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Un voto de confianza

ADELA CELORIO

 L Os niños antiguos éramos muy crédulos. No había por qué dudar de que los bebés llegaran de París en el pico de una cigüeña. El cinco de enero nos acostábamos temprano con la ilusión de que los Santos Reyes entraran en nuestra habitación sin que algún ruido, movimiento, o siquiera el excremento de alguna de sus monturas delatara su presencia. Bastaban los juguetes a un lado de la cama para que nuestra fe se mantuviera inquebrantable, hasta que algún compañerito de esos vivillos que nunca faltan, nos informaba con cierto sigilo: "los Santos Reyes no existen, los que traen los juguetes son los papás". Durante muchos años yo estuve convencida de que los policías eran siempre los buenos y los ladrones los malos. Sin ningún cuestionamiento acepté que los rusos eran los enemigos y los americanos (así llamábamos a los estadounidenses) los ángeles custodios de la humanidad. Mi abuela me aseguró que los sacerdotes eran tan puros como las azucenas y que la virginidad era un invaluable tesoro. Creí sinceramente en que el matrimonio era para siempre y en la pareja ejemplar que aparentaban ser Jacqueline y John F. Kennedy. La Ley era la frontera entre el bien y el mal y las soluciones sólo podían ser blancas o negras. Así de sencilla era la vida cuando yo era una chiquilla crédula.

Pero la Tierra dio un giro de noventa grados y resultó que igual que nuestra moneda, la virginidad se depreció muchísimo. Aparecieron los testimonios de los niños abusados por sacerdotes pederastas y la perversa historia de mentiras y depravación de Marcial Maciel. La mentira que siempre había sido la más eficiente herramienta de trabajo de los políticos, se permeó a la sociedad y ahora todos mentimos irresponsablemente desde el momento en que sin corroborar, repetimos como una verdad lo que dice López Dóriga y hasta los rumores que los twitteros propagan a toda velocidad. Recientemente constatamos una vez más aquello que dijo Otto Bismarck de que "Nunca se miente tanto como en las elecciones, durante la guerra y después de una cacería".

Sobran razones para desconfiar. Lo que hoy corresponde es dudar, cuestionar, confrontar, investigar. Ya sabemos que no hay verdades absolutas. Bendita sea la democracia que garantiza el respeto por la diversidad de opiniones con todos sus riesgos y contradicciones; incluida la libertad de equivocarnos.

Con motivo de mi nota del sábado pasado, recibí un mailazo que casi me descalabra. Resulta que una señora que no me lee porque dice que fuchi caca con mis notas; en el salón de belleza se tropezó con "El Siglo" y se molestó muchísimo con mis comentarios que ella llama un "pésimo análisis". Lástima que la señora no me lee porque si lo hiciera se enteraría de que le doy toda la razón, yo tampoco me leo y mis notas sólo expresan la humilde opinión de una ciudadana del diario. De ésas tan comunes y corrientes que mal educamos niños, vamos al súper, y hacemos malabares con el gasto. De esas que miran la vida desde su cotidiana realidad y de ahí sacan sus conclusiones. En las recientes elecciones votamos por el candidato que según los principios y creencias personales resultaba el menos malo; aunque por supuesto nadie creyó seriamente la retórica inane de ninguno de ellos. Vueltas y vueltas en el mismo círculo sin convencer a nadie. Con el tiempo tendremos mejores opciones, pero de momento eso es lo que hay. Así lo entendimos y la respuesta de la ciudadanía fue más comprometida que nunca. Acudimos a votar porque era justo y necesario para fortalecer nuestra democracia. Adelantándose a la sociedad desconfiada que somos ahora los mexicanos; sólo entre 2007 y hasta 2009, el Instituto Federal Electoral había invertido miles de horas y ejercido ya 29, 664,746 millones de pesos para asegurar la credibilidad de las elecciones de 2012. Pese a todo el esfuerzo invertido e incluso a los compromisos firmados por los candidatos de sujetarse a la más alta autoridad electoral, volvemos a sospechar de fraude. No falta razón ya que es larguísima la historia de engaños, ocultamientos y complicidades; por lo que una vez más nos encontramos ante un conflicto político que polariza a la sociedad y atora la buena marcha del país. Ojalá que esta vez no sea por otros seis años. Ya hemos visto que eso de mandar al diablo nuestras instituciones sólo sirve para socavar una democracia que apenas empieza a consolidarse. Yo que ya sólo creo en los bomberos, doy sin embargo mi voto de confianza al Instituto Federal Electoral y a los miles de ciudadanos que de todos los Partidos, colaboraron en el proceso electoral y vigilaron las casillas. Creo que alentar la fractura y la ira, es provocar una rabia incontenible que pone en peligro lo que con tantos años y esfuerzo hemos construido.

Adelace2@prodigy.net.mx

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