado están restos humanos de los tres hombres que fueron linchados por una turba la noche del viernes.
Las moscas revolotean y se posan en un pequeño montículo de ceniza en el que seguramente hay vestigios humanos de los tres supuestos secuestradores que los habitantes detuvieron, juzgaron y castigaron a su modo.
La escena del triple crimen colectivo está casi intacta. Una manta que alguna vez fue blanca y que utilizaron para cubrir el cuerpo quemado de uno de los linchados sigue en el suelo de la delegación.
Nadie, ni autoridades, ni habitantes han limpiado el lugar donde más de 500 pobladores se congregaron para hacerse justicia.
Están las piedras que lanzó la turba a los tres hombres, uno de ellos menor de edad, para hacerlos pagar por los delitos que se han cometido en esta comunidad, reconocida en el municipio por su bravura y rebeldía contra las autoridades cuando no se respeta su opinión.
Está la sangre seca de alguna de las víctimas; un chaleco negro con la mancha impregnada en la entrada de la delegación donde no quedó ni un vidrio completo.
EL SERMÓN
El domingo el pueblo quiso regresar a la normalidad porque el sábado todavía estaba en shock. Los negocios no abrieron el sábado y la gente casi no salió de sus casas por temor a que fueran detenidas por la Policía.
El domingo amaneció tarde en Huitzilzingo. Sus habitantes se resistían a recordar las escenas dantescas que sin duda se quedarán grabadas por siempre, pero era día de homilía, de asistir a misa y de escuchar el sermón del recién llegado padre Roberto. Era domingo para expiar las penas.
La parroquia de San Mateo, el patrón de la comunidad, estaba llena. El sacerdote tocó el tema que muchos querían eludir. Reprobó lo acontecido. Reprochó a los pobladores que se hayan hecho justicia por propia mano.
Sólo Dios, dijo, puede decidir sobre la vida de otro, pero no los hombres. Pidió por el eterno descanso de las tres víctimas, porque prevalezca la paz en Huitzilzingo y porque se haga presente Dios para que salve la vida de sus hijos.
Un silencio ensordecedor invadió el recinto religioso. La tía de Nancy, una mujer de 27 años y señalada por la PGJEM como una de las principales incitadoras del linchamiento aseguró que su sobrina no participó en los hechos.
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