"DISPOSICIÓN"
Dos hombres estaban en espera de ser recibidos en aquel lugar; ambos se encontraban sentados a corta distancia uno del otro sobre una banca hecha de fina madera de cedro. En el aire se respiraba un agradable olor a incienso, y ninguno de los dos jamás había olido en toda su vida un aroma tan delicioso como ése. La temperatura era ideal, no fría ni calurosa acompañada de una suave brisa fresca; se podía escuchar a través de una gran ventana donde se apreciaba un hermoso vitral, a una infinidad de trinos y cánticos de hermosas aves que se veían revolotear en el exterior, aves de la más indescriptible hermosura. Mientras esperaban, uno de ellos con la mirada dirigida hacia el suelo, se estrujaba las manos con manifestaciones francas de nerviosismo, su vestir era sencillo pero muy limpio, el otro hombre se veía seguro de sí mismo, con la mirada dirigida hacia el frente, su vestir contrastaba con el del otro hombre pues vestía un fino traje que enmarcaba perfectamente con una costosa camisa y una no menos insignificante corbata. A los lados del aposento se encontraban dos grandes puertas, una a la derecha marcada con una hermosa "C" hecha totalmente en oro, la puerta de la izquierda estaba marcada con una "P" hecha con madera rústica; frente a ellos se veía otra puerta también de madera de cedro que daba acceso a un despacho donde esperaban ambos ser recibidos. Al poco tiempo, un hombre alto de mirada serena pero de gesto severo salió del mismo y les indicó a ambos que pasaran al interior del mismo, los dos entraron y vieron sentado tras un gran escritorio a San Pedro quien los recibió amablemente, y acto seguido les indicó que se sentaran en dos sillones de fino cuero que se encontraban frente al escritorio. Dirigiéndose a ellos con voz firme pero agradable les comunicó que les iba a hacer unas preguntas para ver si ambos eran merecedores de entrar al Reino de los Cielos: "Me gustaría saber, ¿Qué méritos tienen para ser aceptados en el paraíso? Adelantándose a contestar el hombre bien vestido le dijo: "Verás San Pedro, yo he sido una persona que ha viajado mucho, gran parte de mi vida la he dedicado a enseñar valores, como líder he impartido múltiples seminarios en todo el mundo para que las empresas reafirmen los valores más importantes como: la visión y la misión, la comunicación, planeación, motivación, honestidad, el respeto, el reconocimiento, la paciencia, etc., etc., he formado líderes de opinión en todo el mundo a través de mis múltiples cursos y seminarios. ¡Qué bien! -expresó San Pedro. Y tú, ¿Qué tienes que decirme? Dirigiéndose hacia el otro hombre, quien pasando saliva y sintiendo un gran nudo en la garganta, y al mismo tiempo que abría desmesuradamente sus ojos y estrujándose aún más sus manos contestó con voz temblorosa: "Mire Señor, yo no he hecho nada, toda mi vida me dediqué a trabajar, eso sí, amé mucho a mi esposa y a mis hijos, durante más de cuarenta años nunca falté a mi trabajo, jamás toqué un solo clip de la oficina, ni me llevé cosa alguna que no fuera mía , nunca di dinero a ningún funcionario para que me perdonaran una multa o para que me agilizara algún trámite, siempre tuve paciencia de escuchar a los demás y aunque no pudiera resolverles sus problemas trataba de darles ánimos para que salieran adelante, tuve mucho cuidado de conservar en buen estado las cosas que se encomendaban a mi cuidado, siempre tuve respeto por los demás y jamás hice acto alguno para sacar ventaja personal de alguna situación, pero tuve que vivir modestamente con lo que ganaba justamente con mi trabajo" -finalizó diciendo mientras dirigía la mirada al suelo. San Pedro les indicó que lo acompañaran a la salida del despacho, y una vez afuera le dijo al hombre del traje: "Te dirigirás hacia aquella puerta" -le indicó señalándole la puerta de la izquierda marcada con una "P" el hombre sonrió satisfecho y dirigiéndose a San Pedro le interrogó: Y ¿Qué voy a encontrar pasando ese umbral? - ¡El purgatorio! Le respondió el Santo. ¿Por qué? -preguntó azorado el hombre. Sin contestarle se dirigió al humilde empleado que aún se estrujaba las manos: "Tú te dirigirás hacia la puerta de la derecha que es la entrada al Cielo y al Paraíso". Sin poder creerlo, el hombre abrió aún más sus ojos: ¿Yo? -¡Sí tú! El líder se acercó presuroso al Santo y le dijo: "¡Creo que te equivocas! Te acabo de relatar todo lo que yo hice a favor de mucha gente y empresas, y considero que yo merezco ir al Cielo, en cambio este pobre diablo no ha hecho nada meritorio, para que entre al Paraíso, a él es a quien deberías de enviar al purgatorio" el Santo contestó sereno: "No, no me equivoco, cierto que tú impartiste mucha sabiduría durante toda tu vida, pero jamás te aplicaste a llevar a cabo lo que enseñabas, en cambio este humilde hombre tuvo lo que tú jamás tuviste". Y ¿Qué es? -preguntó asombrado el líder, -¡Disposición!- comentó San Pedro. Al tiempo que con la mano conminaba al humilde hombre a que se encaminara hacia la puerta marcada con la "C". Al retirarse el hombre humilde, San Pedro se volvió hacia el Líder y le dijo: "Ahí tienes una muestra de lo que le hace mucha falta en este mundo. -¿Qué es?- preguntó desconsolado, -¡Ser Virtuoso!- Finalizó diciendo el Santo.
Amables lectores la Virtud es la disposición constante de hacer el bien, de nada nos sirven los valores si aunque los conozcamos, no estamos dispuestos a llevarlos a cabo.
"No basta tener la virtud y no hacer uso de ella: es como tener un arte y no ejercitarlo". CICERÓN.
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