Vivir con acierto

En la vida de cada persona, una vez superada la niñez se adquiere una clara percepción de la ‘personalidad moral’. Aunque el bien o el mal están detrás de cada una de las decisiones puntuales que toma cada día, puede decirse también que hay momentos de la vida en los que la persona opta por opciones de tipo mucho más global.

Esas decisiones no se eligen explícitamente, o son difíciles de situar con precisión en el tiempo, pero sin duda se toman. Porque en una vida coherente no caben las rupturas (de tipo moral) continuas: “Si sé que esto que hago está mal y de todas maneras lo hago o no hago el bien que en conciencia sé que debo de hacer”, entonces estamos frente a una conciencia moral rota.

Una cosa es tener fallas, que son comprensibles aun en personas que se esfuerzan seriamente por evitarlos, y otra bien distinta es que esos errores sean graves y habituales, incluso que los justifiquemos con excusas de todo tipo.

Vivir con acierto exige una disposición de búsqueda solícita del bien, un compromiso claro y firme de dirigirse hacia él. Cuando se actúa así, pronto se comprueba que la libertad se ensancha y es entonces que podemos distinguir claramente un compromiso firme y vigoroso con la verdad y el bien.

El ser humano necesita saber, sin trivialidades, lo que es bueno y lo que es malo. Cuando reflexiona con profundidad, comprende que la vida fácil sólo proporciona satisfacciones fugaces y se encuentra en medio de una insatisfacción general, descubre que su acierto en vivir está necesariamente ligado a su desarrollo moral.

Cometer errores es muy humano. Pero también es muy humano -y quizá más- el empeño por superar esas equivocaciones. Por eso si en nuestra vida hay una ruptura sobre la que casi ni nos atrevemos a pensar, debemos alertarnos. Porque si la vida va por delante de nuestro pensamiento y nos encontramos actuando sin habernos dado tiempo a hacer elecciones razonadas, entonces resulta urgente decirnos o que alguien nos diga: “Necesitas reflexionar”.

Es verdad que la vida está bastante condicionada por muchas situaciones y acontecimientos que nos suceden y sobre los que apenas podemos actuar. Todos hemos conocido, por ejemplo, individuos que atravesaban circunstancias difíciles -una dolorosa enfermedad, una deficiencia física grave, un duro revés económico o afectivo- y, a pesar de ello, mantuvieron una extraordinaria fortaleza de ánimo.

Observar a esas personas, ver cómo afrontan el sufrimiento o superan el embate de una desgracia o una fuerte contrariedad, deja siempre una impresión y una admiración grandes. Son actitudes que dan vida a los valores que les inspiran. En ese sentido puede decirse que las complicaciones a las que nos vemos sometidos juegan en cierta manera a nuestro favor: las dificultades hacen lucir nuestra mediocridad o nos brindan la ocasión de superarnos, de dar lo mejor de nosotros mismos.

Y de la misma manera que en su infancia y juventud las personas se curten y se superan a sí mismas con el esfuerzo ante la dificultad y, por el contrario, la vida fácil las convierte en criaturas mimadas y endebles, de modo semejante podría decirse que nuestra valía profesional, nuestro amor o nuestra amistad, maduran ante un ambiente difícil, arraigan con más fuerza y autenticidad en un entorno en el que no todo nos viene dado.

La Historia apenas conoce casos de grandeza, de esplendor o de verdadera creación, que hayan tenido su origen en la comodidad o la vida fácil. El talento no fructifica sino en la fragua de la dificultad. Quizá por eso decía Horacio que “en la adversa fortuna suele descubrirse al genio, en la prosperidad se oculta”.

Ante las dificultades y los retos las personas utilizan sus recursos, esos que siempre han estado ahí, pero que la adversidad les da la ocasión de utilizarlos. Descubrir, reconocer y utilizar los propios recursos con un compromiso moral es vivir con acierto.

Correo-e: luisrey1@prodigy.net.mx