Si algo define el desencanto de la sociedad con los gobiernos panistas es su incapacidad para combatir corrupción. Los gobiernos del PAN, Vicente Fox y Felipe Calderón, no son sustancialmente mejores ni peores que los de sus antecesores. Ninguno fue capaz de dar un golpe de timón como lo dio Salinas y a ambos les faltó esa austeridad republicana de Zedillo, pero en contrapartida los gobiernos panistas abrieron los espacios democráticos y no tuvieron los sobresaltos económicos de sus antecesores.
Será el sereno, pero las libertades ciudadanas que hoy tenemos en México son fruto de la transición, independientemente de quien la haya encabezado en la Presidencia. Lo que no logró el PAN fue marcar una diferencia en términos de la corrupción gubernamental, pero sobre todo no logró un manejo distinto de los casos de corrupción. Los peces gordos de los que tanto hablaron siguen navegando en el mar de la impunidad y los pequeños peces que llegaron al poder de la mano del PAN han crecido y engordado al amparo del manto azul de la impunidad.
¿Por qué fracasó en PAN en lo que fue su bandera más importante para llegar al poder? Suponiendo que efectivamente hayan tenido un interés genuino en el combate a la corrupción, nunca tuvieron una estrategia para combatiría. De la lucha contra el crimen organizado podemos estar o no de acuerdo, pero hay una directriz que involucra y atraviesa a todo el poder ejecutivo y que han mantenido contra viento y marea. Contra la corrupción nunca hubo una política de Estado, faltó voluntad e inteligencia política. Nunca pasaron de un discurso moralista que con los años se fue convirtiendo en caricatura narcisista.
La otra es que nunca tuvieron un interés genuino en combatir la corrupción. Una vez instalados en el poder tuvieron claro que la corrupción es un ingrediente fundamental cuando se trata de conservar el poder. El uso de las nóminas para generar clientelas, la concepción de la obra pública como caja chica (más bien grande) de las campañas electorales, el sobresueldo tolerado por lo inestable de la chamba gubernamental en la democracia, fueron ideas y prácticas que se instalaron rápidamente en la idiosincrasia azul.
Despojado de lo que fue su principal discurso durante sus años de oposición, el PAN ha perdido lo que fue su gran atributo electoral. Hoy el único candidato que puede navegar con la bandera de la honestidad como promesa es el que no ha llegado a la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador, del PRD, pero en sus gobiernos estatales y en el Distrito Federal no ha sido muy distinto a las prácticas de todos los partidos en los estados.
El discurso anticorrupción ya no tiene madre ni dueño, pero sigue siendo la madre de todos los temas en este país. Quien lo capitalice logrará darle un plus a la campaña, pero es como esperar que un ciego haga que otros vean, o dicho de otra manera; en el país de los ciegos el tuerto será rey.