Siglo Nuevo

Un pobre país

La herencia de un camino equivocado

Un pobre país

Un pobre país

María Elena Holguín

Hace años que México intenta dejar de ser un país subdesarrollado y pasar al siguiente nivel. Pero contrario a los efectos esperados, las políticas para el combate de la pobreza han sido ineficientes y sólo han contribuido a exacerbar la brecha entre millones de personas que viven en esta condición, mientras que unos cuantos acaparan la riqueza. El futuro podría ser peor si no se corrigen los errores que hoy por hoy mantienen a casi la mitad de los mexicanos librando una batalla diaria para subsistir.

Al hablar de nuestro país, es común referirnos a “el grueso de las personas” de una manera poco objetiva y realista. Por ejemplo, solemos afirmar que la mayoría de los mexicanos gusta de comer en restaurantes al menos una vez a la semana, cuando lo cierto es que hay quienes pasan su vida sin pisar uno e incluso algunos compatriotas ni siquiera tienen con qué comprar comida para cada día.

Desde la Revolución existe la idea de mejorar la vida de la población mexicana, pero las formas en que se ha llevado a la práctica esa intención no han resuelto de manera concreta las condiciones de pobreza prevalecientes por generaciones.

Durante el siglo XX la manera de afrontar la escasez fue de la mano con la integración de las familias y la relación en comunidad, lo que dio origen a la primera gran estrategia oficial: el denominado Programa Nacional de Solidaridad, cuyo esquema se ha venido reproduciendo bajo otros nombres y que, por cierto, hace tiempo que ya no obedece a las circunstancias actuales de la sociedad, modificadas a raíz de fenómenos como la migración (por motivos económicos) o al ambiente de violencia. El declive del campo, la ausencia de oportunidades y la segmentación social han desgastado dichas estructuras y hacen que el reto ahora sea el de dirigir proyectos hacia lo individual.

Hoy por hoy, en la atención a la pobreza no existe una política que atienda real y efectivamente los distintos espacios del concepto ‘desarrollo social’. Esta limitación institucional se ve reflejada en los últimos 12 años en los cuales no se han generado cambios al respecto.

Más aún, el manejo que se ha dado a la pobreza sólo la ha acentuado: las cifras indican que en 2008 había aproximadamente 48.8 millones de mexicanos viviendo en pobreza, cifra que para 2010 se elevó a 52 millones, es decir, casi la mitad de la población total (46.2 por ciento). De este número, 11.7 millones de personas fueron ubicadas en la categoría de pobreza multidimensional extrema (de la cual hablaremos más adelante).

Aunque no lo parezca, y afortunadamente no veamos sus estragos en nuestros hogares, las cifras son reales y revelan el lamentable escenario, lleno de privaciones, en el que viven millones de personas con las que compartimos la nacionalidad y, por tanto, influyen de una u otra manera en el futuro de nuestro país.

MONEDAS DE POCO VALOR

Millones de mexicanos confrontan diariamente un reto: que el dinero les alcance para mantenerse y sacar adelante a sus familias; y si bien tratan de superarlo mediante el esfuerzo en su empleo, los resultados son poco exitosos.

El culpable: el poder adquisitivo, es decir, lo que define cuáles bienes se pueden comprar con las ganancias obtenidas por trabajar. Este tema suele ser objeto de discrepancias, de análisis de agobiantes estadísticas que no hace falta ver para entender la realidad: los satisfactores básicos (como los alimentos) son más y más incosteables para muchos.

Históricamente, la inflación es el principal factor por el cual podemos comprar cada vez menos. Estimaciones indican que la inflación acumulada en el sexenio de Luis Echeverría fue de 129.6 por ciento, del 459 por ciento en el de José López Portillo y del 3,710 por ciento con Miguel de la Madrid. Con Carlos Salinas el porcentaje fue de poco más del 139 por ciento y casi se duplicó con su sucesor, Ernesto Zedillo. Y aunque los gobiernos federales panistas lograron controlar la inflación, de 2001 y hasta el primer trimestre de este año el salario mínimo cayó casi el 4.5 por ciento.

