La Comarca Lagunera llega al cambio de gobierno federal sumida en una de las peores crisis de su historia reciente. Los últimos seis años no han sido buenos para la región. Al evidente estancamiento económico hay que sumar el grave deterioro de la seguridad pública. La zona metropolitana de La Laguna cerró el sexenio de Felipe Calderón con cerca de 10 mil empleos menos y con más de 3,500 homicidios dolosos. Cifras negras para ensombrecer el ánimo. Pero más allá de la estadística, la ausencia de oportunidades y la descomposición de la vida pública han ido mermando la confianza de los laguneros en su región, en sus ciudades.
Esa pérdida de confianza se convierte en obstáculo para encontrar soluciones en comunidad, como conjunto social. Al problema de la criminalidad creciente, vecinos se organizan para cerrar los accesos a sus colonias. Frente a la falta de crecimiento económico y la caída de la calidad de vida, familias enteras emigran a otras partes del país o, los que pueden, al extranjero. Las alternativas aconsejadas por la desesperación han sido sectarias o individuales. La fractura social es el saldo de esta crisis.
Sería obtuso pensar que la debacle de la región se debe únicamente a la escasa atención prestada por el Gobierno Federal. Los gobiernos estatales han tenido también su parte de responsabilidad, al igual que los ayuntamientos. La falta de liderazgos en los municipios se ha traducido en debilidad frente al poder centralizado de los gobernadores, quienes, por más que en el discurso lo nieguen, tienden siempre a privilegiar a las capitales, de donde han surgido y desde donde han tejido sus redes clientelares. No sólo un mismo partido, el PRI, controla desde hace ocho décadas las entidades que dividen a La Laguna, sino que hoy, además, una sola familia, los Moreira, ejerce el poder en Coahuila y un solo grupo, el del exgobernador Ismael Hernández Deras, hace lo propio en Durango.
Subordinados siempre a intereses de las capitales o con la mira puesta en objetivos personales o gremiales, la llamada "clase política" regional ha sido incapaz de ejercer la presión suficiente para hacer voltear al ejecutivo federal hacia La Laguna. Contrario a lo que algunos ingenuos pensaban, de poco o nada sirvió a Torreón la cercanía del exsenador y hoy diputado federal Guillermo Anaya con el expresidente Felipe Calderón, como de poco o nada ha servido la alcaldía de Eduardo Olmos, "soldado" de los Moreira, para llevar a cabo el tan pregonado "rescate" de la ciudad.
Por su posición de privilegio y por la disposición que tiene de recursos públicos, la mayor parte de la responsabilidad de la crisis de la región recae en la clase política. Pero no es la única. El gran empresariado, hasta hace poco preocupado únicamente en obtener el máximo beneficio de la región con el mínimo compromiso, tiene su parte de responsabilidad. También los asalariados o microempresarios, en nuestra búsqueda exclusiva del bien personal, o cuando mucho familiar, hemos sido responsables. Algo hemos dejado de hacer como ciudadanía para tener autoridades más eficientes. Y no es una cuestión de ahora, de cinco o seis años a la fecha. La crisis que padecemos como región se gestó hace más tiempo, quizá en aquella misma época que hoy, con grandes dosis de nostalgia, hemos idealizado los mayores de treinta años como en la que "podíamos divertirnos y recorrer tranquilos la ciudad". Quizá fue antes.
Por conveniencia o indiferencia, dejamos que el crimen penetrara y se asentara en nuestra región. Por apatía o egoísmo, decidimos no involucrarnos en la toma de decisiones de la vida pública para mejorar las condiciones de quienes menos tienen y para construir un proyecto de desarrollo regional de largo aliento e incluyente. Y así, de pronto vimos que nuestras ciudades empezaron a crecer sin orden. Que los recursos naturales estaban sobreexplotados. Que es difícil y peligroso moverse en la ciudad si no tienes auto. Que la mayoría de las nuevas colonias de clase media y alta están construidas como guetos. Que ya no es recomendable andar por las calles de noche o ir a un bar a beber una cerveza. Que egresan más jóvenes de la universidad que los que la economía regional puede emplear. Que los obreros y campesinos no han visto mejorar su calidad de vida. Que el único factor de identidad y orgullo que nos queda es un equipo de futbol.
Pero en el oscuro camino, algunas linternas han aparecido. En los últimos años hemos visto surgir loables esfuerzos de ciudadanos que no están dispuestos a dejar perecer a su región. Lejos de las propuestas sectarias o individuales, iniciativas como Laguneros por la Paz, Moreleando, Ruedas del Desierto o Consejo Cívico de las Instituciones Laguna, entre otras, buscan abonar a la recuperación de la confianza ciudadana y a la construcción de una urbe más habitable. A la par, importantes empresas de la región se han dado cuenta que es momento de regresar a la región parte de lo mucho que ésta les ha dado, y llevan a cabo proyectos en beneficio de la comunidad. Todos estos valiosos esfuerzos pueden ser la semilla que germine mañana si logran una mayor vinculación y penetración en la sociedad y si consiguen poner a trabajar a las autoridades de los tres niveles en los proyectos que la región necesita para crecer de forma equitativa y sostenible.
Hoy que los políticos traen de moda la esperanzadora frase de que "vienen tiempos mejores", vale la pena apuntar que los tiempos mejores no son producto sólo de la buena voluntad y el anhelo. Para llegar a ellos es necesario trabajar mucho y sumar la mayor cantidad de esfuerzos con la mira puesta en un mismo fin. Sólo con esa perspectiva, el cambio de gobierno federal puede representar una oportunidad para La Laguna.
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