Una historia de Izu
Más de 12 mil páginas sumadas en novelas, cuentos y artículos, comprenden el inigualable legado de Yasunari Kawabata. Entre esa vasta bibliografía sobresale un título de por sí atractivo: La bailarina de Izu.
Sencillez y un elegante lirismo son las principales características de la obra de Yasunari Kawabata. Sus textos son un remanso de paz en la vorágine propia del estrés cotidiano. Acercarse a los pasajes por él construidos remite al silencio propio de la Naturaleza, donde es más fácil reflexionar y encontrarse a uno mismo.
Nacido en Osaka el 11 de junio de 1899, Kawabata es uno de los máximos exponentes de las letras niponas, tanto así que la riqueza de su escritura le permitió ganar el Nobel de literatura en 1968, convirtiéndose en el primer japonés en alcanzar dicho reconocimiento.
Uno de sus libros más aclamados es La bailarina de Izu (Izu no odoriko), donde a través de pequeños relatos revela su alma, con narraciones de tintes autobiográficos.
LA BELLEZA DE LO BREVE
Fue en 1926 cuando Kawabata escribió una novela corta de nombre La bailarina de Izu. En esencia, relata cómo durante el último tramo de un trayecto entre Tokio y la península de Izu, un estudiante veinteañero conoce y entabla amistad con una familia de artistas ambulantes. De ellos, quien más atrae su atención es la hija menor, Kaoru, una chica de grandes y expresivos ojos, a quien él llama “la pequeña bailarina”. El encuentro amoroso entre ambos será breve, pero trascenderá en el recuerdo del lector.
En el texto Maestro de la desilusión, la argentina María Martoccia, traductora de Kawabata al español, afirma que La bailarina de Izu es una historia teñida del anhelo -un anhelo que linda con la angustia- por amar y ser amado, aun cuando el objeto de la pasión puede resultar inalcanzable; erróneo, construido a partir de la certeza de que la bailarina es mayor, se estrella en mil pedazos cuando el protagonista descubre el engaño.
Este relato nos presenta la visión de un Kawabata joven: el erotismo que maneja es aún muy inocente, distante del que presentaría en su libro La casa de las bellas durmientes, el cual incluso sirvió de inspiración a Gabriel García Márquez para desarrollar su Memorias de mis putas tristes.
MÁS QUE UN LADO B
La edición en español de La bailarina de Izu contiene Historias en la palma de la mano, compilación de cuentos que no habían sido publicados anteriormente. En ellos se revela el gran amor de Kawabata por la humanidad y la Filosofía, pero sobre todo nos conducen al mundo de ese hombre que quedó huérfano a los tres años y a partir de ello convivió más con su abuelo, quien sería el último de su familia en fallecer.
El temprano trato con la muerte llevó al autor a ser un “experto en funerales” (por cierto, título de uno de los mejores relatos del volumen). Dicho sea de paso, muchos críticos están convencidos del hecho de que para los 14 años Kawabata hubiera perdido padres, hermano y abuelo, contribuyó “a exacerbar su sensibilidad y a afinar su escritura”.
Otro atractivo de este libro es la posibilidad de descubrir y aprender acerca de un mundo poco explorado. Según Ariel Takeda (profesor del diplomado en Cultura Asiática de la Pontificia Universidad Católica de Chile), los textos de La bailarina de Izu permiten conocer más de la cultura nipona de inicios del siglo XX. En entrevista para la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, comentó que Kawabata “es un narrador de vivencias propias y ajenas [...]. Sus descripciones de la geografía, de sus personajes (cuando no es él mismo), de las costumbres, etcétera, son perfectamente válidas. Esta obra se hace calidoscópica en cuanto al mundo japonés rural todavía fuertemente cercano al Japón en sakoku”; cabe aclarar que ese término se refiere a la época en la que nadie podía entrar o salir de dicho país.
LA SOLEDAD COMO COMPAÑERA
Kawabata definía su quehacer “como un intento de hallar la armonía entre el hombre, la Naturaleza y el vacío”. De esa búsqueda habló en su discurso al recibir el Nobel: “La iluminación no llega a través de la enseñanza, sino a través del ojo despierto internamente. La verdad reside en ‘desechar la palabra’, subyace fuera de la palabra”.
El artículo Historias sin límites, publicado por el periódico español El País, resalta la trascendencia de este creador al aseverar que su literatura lo tiene todo. La sentencia no es exagerada, si se considera que autores tan emblemáticos como Vargas Llosa, García Márquez, Octavio Paz e incluso Borges, se reconocieron admiradores del japonés.
Si la existencia de Kawabata fue trágica, su final no podía ser distinto. El 16 de abril de 1972, a los 72 años, decidió quitarse la vida en un departamento cercano al mar.
La soledad es en una constante en su obra, y va acompañada por la angustia que genera la muerte y una muy personal búsqueda de la belleza, donde el universo femenino siempre está presente. Los textos que confluyen en las páginas de La bailarina de Izu, son un claro testimonio de su visión literaria, sin duda inolvidable.
Twitter: @lharanda