Lo anterior ha provocado que en el transcurso de los últimos 40 años el salario mínimo haya perdido tres cuartas partes de su poder de compra, como consecuencia directa de que los incrementos en los sueldos siempre son muy bajos, insuficientes para responder a los aumentos en los precios de los productos de consumo básico.

Se dice que desde 2005 el país había tenido tasas de crecimiento económico positivas, pero que a partir del cuarto trimestre de 2008 y durante todo 2009 éstas crecieron negativamente, en el contexto de la crisis que afectó al sistema financiero global. Así, el Producto Interno Bruto (PIB) de 2009 cayó 6.3 por ciento frente al de 2008.

También hace tres años se disparó el precio de los alimentos y ello tuvo un efecto directo en el poder adquisitivo de nuestros ingresos.

La canasta básica es la “línea de bienestar mínimo” a partir de la cual se mide la pobreza en el mundo. En México, el costo de dicha canasta se calcula con base en una lista de 17 grupos de alimentos (con sus respectivas variedades) para la zona rural, y 21 grupos para la urbana.

Así, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el valor de la canasta alimentaria rural en pesos corrientes pasó de 492.64 pesos mensuales per cápita en enero de 2005, a 766.44 pesos en mayo de 2012, mientras que para el área urbana se elevó de 711.46 a 1,083.67 pesos.

Por su parte, la canasta básica no alimentaria, que incorpora satisfactores como transporte, educación, vivienda, vestido y calzado alcanza los 1,449.26 pesos para la región rural y 2,277.44 para la urbana (a mayo de este año).

La medición del Banco de México difiere un poco de la del Coneval: de acuerdo al valor de la canasta básica de este organismo, conformada por 80 artículos, cuesta 2,102 pesos mensuales acceder a todos los bienes y servicios, contra los 1,800 correspondientes al salario mínimo.

De hecho, especialistas en el tema señalan que para acceder a todos los bienes, un mexicano tendría que percibir al menos 8,000 pesos mensuales, tomando en cuenta que una familia promedio tiene cuatro integrantes, según el INEGI.

En contraste, el salario mínimo se incrementó apenas un 4.2 por ciento a inicios del 2012. Esto implica que un trabajador de la zona geográfica A (la más alta en la clasificación de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos) gana 62.3 pesos diarios, es decir, 7.7 pesos por hora, lo que da como resultado un cálculo irracional: millones de mexicanos requerirían laborar hasta más de 20 horas diarias para alcanzar los satisfactores básicos.

Todas estas cifras y porcentajes se traducen en la necesidad de “apretarse el cinturón” cada vez más, con malabares conocidos para numerosos individuos que ni siquiera están cerca de sumarse a los índices de pobreza y aún así deben restringir los gastos, renunciar a la educación privada, eliminar las vacaciones. Para gran parte de la población, las salidas al cine o a comer en restaurantes son cada vez menos frecuentes, la renovación del guardarropa es postergada al máximo. La alternativa son las compras a crédito, con el consecuente endeudamiento. En otros casos lo que se pospone es la reparación del coche o el chequeo anual con el médico. Pero sin ir tan lejos, hay muchos que no pueden cubrir una consulta médica particular porque todo lo que ganan se les va en comida y servicios de agua y luz, y a veces ni siquiera alcanza para eso.

¿QUIÉN ES POBRE?

La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y la Unión Europea utilizan como principal medición de la pobreza, una línea que parte del ingreso medio por hogar. Para el Banco Mundial, se encuentran en extrema pobreza quienes viven con menos de 1.25 dólares estadounidenses al día.

Estas son formas de medida unidimensional que pese a su aceptación internacional han sido duramente criticadas por no tomar en cuenta que la miseria va más allá de no poder comprar ciertas cosas, pues también se asocia con la imposibilidad de acceder a satisfactores vinculados con los derechos humanos, sociales y culturales.

