Y ahora las campañas
Después de un desconcertante periodo de ‘intercampaña’, en el que se prohibió a los candidatos hacer campaña pero en el que ninguno dejó de hacerla, las campañas electorales para la presidencia de la república empezaron formalmente este 30 de marzo.
Las encuestas podrán decir lo que quieran, y hemos visto ya una guerra de este tipo de estudios con resultados en algunos casos muy cuestionables, pero la experiencia de las últimas dos elecciones también nos da un mensaje contundente: quienes iban a la cabeza en el mes de marzo del 2000 y el 2006 perdieron la elección en julio.
¿Ocurrirá lo mismo ahora? Nadie puede decirlo. Lo que sí podemos señalar es que las campañas sí tienen influencia sobre el electorado. La idea de que los mexicanos somos seres cerrados que no estamos dispuestos a escuchar los argumentos de los candidatos es equivocada. Los puntos de vista de los electores cambian durante una campaña.
Al mismo tiempo hay que reconocer que, por lo menos hasta el momento, hay una gran decepción entre los ciudadanos ante las opciones que los partidos han colocado sobre la mesa. La verdad es que los partidos se muestran cada vez más alejados de los mexicanos. Los dirigentes de dichas asociaciones afirmaban hasta hace algunos años que esto era producto de una actitud perversa en los medios de comunicación, que los criticaban sin cesar, y por eso tomaron sin pagar una enorme cantidad de tiempos de radio y televisión para expresar sus puntos de vista. Este alud de mensajes de propaganda, sin embargo, no ha cambiado el escepticismo de los mexicanos; al contrario, lo ha intensificado.
La campaña de 2012 ha demostrado el fracaso enorme de la ley electoral de 2007, por lo menos si aceptamos la posición de que el propósito de los políticos al impulsar esta reforma era generar una contienda más equitativa y más cercana a los ciudadanos. Lo que ha logrado la ley es dar a los políticos más poder y más capacidad de quedarse con los miles de millones de pesos que el sistema reparte entre los participantes en la política. Los diputados y senadores, sin embargo, nunca nos dijeron que ése era el propósito de la nueva ley.
Los políticos se han negado a la reelección real, porque colocaría a muchos de ellos a prueba ante los ciudadanos. Sin embargo, el mismo pequeño grupo sigue turnándose los cargos del poder. Los mercenarios de la política pasan de ser diputados federales a senadores y a diputados locales sin necesitar el voto de los ciudadanos. Son los dirigentes de los partidos los que toman todas las decisiones. Así acumulan más poder que nunca.
La campaña apenas está empezando y es posible que con el paso del tiempo se caliente e incite a los ciudadanos a participar. En este momento, no obstante, corremos el riesgo de que la indiferencia siga creciendo. Quizá por eso un diputado del PRI ha propuesto que se castigue a los ciudadanos que no voten. Esto no eliminaría la indiferencia pero sí la disfrazaría. Y al final la clase política no quiere más que eso: un barniz de participación para poder seguir enriqueciéndose con el botín que otorga el poder.
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