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Y luego... te mueres

ADELA CELORIO

Honrar la memoria de nuestros difuntos viene de muy lejos. De cuando Odilón, Abad de Cluny, alrededor del año mil de nuestra era instituyó el 2 de Noviembre como "Día de Muertos". Si no hubiera sido Odilón hubiera sido cualquier otro porque es imprescindible para el alma humana mantener vivos, aunque sólo sea en el recuerdo; a nuestros queridos muertos.

Yo tengo los míos propios por quienes el llanto sólo cesará cuando también para mí, se acabe el mundo. Por los miles de muertos que va cobrando esta guerra que como ya ha quedado claro, no ganaremos a balazos, por ésos no lloro, en todo caso me asusta la refinada crueldad que somos capaces de alcanzar los seres humanos.

La muerte que llega en su momento ha pasado a ser un lujo. La muerte violenta que se anticipa y nos sorprende a la vuelta de cualquier esquina; es el signo de los tiempos. Los cadáveres de hoy substituyen a los de ayer y casi no queda tiempo para el luto. Añadir algo al tema de los muertos nuestros de cada día, resultaría obsceno. Y sin embargo, esta es la temporada en que las calaveras sonríen en todas partes. Son de azúcar y cantan y bailan porque calacas y todo, le apuestan a la vida, al color y al folclore.

"No es tiempo de llorar, mira ese árbol/ En nuestras horas, hay hojas que no conocen el río/ Un Dios ha puesto en nuestras manos un fruto de alegría/ Que nada cante más allá ni más acá de la vida"; escribió mi viejo amigo Guillermo Fernández quien ahora ya estará cocinando sus magníficos espaguetis entre los muertos; porque él, creía en la reencarnación, y ante su insistencia de adoctrinarme en eso del karma; siempre le prometí que lo pensaría, pero sólo después de mi funeral; porque yo, como las calaveras de azúcar, le apuesto a esta vida que de momento, es donde me gusta estar.

He oído decir que con los años y los golpes, uno se vuelve dócil, que aprende a ser humilde y a renunciar voluntariamente a casi todo. He oído decir que con la edad hay que aligerar el equipaje. Debe suceder así con las almas exquisitas, porque lo que es a mí, me pasa lo contrario. Con los años me vuelvo voraz. Lo quiero todo y no me conformo con menos que con la sensualidad, la fantasía, el humor, el vino y la música de "El Jardín de las Delicias" (del Bosco).

Me niego a pasar a la otra vida como el hombre aquel de la parábola que no gastó su "Talento" para no desagradar al Señor. "…quítenle ese único Talento y dénselo a quien tiene diez, porque a todo el que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará. A este siervo inútil echadle a las tinieblas de fuera". Y como uno elige entre todas las lecturas aquellas que refuerzan su manera de pensar, quiero compartir con usted, paciente lector, esta catarata de agua clara que según el filósofo judío sefaradí Baruch Spinoza, sería la palabra del dios que él imagina:

"Deja de rezar y disfruta la vida, trabaja, canta, diviértete con todo lo que he hecho para ti. Mi casa no son esos templos lúgubres, oscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi morada. Mi casa son los montes, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es donde vivo. Deja de culparme de tu vida miserable, yo nunca dije que fueras pecador ni que tu sexualidad fuera algo malo. El sexo es un regalo que te he dado para que puedas expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. No me culpes de lo que te han hecho creer. No leas libros religiosos. Léeme en un amanecer, en el paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de un niño. Deja de tenerme miedo, deja de pedirme perdón. Yo te llené de pasiones, de placeres, de sentimientos, de libre albedrío. ¿Cómo puedo castigarte, si soy yo el que te hice? Olvídate de los mandamientos que son artimañas para manipularte. No te puedo decir si hay otra vida, vive como si no la hubiera, como si ésta fuera la única oportunidad de amar, de existir. Siénteme cuando besas a tu amada, cuando acaricias a tu perro o te bañas en el mar. Deja de alabarme, no soy tan ególatra…".

Me decanto por esa manifestación de amor a la vida con lo bueno y lo malo que nos ofrece. Que la muerte llegue cuando quiera, no le temo, en todo caso le temo al desabrimiento, al desinterés, a estar como de regreso de todo. Le temo a la soledad y al desamor. Dicen que se renuncia al mundo poco a poco, pero yo todavía no estoy preparada para renunciar a mi paraíso con serpiente incluida, al pecado y ni siquiera al castigo porque todo forma parte de la vida, y a mí, nadie me quita de la cabeza que hemos sido creados para amar, alimentar, proteger alentar, inspirar, alegrar nuestras almas. Lo que tenga que suceder, sucederá con mi voluntad o sin ella; pero mientras pueda, derrocharé mi "Talento" para que cuando llegue la hora de la muerte, pueda insinuarme dentro de la noche sin tener nada más que demandar. La vida es breve, difícil… y luego te mueres.

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