Es así que la pobreza no sólo es la poca capacidad de adquirir bienes y servicios en el mercado, sino que se concibe como la condición humana proveniente de la ausencia o escasez de capacidades, habilidades, oportunidades y medios materiales necesarios para la plena ejecución de derechos y libertades, así como para alcanzar el crecimiento personal y material mínimo admisible, acorde al estilo de vida predominante en una época y sociedad determinada.

Midiendo la miseria

Tras la intervención de varios académicos, en nuestro país se empezó a tomar en cuenta la naturaleza multidimensional de la pobreza a partir de la Ley General de Desarrollo Social, con la cual se incorporaron enfoques como el bienestar económico, los derechos sociales y el contexto territorial para identificarla y medirla. Así, se define que:

-Una persona vive en pobreza multidimensional moderada cuando no tiene garantizado el ejercicio de al menos uno de sus derechos para el desarrollo social, y si sus ingresos son insuficientes para adquirir bienes y servicios que satisfagan sus necesidades.

-La pobreza multidimensional extrema abarca a aquellos que disponen de un ingreso tan bajo que aun dedicándolo todo a adquirir alimentos, es insuficiente para acceder a una vida sana, además de presentar al menos tres de las seis carencias sociales (educación, salud, alimentación, vivienda, servicios y seguridad social).

-En la medición de la pobreza existe otra clasificación, la de población vulnerable por carencias sociales, que presenta una o más privaciones de este tipo pero cuyo ingreso es superior a la línea de bienestar.

-La población vulnerable por ingresos no presenta carencias sociales y su percepción monetaria es igual o menor a la línea de bienestar.

-La población no pobre multidimensional y no vulnerable tiene un salario superior a la línea de bienestar y no enfrenta carencias sociales.

LA VISIÓN DEL GOBIERNO

Los últimos 15 años hemos visto que las estrategias que se aplican en nuestro país para tratar de disminuir o abatir la condición de pobreza sólo han contribuido a elevarla y esto se debe, principalmente, a una percepción equivocada, la cual muestra que nuestros gobiernos han tratado de atacar un problema de carácter social con una lógica empresarial o de mercado que solamente fija su atención en la generación de capital humano.

Como las reglas del neoliberalismo establecen criterios focalizados (es decir, programas dirigidos a quienes desde la perspectiva oficial están en situación de pobreza), los apoyos se canalizan a una mínima parte de la población y muchas veces ni siquiera alcanzan a distribuirse entre quienes verdaderamente los necesitan.

Programas como el de Oportunidades se centran en grupos muy específicos que deben reunir ciertas condiciones o características. Es por ello que no se logran resultados eficientes pues, por ejemplo, para que los habitantes de una comunidad reciban becas escolares, deben tener una escuela cercana a la cual asistir todos los días y demostrar que el apoyo que reciben funciona. O también hay poblaciones que no reciben ayuda en servicios de salud pues contradictoriamente el gobierno fija como requisito para ello que la gente demuestre ser constante en sus visitas al médico.

Desde esa perspectiva neoliberal, cada peso que se aplique en combatir la pobreza debe rendir fruto; sin embargo los pobres que logran incorporarse al mercado formal a través de un empleo, no siempre consiguen un trabajo bien remunerado, y ello resalta las desigualdades.

Por su parte los gobiernos estatales no tienen propuestas propias, únicamente copian el esquema de Oportunidades y no generan programas acordes a las necesidades particulares de sus ciudadanos.

Maquillaje de cifras

México ha sido uno de los países más esforzados en cumplir con las reglas que marcan las instituciones internacionales, quienes han aprobado su desempeño en el trayecto hacia la economía de mercado... aunque según los expertos, éste se debe al enmascaramiento de la realidad.

Un ejemplo es que para referirse a los ingresos promedio de un mexicano, los organismos oficiales cuentan entre el capital de la población la fortuna de Carlos Slim, el hombre más rico del planeta, con lo cual sumando sus 53 mil 500 millones de dólares al dinero del resto de los mexicanos, arrojan el cálculo de que anualmente los trabajadores del país percibimos poco más de 10 mil dólares (algo así como 10 mil por mes). Si eso fuera cierto no habría millones de personas luchando por conseguir el sustento diario. Los especialistas señalan que en realidad el ingreso per cápita no llega a los 6,000 pesos mensuales por persona.

