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Una noche de copas, una noche loca

ADELA CELORIO

Ponte una bolsa de hielo en la cabeza, me dijo el Querubín y se largó a su oficina dejándome en medio de un terrible ceremoto. Todo saltaba en astillas dentro de mi cerebro. La lengua pegada al paladar, náuseas. La luz sucia y fría que se colaba por la ventana no ayudaba. Aspirinas, café, agua, jugo ¡que me operen! pedía yo desesperada. Ante el castigo de una tremenda cruda se impone la promesa solemnísima de no volver a beber vino. (En circunstancias tan extremas, ninguna promesa cuenta).

Entre las brumas de la memoria intento armar el rompecabezas. Lo primero que aparece en mi astillado cerebro son las luces giratorias de las patrullas. Supusimos que se trataba de un accidente, pero era el alcoholímetro que operaba sólo unas calles antes de llegar a nuestra casa.

Todo comenzó cuando recibí la convocatoria en Twitter, "QuitaUnAnuncio" proponía. "Tenemos que participar porque no se puede estar cacareando que los ciudadanos debemos comprometernos, para luego no hacer nada", le dije al Querubín quien como es costumbre, ni caso.

-Pues voy sola -dije; y equipada con una pequeña escalera y las tijeras del jardín en la cajuela; me arrojé a las calles para cortar o arrancar cualquier pendón, banderola o tenderete que se atravesara en mi camino. La mayoría estaban fuera de mi alcance y me tuve que conformar con trasquilar los postes; provocando las risas de los transeúntes con mis acrobacias.

Estarán de acuerdo en que aún en esta capital donde se ve de todo, resulta inusual ver a una señora mayor arrancando de los postes los tenderetes de propaganda política. Menos mal que no me dejaron sola. A la convocatoria de "Recuperación del Entorno" -como llamaron en Twitter al operativo- respondieron muchos jóvenes dispuestos a despejar la contaminación visual que nos imponen los candidatos. No conseguí gran cosa, pero tuve la agradable sensación de venganza cumplida al convertir en basura las caras sonrientes y promisorias de los aspirantes. "A ver si así se enteran de que ya no queremos más de lo mismo. Si estos señores quieren nuestro voto, que se tomen la molestia de hacer una campaña inteligente, novedosa y con imaginación, y no sigan ofendiéndonos con campañas diseñadas para impactar encefalogramas planos. ¿Si ni siquiera pueden hacer una campaña decente cómo pretenden gobernar?"

Todo eso pensaba yo mientras aplastaba los carteles con los pies. Agotada y polvosa aparecí por la casa cuando empezaba a oscurecer. -¡Estás loca!, me dijo el Querubín que me esperaba para asistir al cumpleaños de su hermana. Para hacerme perdonar por mi jornada cívica, corrí a desempolvarme y ambos partimos al festejo.

Religión y política son temas prohibidos en toda reunión familiar, pero lo cierto es que si bien los candidatos están obligados a guardar silencio por unas semanas, los ciudadanos no callamos. En la oficina, en el bar, en el café, y por supuesto en el cumpleaños de la Gorgona, la pregunta es obligada "¿Y tú por quién vas a votar?" "La verdad no hay ni a quién irle" "¿No les llama la atención que estando las cosas como están, haya tantos aspirantes a la Presidencia?" "Con una corrupción que ya alcanzó el sistema nervioso de nuestras instituciones más respetables, yo no aceptaría la Presidencia ni regalada".

Así fue como arrancó una polémica que con los tragos fue subiendo de tono. Ya encarrerada yo, cuando me tocó el turno de expresar mis buenos deseos a la cumpleañera mientras comíamos el pastel, le dije que no dudaba de que tuviera alguna cualidad escondida, pero que ni se creyera que era tan bonita ni tan buena como afirmaban esa noche sus invitados.

Inspirada como estaba, iba yo a continuar cuando la mano del Querubín se cerró como una pinza sobre mi brazo: "ya nos vamos" ordenó. Solidaria como siempre, Cotilla salió tras nosotros acompañada de su recién estrenado marido; y con menos tragos que él, ella se puso al volante. En nuestro auto fue el Querubín quien condujo mientras yo, agotada como estaba me acurruqué en el asiento y dormí hasta que nos detuvo el Alcoholímetro. Con la buena conciencia de quien es adicto al refresco de toronja, el Querubín bajó la ventanilla: ¿Dígame oficial? ¡Usted váyase! ordenó algo frustrado al verlo fresco como una toronja recién cortada. Lo siguiente que recuerdo fue mi sórdido despertar, y mientras buscaba las piezas que faltaban en mi nebulosa memoria, el timbre del teléfono explotó dentro de mi cabeza.

Errática y temblorosa estiré mi mano hasta el teléfono para responder al marido de Cotilla que llamaba para informarme que ella no pasó la prueba de alcoholemia y la habían llevado detenida a El Torito. Aún en el estado de demolición en que me encontraba, sentí la obligación moral de ir a buscarla; pero antes, me puse una bolsa de hielo en la cabeza.

Adelace2@prodigy.net.mx

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