"Cómo voy a creer, dijo el fulano, que el mundo se quede sin utopías, cómo voy a creer que la esperanza es un olvido o que el placer una tristeza, aunque lo sea. Cómo voy a creer que el horizonte es la frontera, que el mar es nadie, que la noche es nada", es la primera estrofa de un poema de Mario Benedetti. Una utopía es un lugar que existe sólo en la imaginación como un ideal a perseguir.
Recuerdo a un teórico que escribió un tratado sobre el sistema penitenciario en nuestro país en donde se hacía un panegírico de las bondades que proporcionaría al país en el que valdría la pena que hubiera cárceles sin puertas, ni tapias, ni obviamente rejas. Un lugar al aire libre que permitiera, a ciertos presos, disfrutar de su regeneración social sin cadenas ni grilletes. Eso es algo que dio lugar a que se batieran palmas, pues se planteaba una idea de que se conseguiría la rehabilitación del reo con mayor facilidad. Los tiempos de segregación en celdas húmedas, oscuras con escaso aire puro, a pan y agua, se veían lejanos y chapuceros.
Los literatos se han ocupado del caso. Es conocida mundialmente la prisión de If como el lugar donde se desarrolla el drama que dio paso a la existencia de El Conde de Montecristo, eso en la creatividad del dramaturgo Alejandro Dumas. Y más próximo a nosotros el Castillo de San Juan de Ulúa, donde fueron tristemente famosas las tinajas que eran celdas de castigo donde el prisionero, carecía de servicios sanitarios, no podía sentarse ni pararse, cayendo permanentemente una gota de agua en su cabeza. El drama de Edmundo Dantés es del dominio público, quizá cabe mencionar su escape de la isla que fue toda una proeza, de valor y oportunismo. Por eso la palabra utopía significa lugar que no existe. En un sentido lato es una idea que crea una mejor sociedad o por el contrario da paso a la barbarie. La utopía es poco realista, más bien es ilusoria.
Desde tiempos remotos ya volviendo al presente y al mundo real, los presidios poco a poco se han venido convirtiendo en tierra de nadie. De ahí que los propios reos, en la mayoría de los casos, se hayan apoderado del mando y por tanto de la dirección de los penales, constituyéndose en un superpoder que decide quién vive y quién muere, por decir lo más.
Manejan a los celadores, a los guardias, deciden como si fuera un país independiente, lo que es una verdadera utopía, pero para los presos quienes se relajan de tal manera que se convierten en sus propios carceleros, pudiendo salir a delinquir sin temer las consecuencias como ocurrió no ha mucho en una ciudad vecina a la nuestra, sin que nadie se percatara de su ausencia ni de lo que hacían. Es obvio que contaban con la anuencia de los mandos formales, tanto para salir del penal como para delinquir.
Quizá el mayor problema sea la sobrepoblación que existe en los penales debido al aumento en los índices criminales y consecuentemente a la detención de personas que han cometido delitos del orden federal. La federación carece de lugares suficientes donde guardar a sus internos, viéndose en la necesidad de encerrarlos en cárceles estatales, dando a los gobiernos una suma por cada reo del fuero federal para su manutención, dejando a su cargo la vigilancia y custodia.
La pregunta que se antoja es: ¿por qué la federación no construye sus propias cárceles, con las medidas de seguridad requeridas?, o ¿será mucho pedir?