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Un viaje inolvidable

El tren de Louis Vuitton llegó cargado de nostalgia y de una colección impecable. El responsable: Marc Jacobs.

El tren de Louis Vuitton llegó cargado de nostalgia y de una colección impecable. El responsable: Marc Jacobs.

EL UNIVERSAL

Unos minutos después de las diez de la mañana el ruido familiar de una estación de tren hizo callar a la nutrida convocatoria del desfile otoño-invierno 2012-2013 de Louis Vuitton. En la penumbra típica del comienzo de un show de moda, las enormes puertas de latón gris dejaron el paso libre a una imponente locomotora azul que anunciaba, con el típico silbato, su llegada a tan particular estación.

Ante la sorpresa de los presentes y el destello de cientos de flashes, el vagón se abrió paso lentamente hasta que el jefe de máquinas del expreso Louis Vuitton lo detuvo muy cerca del pit de los fotógrafos. Las impecables pasajeras (más de cincuenta modelos) fueron bajando, una a una, con la ayuda de sus maleteros personales. Para ellas el viaje terminaba, para los demás apenas comenzaba... "Es sólo un viaje", dijo Marc Jacobs después del show, pero podría decirse, incluso, que esa mañana viajar había sido todo un arte y, sin lugar a dudas, un espectáculo memorable.

Cada modelo era una imagen que, a su manera, hacía recordar a las grandes damas de la edad de oro de los ferrocarriles, mujeres distinguidas que caminaban despreocupadas seguidas de cerca por los atentos maleteros que llevaban carteras, bolsos y pequeñas maletas.

Las lánguidas viajeras dejaban claro el primer mandamiento del otoño por venir, una temporada llena de bolsos de gran tamaño, fabricados en pieles exóticas y llenos de referencias de los modelos clásicos de la marca, piezas ideales para complementar faldas, vestidos y vestidos-abrigo bordados con cristales únicos y de cortes magistralmente elaborados. La silueta era alargada, acentuada por todas las capas, chaquetas, pantalones y altísimas plataformas que completaban los conjuntos. Los sombreros aplastados, diseño de Stephen Jones, eran muy interesantes y agregaban unos seis centímetros de altura a las ya altísimas modelos. Era una estampa moderna y nostálgica a la vez, una propuesta fuerte llena de detalles dignos de admirar.

Había mucho que ver: piezas elaboradas con piel de canguro que hacían una especie de tablero de ajedrez en mate y brillo al combinarse con otros materiales, abrigos llenos de carácter con solapas dignas del mejor sastre... Era imposible no suspirar ante vestidos con aplicaciones casi caleidoscópicas de brocados y lentejuelas XL. Un ejercicio de oficio y lujo, que sólo una casa como LV podía llevar a cabo con tan alto nivel.

Claramente, Jacobs tomó en cuenta la historia y los orígenes de la marca en el siglo XIX para buscar las referencias de la colección, el patrimonio de una familia dedicada a los baúles, los viajes, y todo ese legado que le pertenece naturalmente a Louis Vuitton.

El diseñador se apoyó en la superposición de prendas -faldas tubo por debajo de la rodilla que se acoplaban a pantalones sastre tobilleros-, todo en combinación con suéteres cuello tortuga o vestidos con solapas bordadas. Tampoco hay que pasar por alto los botones, bellos elementos que marcaron el preciosismo de las prendas, el amor por los detalles y, en algunos casos, como pequeños broches joya que destacaban sobre los abrigos abiertos a modo de frac. El carácter excéntrico y maximalista de la propuesta también incluyó estampados barrocos a modo de total looks. Los lentes de sol, redondos y en colores intensos, dieron el toque final a conjuntos que no podían pasar desapercibidos.

De la pasarela a la vida real

Será muy especial ver las declinaciones de esta colección en las tiendas y puntos de venta, allí es donde el genio creativo de Marc Jacobs es imbatible. Las espigadas damas del ferrocarril, muy seguramente, se convertirán en legiones de mujeres normales y corrientes que disfrutarán de los bolsos, los lentes de sol, las altísimas plataformas y de una que otra pieza de indumentaria, eso sí, a su manera única y personal, complementando sus guardarropas y encontrando estilismos urbanos y más funcionales. Esa es quizás la magia de la moda: cómo de la pasarela y el show las mujeres del mundo consiguen inspiración para reinventarse, con pocos detalles, cada temporada.

Veremos chaquetas y abrigos sobre jeans, plataformas con vestidos negros o con minifaldas, pantalones bordados con franelas o camisas blancas, bolsos de viaje utilizados como carteras de diario... cada quien disfrutará del viaje como mejor pueda y, sobre todo, cuando y como lo prefiera.

Quince años de trabajo en Louis Vuitton son la mejor referencia de Marc Jacobs, uno de los diseñadores más extravagantes del mundo, pero también un hombre de negocios sumamente oportuno e inteligente.

En definitiva, el trabajo de equipo valió la pena, cada euro invertido en el show, en las luces, en la escenografía, en las invitaciones, en la música, en maquilladores y estilistas rindió sus frutos y con creces. El viaje inolvidable de Louis Vuitton servirá de inspiración para muchas páginas editoriales, videos y comentarios en blogs y redes sociales. Los casi veinte minutos del desfile fueron un suspiro, pero, una vez más, ese suspiro demostró que la esencia de la moda son desfiles que hagan soñar, que asombren y que sirvan para transportarse a otras realidades, tal vez lejanas, pero mucho más amables.

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