Toda una vida. Don Pablo dice que le gusta mucho lo que hace y que no se jubilará pronto.
Durante 69 años, don Pablo Rodríguez Hernández ha vivido entre tumbas y ha caminado entre cadáveres. La mayor parte de su vida se dedicó a poner bajo tierra a cientos de difuntos; exhumó muchos cuerpos también. Hoy, es el sepulturero más longevo del panteón Civil de Dolores, uno de los camposantos más antiguos de la ciudad de México.
El oficio de sepulturero lo aprendió desde niño, cuando tenía tan sólo 10 años de edad y dejaba a su padre el almuerzo en el panteón, donde Don Pablo, primero ofrecía a las familias limpiar las tumbas; más adelante se convirtió en el velador, luego en jardinero, hasta que decidió que quería dar descanso a los muertos.
A sus 79 años no se ha jubilado y tampoco piensa en retirarse, pues su trabajo lo mantiene activo y con ganas de vivir: "Me gusta mucho lo que hago y si tuviera la oportunidad de elegir dónde trabajar, volvería a ser panteonero, de aquí del Dolores", asegura.
Para el sepulturero, una de las faenas más difíciles son las que realizaba en la fosa común, el sitio a donde son llevados los muertos que nadie reclama, aquellos que no tienen identidad y están en el olvido, a ellos nadie les reza, nadie les llora, "está allá, en el fondo, es la tumba de todos y de nadie", señala con su dedo.
El Servicio Médico Forense envía a la fosa común aquellos cadáveres que murieron principalmente en accidentes de tránsito, atropellados o por algún tipo de muerte no violenta, como un paro cardiaco en la vía pública, en ocasiones llegan casos de homicidios y suicidios. Muchos provienen de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Politécnico Nacional, pues luego de ser utilizados son llevados a esta fosa.
Don Pablo ya no recuerda la primera vez que enterró un cuerpo, pero tiene muy marcado el día que llegaron los cadáveres del temblor de 1985 "fue muy triste, no nos dábamos abasto en la fosa común; al principio la gente venía a dejarles flores pensando que sus familiares podrían estar enterrados aquí, luego ya nadie vino".
En la fosa del panteón de Dolores también están los restos de 13 migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas, en su búsqueda por cruzar a Estados Unidos. Cuenta que antes se realizaban entre 15 y 20 inhumaciones en un día, ahora tan sólo tres; los familiares prefieren la cremación.
Lo que le disgusta de su oficio es que está asociado con la tristeza "hay mucho dolor, escenas desgarradoras y a veces hasta se contagia la angustia", explica.