Otro ejemplo es la medición del desempleo que si bien ha generado comentarios positivos de instancias como la OCDE, a nivel interno sólo exacerba la desconfianza histórica de los mexicanos hacia las estadísticas. Y es que a marzo de este año el INEGI reportó una tasa de desempleo del 4.9 por ciento, la mitad del registrado en Estados Unidos y muy por debajo del 6.8 por ciento que tuvo Brasil (el ‘grande’ de Latinoamérica). Pero los métodos de medición del INEGI son cuestionados, pues para ellos sólo son ‘desocupados’ quienes han buscado trabajo durante el último mes, sin considerar a quienes han desistido y siguen desempleados. Y además separan las estadísticas de la economía informal, en otras palabras para dicho instituto un limpiaparabrisas no es desempleado, sino que “trabaja por su cuenta”. Así, contra los 2.4 millones de personas desempleadas que refieren las cifras oficiales, hay estudios que señalan como número real 8.7 millones.

COMPETITIVIDAD ¿INALCANZABLE?

En su libro México: por qué unos cuantos son ricos y la población es pobre, Ramón Eduardo Ruiz (1921-2010) remite los antecedentes de la pobreza en nuestro país hasta el periodo de la Conquista: Los pobres, por lo general de piel morena y racialmente más indígenas que españoles, han llevado a cuestas las cargas más pesadas de México, víctimas de la inhumanidad del hombre con el hombre.

Y mientras la situación de miseria ha persistido por siglos, con patrones de desarrollo o subdesarrollo similares a los de la Conquista, durante los últimos 15 años han prevalecido estrategias de administración de la pobreza que se basan sólo en sus síntomas.

En tiempos de crisis el subsidio a la pobreza, mediante programas como Oportunidades (antes Progresa), no han sido suficientes para mantener en condiciones de bienestar mínimo, a su población objetivo y mucho menos a los que son excluidos del programa por cuestión de alguno de sus criterios. De manera que no resulta extraño que la pobreza extrema tienda a elevarse.

La ausencia de oportunidades, habilidades y medios necesarios para el desarrollo, da pie a ciclos que transmiten generacionalmente la miseria, que propician la desintegración de familias, la violencia en los hogares y la atracción por las actividades clandestinas o ilícitas.

La pobreza contribuye a la migración ilegal y con ello al desarraigo; establece condiciones para el florecimiento de conductas políticas antidemocráticas e impide el crecimiento de las bases de contribuyentes, favoreciendo la informalidad de las actividades económicas. Además fortalece la desigualdad social.

Lo preocupante es que a nivel financiero, el gobierno no está tomando medidas para fortalecer a las empresas locales en la competencia internacional y adicionalmente, la mano de obra tampoco es competitiva respecto a la de otros países. Como la baja productividad es una constante, las compañías no están en posibilidades de elevar los sueldos a sus trabajadores y por el contrario, los reducen o incrementan la carga laboral.

En la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), el INEGI señala que hasta el primer trimestre de 2012 más de cinco millones 693 mil personas se encontraban en “condiciones críticas de ocupación”, refiriéndose a quienes trabajan menos de 35 horas por semana por falta de otra posibilidad, a aquellos que se emplean más de 35 pero perciben ingresos inferiores a los de ley, o bien cubren más de 48 horas semanales y ganan menos de dos salarios mínimos. A esta categoría pertenece el 12.08 por ciento de los trabajadores en México.

Por otro lado, se ha vuelto común que las empresas extranjeras lleguen al país trayendo sus propios elementos para desempeñar el trabajo calificado, por lo que el personal capacitado mexicano termina en puestos de auxiliares. Eso genera que se limite el factor de experiencia profesional, de manera que el desarrollo y los avances tecnológicos de las firmas foráneas que aquí operan, se mantienen como una especie de patentes que no se comparten al resto de la nación, salvo en contados casos.

