¿Y las otras deudas?
La política es el arte de saber creer en las mentiras.
Cesare Pavese
Cada familia en México debe mucho, sin haber firmado un papel; deudas de miles de pesos por robos y rapiña, conocidos en el argot político como peculado, desvío de fondos o recursos, y en el cinismo que cobija a esos truhanes, por simples errores de quienes nos gobiernan, endeudamientos del país que nos ponen como avales. Un caso concreto fue y es Fobrapoa (IPAB), un ahorro de los mexicanos que olímpicamente se le regaló y condonó a gente adinerada que nunca va a pagar. Aunado está el caso de cientos de ex gobernadores y algunas recuas que les acompañan, y como burla muchos rateros de este tipo aún ambulan en los pasillos de palacio, otros en el jet set nacional.
Sin embargo hay deudas diarias que la clase política desde tiempos inmemorables ha quedado a deber y que cada vez en sus discursos retóricamente las repite, sin dejo de vergüenza, sin tapujos, a una sociedad callada, ciega, sorda y muchas de las veces vendida por un plato de lentejas. Nuestra clase gobernante nos debe la seguridad, nos ha dejado desamparados a merced del crimen, desarmados sólo con “Dios y Jesús en la boca” ante los continuos, constantes y permanentes delitos de toda índole, deuda impagable por los miles de hogares enlutados que sin deberla ahora la pagan. Nos debe la educación, con la rala y casi nula cobertura educativa que campea en todo el sistema. Tiene deuda con el poco interés que pone en los problemas y cobertura de salud, todo está empantanado en un axioma burocrático. También la deuda grande con los recursos de la nación vendidos, regalados o en su caso actual secuestrados por nefastos líderes que la misma clase política (diputados, gobernadores y senadores) amparan.
Nos adeuda la clase gobernante una cascada de mentiras, sofismas lúdicos que cada tres o seis años son reciclados, mejorados y aumentados, nunca corregidos; nos deben el derecho a réplica, la impunidad e inmunidad que los cobija como armadura ante cualquier ataque de un ciudadano común (o incluso así venga de su misma u otra manada). En este país como dice Luis Spota (El primer día), la política, mejor dicho, el Poder, trastorna a los sensatos y ensoberbece a los pendejos. De ahí que digan cada sarta de mentiras y contraigan deudas y más deudas a espaldas de los ciudadanos.
“Mis manos están limpias y así saldrán en esta administración” es tal vez la frase estúpida más repetida, el juramento de algunos imbéciles, el más roto, que para el final de su función pública dirán: “Para nada afectan los ladridos de gente de la oposición y será la historia, no mis contemporáneos, la que me juzgue”.
Es sabido por todos que en la política no hay amigos, sólo intereses y colaboradores, que hay que desconfiar de los estúpidos, sólo aceptar a los malvados como son para ganar dinero antes que camaradas, y como recordatorio está el aforismo político de la vida: “Nada de mujeres feas, ni amigos pendejos”.
Las deudas de los políticos crecen cada día, vemos cómo la corrupción tapa una deuda y sale otra, así van naciendo, y observamos los malas y costosas obras y de ribete, de nada sirven, caminos infernales con hoyancos, mal construidos con materiales de cuarta categoría, obras que basta con un soplo de la Naturaleza (llovizna, por ejemplo) para desnudar su fraude y la ineptitud de quien las llevó a cabo, calles, avenidas y colonias más oscuras que la conciencia de un político. Este y otro grueso catálogo se puede llenar con las deudas que tiene como pendiente y mala asignatura la clase gobernante para con el pueblo.
Quiero terminar este artículo con algunas de las frases que mi abuela Jovita decía o repetía cuando una persona no era grata a su confianza: “Desde que se inventaron las medidas, cualquier vasija descarapelada u olla tiznada quiere ser de a litro”; y la otra: “Ahora cualquier pelagatos ya quiere mandar en este pueblo de castrados”.
Al país lo han saqueado, rapiñado y hurtado a placer y a lo largo de la historia, sólo han pasado dos cosas: no hay castigo para estos bandidos y el pueblo es el que siempre ha pagado. ¡Que conste, me refiero a México!
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