Miguel Calero no sólo fue un gran arquero, sino sobre todo un extraordinario ser humano, serio, dedicado al cien por ciento a su familia y al deporte. Llamó siempre la atención por su profesionalismo, y su muerte deja un gran vacío en el equipo de Pachuca y en el futbol total.
Por lo general, quien se dedica a ser portero requiere de una madera especial. Como guardameta carga con la responsabilidad de su equipo, pues no aceptar goles no es tarea fácil, por grandes facultades físicas que se tengan.
Hacen falta los reflejos, que aporta el mismo cuerpo humano y que muchos comparan con el extra que no todos poseen. Muchos reflejos necesitan los buenos arqueros, lo mismo estirando pies y manos que adivinando por dónde irá el balón.
Y a Miguel Calero el Señor lo dotó de muchos reflejos que le ayudaron a ser uno de los mejores de su natal Colombia y después de México. Cuando se vislumbró que su mal en el cerebro podría tener consecuencias, no se asustó e hizo planes para seguir ayudando.
Quería cumplir otro de sus grandes sueños, que era enseñar a niños y jóvenes no sólo a ser buenos porteros, sino mejores hijos y ciudadanos, por ello dedicamos este modesto homenaje a un gran ser humano.
mruelas@elsiglodetorreon.com.mx