A su vez, los profesionistas que alcanzan cierto grado de preparación son ‘jalados’ por compañías de otros países que les permiten participar en el despliegue de creatividad e innovación que aquí no encuentran, pues quedarse les implicaría desempeñar una labor de medio esfuerzo.

Ese contexto ha propiciado que la economía informal esté en su máximo histórico. Según la ENOE, al primer trimestre de 2012 se han sumado a dicho ámbito 763 mil personas más con relación al mismo periodo de 2001, lo que nos da un total de 13.7 millones de habitantes, es decir el 29.1 por ciento de la población total ocupada, subsistiendo con ingresos de este tipo.

Debido a que el sistema neoliberal no ha logrado conectarnos con las finanzas mundiales, las empresas mexicanas están cada vez más sujetas a presiones con ciertas prácticas de productividad y calidad que no han conseguido, aunado a que se han visto perjudicadas porque la economía interna está contraída por la disminución del consumo entre la población.

Hasta ahora el sistema sólo se ha dedicado a cuidar el indicador macroeconómico del empleo y los esfuerzos se dirigen a hacer todo lo necesario para que no disminuyan las fuentes de trabajo, sin embargo no se atiende la restricción del consumo, por ejemplo, la creación de programas a fin de facilitar a la gente adquirir una computadora, que ha dejado de ser un artículo de diversión para convertirse en un componente básico de la educación; quienes no poseen uno de estos equipos, atraviesan una situación de “analfabetismo tecnológico” que el gobierno ni siquiera percibe.

Los excluidos

Las personas que sí trabajan pero tienen un ingreso insuficiente, deben desempeñar otra actividad si desean cumplir todas sus expectativas y dar a su familia un mejor nivel de vida o simplemente salir al día con los gastos. Miles de individuos con empleo tienen uno o más oficios extra, por su cuenta: manejan un taxi, venden alimentos por las noches o comercian con infinidad de productos por catálogo, entre más posibilidades.

La misma ENOE ubica a un amplio segmento de esos trabadores en el rango de “población subocupada”, es decir aquella que tiene la necesidad de laborar más tiempo o buscar una vacante con mayor horario. Cuatro millones de mexicanos entran en esa clasificación.

Y qué decir de quienes ni siquiera tienen la oportunidad de desempeñar una labor remunerada: millones de desempleados que diariamente lidian con la incertidumbre de no disponer de lo más elemental y mucho menos aquello que les permita desarrollarse plenamente.

Y aunque como ya expusimos, las cifras muestran una tendencia a que disminuya el desempleo en México, no se han generado estrategias de subsidio a este grupo poblacional, a diferencia de lo que ocurría hasta antes de los años ochenta, cuando el gobierno establecía subvenciones para quienes llegaran a enfrentar esta condición.

La población indígena, que asciende a 10 ó 14 millones de mexicanos, sufre exclusión de nuestro sistema económico en el cual no está considerada su integración y por lo tanto, la expone a un marcado rezago en educación, salud y alimentación.

A su vez el campo, donde habita el 10 por ciento de la población total, también queda excluido porque la política financiera restringe los apoyos al sector rural, pues los organismos internacionales y países desarrollados exigen el ahorro de energía y agua.

CICLO DE ESCASEZ

Niños y adultos mayores se ubican como los grupos con mayor riesgo de sufrir los embates de la miseria. Hasta 2008 se consideraba que en México había 20.8 millones de menores de 18 años de edad en esta condición, de los cuales 5.1 se hallaban en pobreza extrema.

Los niños dependen directamente de lo que sus padres les puedan proveer, pero como ya expusimos la difícil realidad de la clase trabajadora restringe el acceso a muchos de los satisfactores de tipo social, como la educación. Se calcula que sólo el 20 por ciento de la población infantil actual tendrá estudios de nivel superior. Si a ello se suma que el 60 por ciento de quienes egresen de una carrera universitaria se verán obligados a emigrar por falta de oportunidades, valdría reflexionar acerca del futuro que estamos construyendo.

