Cabría preguntarse si el regreso del PRI entraña una restauración del autoritarismo de antaño o simplemente la llegada de un equipo técnico y político con mayor oficio en el arte de gobernar. El martes pasado Jorge Castañeda escribió en el diario español El País que el triunfo de Peña Nieto no provocaría una restauración autoritaria y corrupta y que no debe ser motivo de miedo y preocupación.
Sus argumentos no me quitaron ni el miedo ni la preocupación. Para empezar dice Castañeda, sería el primer presidente priista no impuesto por el dedazo sino por los votos, y estaría obligado moral, política y personalmente a la rendición de cuentas. Por desgracia no es así. Podría ser incluso al revés. Ser beneficiario de un dedazo obligaba al presidente entrante a una búsqueda de legitimidad frente a la sociedad. Y ser elegido por el voto no necesariamente favorece un talante democrático. Muchos políticos consideran que el voto de la mayoría les concede un poder centrado en su persona. El mejor ejemplo es Emilio González, gobernador de Jalisco y su famoso video: la gente votó por mí, hago lo que quiero (el video no tiene desperdicio: http://bit.ly/izIzDV).
Segundo, México ya no es el mismo, dice Castañeda. El próximo presidente enfrentará contrapesos, obstáculos y retos: un Congreso dividido, entidades federativas gobernadas por la oposición, una sociedad civil más organizada, instituciones autónomas como la Suprema Corte, El Banco de México, el IFE, el IFAI, etc. Tiene razón, pero sólo en parte. Todos esos contrapesos aún están en construcción. La Suprema Corte no ha tenido el valor de desafiar al Ejecutivo en temas frontales, y allí están los casos del gobernador Mario Marín, perdonado, o de Florence Cassez, no absuelta, a pesar de la evidencia. El IFE ciudadano ha sido crecientemente reconquistado por los partidos, con el PRI a la cabeza en la designación de consejeros. El IFAI ha resistido embate tras embate para acotar sus facultades, de por sí limitadas.
Es cierto que tenemos una sociedad civil más activa y participante. Pero hay una escalada de violencia contra los actores sociales que resultan más incómodos para las autoridades. La desaparición o asesinato de activistas en el norte o en las zonas indígenas va en aumento en número e impunidad. La eliminación de periodistas críticos es un hecho que se constata varias veces al mes. Y la mayor parte de las agresiones contra la prensa no proceden del narco, como se cree, sino de las autoridades de todos los niveles. Hay medios de comunicación más libres que hace 20 años, pero con enorme vulnerabilidad debido a la crisis que vive la prensa escrita hoy en día, por un lado, y por la complicidad de los medios electrónicos con el poder debido, entre otras razones, a la lógica de las concesiones.
Tercero, afirma Castañeda, el contexto externo ha cambiado. Eso obstaculizaría el regreso del autoritarismo. México está inmerso en una maraña de tratados y acuerdos, con cláusulas contra la corrupción y favor de los derechos humanos, ambientales, etc. La prensa extranjera y otros organismos nos examinan y denuncian excesos y violaciones. En efecto, pero también hay una enorme bibliografía reciente sobre el impacto de la globalización y la imposición del capital financiero en el debilitamiento de las democracias. A los organismos humanitarios o al New York Times les puede resultar inadmisible la violación a los derechos humanos en Rusia, en China, Singapur o Arabia Saudita), pero los estados occidentales operan bajo la lógica de los intereses de sus grandes corporaciones.
En suma, lo que yo creo es que la necesidad de gobernabilidad y de seguridad pública propiciarán la búsqueda de un presidencialismo más firme, capaz de sacar al sistema político de su parálisis. ¿Eso puede generar una regresión democrática? Sí y no. Es una apuesta abierta. La sociedad civil es otra, pero también hoy es mucho mayor el peso de los grandes monopolios y los poderes de facto sobre el poder político. Un presidencialismo más fuerte puede construirse sobre la alianza con esos poderes (televisión, monopolios, sindicatos corporativos) para asegurar sólo las reformas que acentúan el crecimiento y la protección de esos intereses.
Un gobierno más proactivo y con tales padrinos sobre la espalda, no disminuirá la desigualdad social ni instalará el estado de derecho, querrá evitar la rendición de cuentas y minimizar críticas y protestas. Es decir, querrá debilitar el tejido democrático, está sucediendo desde hace rato. El resultado dependerá de la sociedad en su conjunto. A diferencia de Castañeda creo que hay un alto riesgo de reinstalación del autoritarismo con el regreso del PRI, aun cuando sea distinto al de los ochentas. Que suceda o no dependerá de ellos y de todos nosotros.
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