La escuela Carlos Pereyra está cumpliendo sesenta años de haber sido fundada. Hace unas semanas se realizó una serie de festejos con ese motivo.
Pero ese acontecimiento me llevó a sumergirme en uno de los anuarios de la escuela (concretamente en el de los años 62-63) y con él en una serie de recuerdos inolvidables de muchos compañeros y amigos que formaron parte de mis años juveniles.
En esos años estábamos ya en sexto de primaria, pero con muchos de los amigos que nos habíamos acompañado desde el primer año y que seguiríamos juntos en la secundaria.
Ya entonces estaban ahí, en secundaria, maestros como Joel Muñiz y Luis González Morfin; Pablo Morales y Luis Anaya. Como director Luis Ochoa y vicedirector Gabriel Farías.
Para no polemizar con mi amigo Emilio Darwich, no hablaré de las virtudes de mis profesores y porque además, con algunos de ellos tuve diferencias que en el momento parecían enormes y al paso del tiempo resultaron ser meras tonterías.
Pero en ese anuario, aparecen los nombres de buenos amigos, mayores que yo, pero con quienes tuve buena relación, como Federico Moye o Raymundo Córdova. Con el primero, por la profunda amistad que llevé muchos años con su hermano Alberto, que fue mi fiel compañero de viaje en bicicleta a la secundaria y con el segundo, como abogado y pariente político.
Por ahí figuraban también otros de la misma condición, como Ricardo Saravia y Billy Siller, que en ese anuario ya aparece operando un perro, en el laboratorio de medicina.
Igualmente aparece Ricardo Murra, cuando marchó al noviciado; Jorge Foster, Toño Juan Marcos y Lorenzo Haces Gil, entre los químicos y arquitectos; y entre los que iban para abogados, están Ramón Guridi y Hugo García Nájera.
Fotografías de los viajes a la Feria Mundial de Seattle, San Francisco y Los Ángeles, así como a Mazatlán. Viajes todos ésos a los que yo no fui, por razones obvias, falta de numerario, por eso, yo no pasaba de Raymundo o la Goma, con los Kotkas.
Entre las fotos de mis compañeros de generación están muchos de mis grandes amigos de aquellos años, como: Alberto Moye, Íñigo Belasuteguigoitia, Mario Villarreal, Leonel Castro, Luis Bartheneuf, Juan Garza, Eugenio y Juan José Aguilera, José Eugenio Rodríguez, Sergio Zúñiga, Mauricio Alarcón; y muchos más que sería largo enumerar.
Algunos por desgracia, ya no están entre nosotros, pero dejaron honda huella en nuestra memoria, porque fueron muchos años de convivencia diaria, que a la vez produjeron cientos de anécdotas que forman parte de nuestras vidas.
Con especial afecto recuerdo a la madre Guillén, que fue nuestra maestra en cuarto año de primaria y que me dio la única medalla que me saqué en seis años, la cual atesoré por largo tiempo hasta que terminó arrumbada en algún cajón, a donde van a parar "las pequeñas cosas, que de vez en cuando nos hacen llorar".
Mención especial merecen aquellas personas que eran los "colaboradores" en el colegio, la gente de intendencia que mantenían la escuela limpia y en orden: Alejo, Wolfrano, Pancho y don Manuel, el de la tiendita, que fue de los primeros en confiar en nosotros porque nos fiaba los lonches y le pagábamos cuando bien podíamos, pero él confiaba en nuestra palabra.
Ellos aparecen tan sólo en una página del anuario, pero eran tan importantes como el mejor de nuestros maestros o el director del plantel. Vivían dentro de la escuela y siempre estaban al pendiente de sus obligaciones. Seguramente dejaron su vida entre aquellos muros y vieron pasar a cientos de generaciones. Para ellos, vayan nuestros mejores recuerdos.
Sean estos recuerdos, una pequeña constancia de estos sesenta años, de todo aquello que fue. Ahora ambos edificios convertidos, uno en supermercado y el otro en fraccionamiento de lujo.
Debo hacer una mención importante. Por alguna razón yo tenía el dato de que la escuela había abierto sus puertas en una casa frente a la Alameda. Pero tengo la prueba, que me proporcionó mi compañero Jesús Sotomayor, de que ésta inició en una parte del edificio de la entonces Secundaria Venustiano Carranza, seguramente prestado por el estado o el municipio.
Habrán vendido y derribado los edificios, pero no podrán acabar con nuestros recuerdos.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".