Y el peligro no sólo es para los más jóvenes. Actualmente, el 80 por ciento de los adultos de la tercera edad presentan por lo menos una carencia de tipo social. Ello se agrava si tomamos en cuenta que se han elevado las expectativas de vida y se estima que para 2050 la nación tendrá 33.8 millones de mayores de 60 años.

Resulta extraño que en el país haya descendido la tasa de fecundidad e incrementado la esperanza de vida aun en contextos de pobreza extendida. Esta circunstancia, aunada a las insuficiencias de un sistema de protección social acorde a las magnitudes en aumento del envejecimiento poblacional, obliga a los adultos mayores a realizar actividades precarias o de supervivencia. Los apoyos económicos gubernamentales para este grupo no son más que formas de mitigar un problema estructural.

Volviendo a los niños, su situación es parte de la misma dinámica: la ausencia de condiciones óptimas de crecimiento genera carencias no sólo de orden físico o intelectual, sino también de perspectivas de desenvolvimiento personal; estamos frente a mecanismos que transmiten la cultura de la pobreza de padres a hijos. En los casos de familias integradas, el combate a la miseria involucra la incorporación de todos sus miembros a actividades generalmente poco remuneradas. El ciclo de la pobreza se vive con mayor intensidad en la niñez de manera que hace persistir esa condición hasta la última etapa de su vida.

Una vez que la pirámide poblacional se ‘voltee’, los individuos dedicados a actividades poco remuneradas sostendrán a un amplio sector sin espacio dentro de la seguridad social. En ese contexto, la inversión con motivo del envejecimiento de los mexicanos podría reducir los recursos que se destinan a romper el círculo de la pobreza de los niños en los próximos años.

¿POR SIEMPRE POBRES?

Paradójicamente, las evaluaciones extranjeras ubican a México en un espectro positivo a largo plazo y hacen referencias como la del Fondo Monetario Internacional, en el sentido de que el crecimiento financiero será superior al de países como Brasil, que a diferencia del nuestro, desafió los preceptos neoliberalistas y generó programas de cobertura universal de educación, salud y alimentación, los cuales han repercutido en una mejora real de las condiciones de vida de sus habitantes. A su vez, el Banco Mundial asegura que vamos por buen camino en lo que a reducción de la pobreza extrema se refiere. ¿Será que realmente, como dicen los expertos, se está logrando el objetivo de impresionar a dichos organismos internacionales?

Lo cierto es que el presidente electo ha anunciado la continuidad de las políticas para combatir la pobreza, en función de una supuesta efectividad.

Claramente, descansar una estrategia antipobreza en un solo programa y sin trabajar en el ámbito productivo de los pobres, es una de las limitantes de las acciones contemporáneas pues en consecuencia sólo se desarrollan acciones paliativas que no reducen la miseria y sí fortalecen la partidización de los proyectos. Si en el siglo XX la política social de corte universalizante se convirtió en un medio de control político, en los primeros años del siglo XXI ese papel bien podría ser jugado a través de programas sociales.

La lucha contra a la pobreza seguirá siendo un discurso socorrido ante un problema que puede ser artificialmente reducido vía subsidios, pero al no tratarse a fondo, resurge de manera explosiva y expandible con cualquier sacudida económica.

Frente a este panorama, es urgente valorar la posibilidad de revisar los esquemas vigentes y enmendar los errores que se estén cometiendo. Mientras más tiempo pase sin llevarse a cabo, más crítico y difícil de solucionar será evitar que casi la mitad de los mexicanos se pierdan la oportunidad de vivir de manera digna.

Fuentes: Maestro en Ciencias Luis Sánchez Ildefonso, colaborador de la Coordinación de Investigación del Centro de Estudios en Administración Pública, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Doctor en Sociología José Luis Valenciana, enlace del Campo Estratégico de Acción en Pobreza y Exclusión (CEAPE) de la Universidad Iberoamericana Torreón; Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval); Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI); México, por qué unos cuantos son ricos y la población es pobre, Ruiz, Ramón Eduardo (Editorial Oceano, 2010).

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