S On tantos los momentos de tristeza que vive nuestra ciudad, que bien vale la pena destacar aquéllos que nos producen alegría.
Todos los días la prensa da cuenta de asesinatos, robos, secuestros y desapariciones; y todos esos hechos enlutan y entristecen a la población de esta esforzada ciudad.
Por eso a todos nos dio mucho gusto el que la algarabía de la gente por el triunfo del Santos, rompiera el silencio que acostumbra privar en nuestras calles.
Era imposible contener tanta dicha, fueron muchos años de espera y varias las afrentas que teníamos que cobrar. Pero, sobre todo, darle rienda suelta a nuestras ansias de ser felices con un triunfo como el comentado.
Todo comenzó en la mañana del domingo, cuando encontré a mi controvertido amigo Juan Gómez Junco y le pregunté: "¿Cómo iba a resultar el juego? ¿Cómo vamos a quedar Juan?". "No lo sé", respondió. Malo el cuento, pensé para mis adentros, pues si éste no sabe ¿a quién le puedo preguntar?
"No sé cómo vamos a quedar --- reiteró ---. Pero sólo te puedo decir que vamos a ganar". Eso ya es distinto.
Como no me gustan los tumultos, ni en campaña, me dispuse a ver el juego por televisión. Cómodamente, refresco en mano, frituras y aire acondicionado. Para qué me arriesgo al baño, en su caso, de substancias extrañas, si se gana el campeonato.
Y así fue, desatada la alegría y euforia contenidas durante largo tiempo, me cuentan Pancho y Ricardo (que acudieron al juego), que salieron bañados de pies a cabeza, pero muy contentos de haber presenciado el momento de la cuarta corona.
La sicología de las masas describe perfectamente la forma en que un grupo determinado se contagia mutuamente y da rienda suelta a la euforia. Así pasó el domingo por la noche. La ciudad se llenó de ruidos como en los mejores tiempos del Santos y nadie criticó ese hecho; ¿quién y con qué fundamento podía hacerlo?
Para beneficio de la ciudad, ese evento produjo una derrama de cuarenta millones de pesos, según daba cuenta El Siglo, en su portada del lunes.
Me parecía exagerada al cifra, pero echando cuentas con mi amigo Juan José, mejor conocido en el bajo mundo como "El cuate", todo indica que es cierta.
Y lo es si se toman en cuenta gastos en restaurantes, hoteles (que estuvieron al 95% de su capacidad), cheves, carnes asadas y demás gastos ordinarios de esos eventos.
Porque de que nos encanta gastar, nos encanta, pues sigue privando aquel viejo dicho de: "Hágase lo que se deba, aunque se deba lo que se haga"; faltaba más.
Nota de autor: Mi amigo, el conocido abogado Gerardo Sánchez Medinilla, me hizo una aclaración que me veo en la necesidad de consignar. Dice Gerardo, que Ernesto Mayoral nunca ha sido su alumno, es más, que ni caso le hace cuando le da sus opiniones. Le pasó al Mayo lo que a Cristo con San Pedro. Ni modo, así suelen suceder las cosas.
Aprovecho también para acusar recibo a mi entrañable amigo Carlos Juaristi, de la llegada del disco: "La orquesta del Titánic". Es muy grato saber que los buenos amigos siempre lo recuerdan a uno.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".