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Trincheras y prejuicios

DIEGO PETERSEN FARAH

 L Os liderazgos sociales son sumamente atractivos para los partidos políticos: les permite refrescarse y reafirmarse sin tener que pasar por desgastantes procesos internos. La candidatura de la señora Isabel Miranda de Wallace puso sobre la mesa añejas preguntas y prejuicios sobre la participación política. ¿Los ciudadanos que cambian la calle por los partidos irremediablemente se pudren?; ¿realmente la única vía de participación es la política partidista?

Como en el futbol, los partidos tienen dos formas de allegarse de cuadros: las fuerzas básicas y lo que compran en el mercado. En la política las fuerzas básicas salen fundamentalmente de las organizaciones juveniles y de los cachorros, los hijos de los políticos que siguen los pasos de sus progenitores. Estas fuerzas básicas son el corazón de un partido, pero no bastan, pero ello cada vez con más frecuencia los partidos tienen que salir al mercado a buscar candidatos que vienen de otros partidos o de los movimientos sociales.

Los ciudadanos movilizados que ingresan a los partidos terminan invariablemente en la lógica política partidista, en la lógica del poder. Hay dos razones por las que un líder de un movimiento ciudadano decide participar en un partido: porque le seduce el poder o porque cree que desde adentro podrá cambiar algo. La seducción es absolutamente natural. Es muy difícil probar las mieles del poder y no hacerse adicto: la presencia mediática, las atenciones de los poderosos, el reconocimiento público, producen efectos adictivos. Los que comienzan peleando desde la calle contra la lógica del poder terminan, en no pocas ocasiones, picados por el bicho de la política formal. Los Consejeros Ciudadanos del IFE son el mejor ejemplo de esto: la mayoría acabó de candidato de algún partido.

La segunda razón es que llega un momento en que se tocan los límites de la lógica ciudadana. Para conseguir algún resultado concreto es necesario meterse a la panza del animal, usar a algún partido para entrar a la Cámara y promover algo concreto. La mayoría de los que hacen eso nunca sale de la panza del animal. ¿Se pudren? Desde la lógica de los que están en los movimientos ciudadanos sí.

Es rarísimo el caso del que después de pasar por los pasillos de palacio regresa a la calle, pero lo que que hay de fondo es un prejucio o si se prefiere un juicio severo contra la política formal. Pero la mayoría de las experiencias de los ciudadanos movilizados que entran a la política partidista no logran lo que se proponían.

Si los ciudadanos movilizados tienen un gran prejucio frente a los políticos formales a la inversa es enorme: los políticos creen que los problemas sólo se solucionen desde la trinchera de los partidos. Nada más falso. Lo que la señora Wallace logró con tanto esfuerzo desde la calle no lo hubiera logrado desde el Congreso y menos desde la jefatura de gobierno de la ciudad de México.

La política partidista es tan legítima como la ciudadana: ninguna es moralmente superior. El que exista un sueldo de por medio no hace a unos peores que a otros, lo difícil es entender cuáles batallas se libran en cada trinchera.

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