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Un grito en la banqueta

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

Estamos a poco menos de un mes para la celebración como cada año de la efeméride más importante en la historia del pueblo mexicano: el inicio del movimiento de independencia, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, encabezado por el cura Don Miguel Hidalgo y Costilla.

Esta celebración patria se conmemora con el tradicional grito de independencia, donde los alcaldes en cada uno de sus respectivos municipios, los gobernadores en sus estados y el presidente de la república, encabezan los festejos patrios replicando el llamado que hizo Hidalgo a su pueblo.

Esto viene a cuento por el anuncio que ha hecho el alcalde Eduardo Olmos de que la explanada monumental situada frente a la hasta ahora mal lograda Gran Plaza, estará lista para la fiesta de independencia.

Además, Olmos ha estado organizando paseos por la explanada con distintos ciudadanos de Torreón de diversos extractos para mostrarles los avances que se tienen en esta parte de la controvertida obra.

Puede ser hasta plausible que el presidente municipal dedique parte de su tiempo para mostrarle a diferentes personalidades el estatus que guarda la plaza que fue planeada durante la apoteosis del Moreirismo. El único problema es que el edil debe pensar que los ciudadanos somos idiotas cuando con barata promoción quiere que se desestime el desastre y el desfalco que se ha constituido con la edificación del complejo de la Gran Plaza, en el corazón de la ciudad.

Hay que recordar el inicio de la obra. Primeramente el gobierno del Estado y el municipal, decidieron lanzarse a comprar los locales y terrenos que se situaban en las cuadras entre las avenidas Matamoros y Abasolo y las calles Ramón Corona y Galeana, a unos precios exorbitantes, lo que se presta a la presunción fundada que desde ahí, ya hubo manifiesto desvío de recursos.

Luego de eso, deciden construir un edificio que arquitectónicamente es muy cuestionable. En tanto, el Ayuntamiento decide en primera instancia concesionar el estacionamiento subterráneo, pero a las semanas, las sospechas sobre la dichosa concesión obligaron a las autoridades a retractarse y a decidir edificar el aparcadero con recursos públicos y descartar definitivamente algún intento concesionario.

Ese asunto evidentemente ha sido un factor para que los tiempos de entrega de la Gran Plaza se hayan venido posponiendo a los torreoneses.

Sin embargo, lo de la concesión del estacionamiento no ha sido el principal motivo de la demora de que no se haya concluido la obra que tanto nos ha costado. La obra no se ha entregado y lejos está de ser concluida porque simplemente la tesorería estatal está en la casi insolvencia, arrastrando en parte a las finanzas de Torreón, que de suyo ya han sido saqueadas por muchos vivales.

Esto ha traído retrasos considerables en los pagos a los constructores y proveedores en general del proyecto, ocasionando el estancamiento que todos pueden constatar.

Así las cosas, cómo puede atreverse Olmos a sacarle provecho político a algo que está mal hecho desde su origen, desde su concepción, ejecución y principalmente desde su financiación y justificación económica.

Pensará el presidente que la gente no se da cuenta de las tropelías hechas en el edificio y creerá que con las banquetas terminadas es motivo de celebración.

No conozco a nadie que cuando construye su casa celebre que la cordonería ha sido concluida, pero que la morada sencillamente es inhabitable.

Claro que apelo al sentido común, pero en política ese sentido no tiene importancia, cuenta más el sentido de la conveniencia.

No creo que los torreonenses merezcamos que la fiesta más mexicana por excelencia debamos festejarla gritando desde las banquetas de una obra que es más que ofensiva para quien se detiene a analizar cómo fue hecha.

LA MEDALLA DE ORO

El sábado pasado estará siempre en la historia del deporte mexicano. El equipo nacional olímpico consiguió la presea áurea y con eso colmó de alegría a millones de mexicanos que encontramos en el futbol un deporte apasionante.

Ojalá que así como se rompió la jetatura de no ser ganadores, esto sea una palanca al convencimiento colectivo de que podemos ser un país mejor.

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