Cariño. Virgilio se encargó de la niña cuando ella tenía tres meses.
Virginio del Ángel Hernández tenía una prima hermana en Veracruz. Ella falleció por causas relacionadas con el VIH-sida, y dejó huérfanos a cinco niños. El padre de los niños desapareció.
La abuela materna cuidaba a todos, y entre ellos había una bebé aún no bautizada. Era la menor. Tenía meses de nacida. La llamaban Dulce, y estaba mal de salud.
Virginio acudió al velorio de su prima Porfiria de 36 años, y fue ahí donde conoció a la bebé. Preguntó quién se haría cargo de ella. Nadie respondió. Virginio se acercó a la cuna, la percibió desnutrida y enferma.
La inquietud crecía. Pasaron días y Virginio regresaría al hogar de la abuela materna para preguntar de nuevo: "¿Quién se encargará de Dulce?".
La abuela respondió esta vez que no podía atender a la bebé de su difunta hija, y le pedía a él que se la cuidara sólo por un tiempo. Virginio accedió, y prometió que la llevaría al doctor para que así Dulce aumentara su peso.
Ante el médico, no recibió un diagnóstico favorable. Dulce permanecería en principio dos meses en el hospital. Los especialistas advertían que la bebé estaba muy delicada de salud y que su vida estaba en riesgo. Después el médico lo llamaría en privado, para decirle que la niña tenía el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).
Virginio, vendedor ambulante de la Central de Abasto, no sabía qué era esa grave enfermedad, pero comenta que en ningún momento se alejó de Dulce. Ya estaba casado y su esposa lo apoyó en la decisión de cuidarla. Fue entonces y aún en el hospital cuando le volvieron a llamar para decirle que debido al diagnóstico, era posible que la bebé fuera trasladada a un Albergue de Estancia Prolongada Para Niños Con VIH/sida (si él y sus familiares lo decidían).
Habló con su esposa, lo pensaron bien y decidieron quedarse con Dulce. Ella superó el cuadro crítico. Y ahí mismo la bautizaron, agregándole otro nombre, Sarahí, de origen hebreo y que significa Princesa.
Salió del hospital, y creció apoyada por sus padres y los cuidados que recibió en el Hospital Infantil de México Federico Gómez, así como de la Casa de la Sal.
Al tiempo, Virginio y su esposa tuvieron un hijo propio. La pareja acordó que ella se encargaría del varón, y él de Dulce Sarahí. La pequeña comenzó a acudir a la primaria, pero luego, una meningitis la llevaría al hospital por varios meses. Este padecimiento y otras complicaciones le causarían serías consecuencias en sus articulaciones, perdió el habla, no comía, sus manos estaban entumidas, y tenía ataques epilépticos; además de trombocitopenia, que es una disminución de la cantidad de plaquetas en el torrente sanguíneo por debajo de los niveles normales.
Una vez más Virginio tendría que tomar una decisión. Se le sugirió que debido a la gravedad de su hija, podrían optar por la interrupción de tratamiento que la mantenía viva pero aún grave.
Virginio volvió a pensarlo. Le explicaron que la niña, entonces de 8 años, quedaría con graves secuelas y discapacidad.
Pero otra vez la decisión de Virginio fue que Sarahí recibiera el tratamiento necesario para su recuperación. Tras permanecer durante ocho meses en cama y en una silla de ruedas, ella comenzó a caminar, a hablar un poco.
Hoy Sarahí tiene 11 años 7 meses y su hermano Ángel David, 9.