Un lugar para los tristes

En este angosto planeta podemos elegir entre dos mundos desconocidos. Uno de ellos nos tienta... ¡Ah, qué sueño vivir en este mundo! El otro nos asfixia en cuanto empezamos a respirar.

Colette

Parece que hay demasiada felicidad en todas partes. Ojalá que sí, que ésta sea una magnifica noche para los fieles lectores de Siglo Nuevo y puedan compartirla con las personas que aman. Porque aun desvirtuada por la presión económica que nos impone la compra de árbol, regalos, pavo, turrones... porque aún ultrajada desde que se volvió propiedad del millonario consorcio Caca-Cola, aun con todas esas agravantes, la Navidad sigue siendo la fiesta más entrañable del año.

La vida se llena de abrazos y buenos deseos, y hasta en países donde la comunidad cristiana suele ser minoritaria, la implacable publicidad impone en esta temporada pinos adornados, obsequios y brindis, aunque la gente no sepa bien a bien qué es lo que está celebrando. Hay esta noche demasiado oropel, demasiadas luces, sonrisas felices y corazones contentos. Los coros cantan aleluyas y en las casas hay fraternidad aunque sólo sea por hoy.

Felices las familias felices, que así permanezcan muchos años; pero yo hoy quiero escribir para la hermandad de los tristes, porque en medio de este ambiente de paz y amor casi obligatorios, se intensifica la tristeza y la soledad de quienes recientemente han sufrido una pérdida que hizo pedazos su mundo. La primera Navidad que nos cae encima después de que hemos sufrido divorcio, viudez o simplemente el término de una relación. La Navidad que sigue a la pérdida de un hijo o una madre, es casi una ofensa. Se experimenta una orfandad tan grande que uno podría gritar: ¿por qué adornan? ¿Por qué cantan? Imbéciles, ¿de qué se alegran, acaso no se han enterado de que la vida es un precipicio?

Pienso en la tristeza de las madres y los padres que por alguna razón no pueden estar cerca de sus hijos en estos días. En los enfermos y en los ancianos que han quedado solos en el mundo. Pienso en quienes desde el infierno de la miseria tienen que presenciar el derroche que impone la temporada navideña. Pienso también en aquellas personas que sufren de un persistente sentimiento de insatisfacción que se agudiza gravemente en esta temporada.

La publicidad nos ha vendido la idea de que en la Nochebuena todo es abundancia, amor y buena voluntad, como aparece en los comerciales que muestran una familia unida y sonriente decorando al calor de la chimenea un magnifico pino llenito de regalos, y donde la felicidad ficticia se exhibe de manera casi obscena. Da la impresión de que no hay lugar para los solos ni para los tristes. Ojalá que no sea el caso de usted, amable lector, a quien abrazo con agradecimiento por su paciencia. Pero la verdad es que esta noche más personas de las que imagina, estamos solas y tristes sin encontrar entre tanto bullicio algún lugar donde poner el alma.

Pero también eso está bien. ¿Por qué no? Después de todo, igual que la luz y la oscuridad, la alegría y la tristeza necesitan su tiempo y su espacio para contrastar la vida. Dejemos pues que esta noche nuestra alma encuentre su sitio sin presionarla ni obligarla a una felicidad que no le corresponde. Seamos hoy tan desgraciados como el corazón lo pida; total, ya sabemos que nada es para siempre y también esta noche pasará.

No sé si funcione con todos los tristes del mundo, pero al menos a mí me sirve pensar que lo verdaderamente importante es lo que me sucede de enero a diciembre; por lo que si esta Nochebuena, después de decir una plegaria y hacer un brindis por la vida me arropo en mi cama para llorar un rato, todo estará bien.

Hasta mañana vida, hasta mañana.

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